jueves, 13 de agosto de 2015

(A GUARDA) EL VOTO A SANTA TECLA, COSTUMBRE RELIGIOSA DE GALICIA ( I )

EL ECO DE GALICIA (LA HABANA, 6 DE MARZO DE 1879)
POR
LAUREANO RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ

(Natural de la villa de La Guardia-Pontevedra)





Las innumerables Ermitas ó Santuarios que, bajo la advocación de la Virgen María, ó de alguno de los Santos á quienes la Iglesia Católica dá culto en sus altares, se ven en los pueblos, y en las faldas, ó cimas de las más escabrosas y elevadas montañas, débense, sin duda, á aquellas primeras épocas del Cristianismo en que los hombres, entregados á la vida contemplativa, solo dirigían sus ideas al mundo de los espíritus.
Crecido número de gentes de todas clases y jerarquías, atraídas por la fama de santidad que gozaban los cenobitas que vivían en esos lugares, acudían á los Santuarios para implorar el favor del cielo en pro de las necesidades públicas y de las privadas, unas veces motivados por los impulsos de una verdadera fé otras por vanidad y cálculo, y muchas por la superstición y el ciego fanatismo.
Ricos presentes, ofrendas más o menos valiosas, dejaban siempre los romeros en aquellas Ermitas, algunas de las cuales han llegado á convertirse en suntuosos y magníficos templos, si sus administradores eran hombres puros y celosos del explendor de la religión á cuyo servicio estaban dedicados.
En Galicia abundan los Santua-rios de que estamos haciendo mención; pues allí, desde los primeros días del Cristianismo, fue tan crecido el número de prosélitos que obtuvo, debido, sin duda, á la palabra elocuente de los discípulos del Zebedeo, cuyo cuerpo guarda Compostela como la joya de más alto precio: tal apoyo ha encontrado en aquella región la nueva fé sancionada en el Gólgota con la sangre del cordero, robustecida en el circo del Coliseo con el heróico sacrificio de millares de víctimas inmoladas por el furor de los Césares y sus lugartenientes: tan excesiva é incon-dicional sumisión y acatamiento prestaban los Gallæcos á los decretos de la Iglesia, que saliera de las Catacumbas, que bien pronto aquel territorio se convirtió en una de las más fuertes columnas de la religión de Jesús, cuyas máximas, echando en aquel pueblo sencillo profundísimas raíces, dieron origen á los célebres Concilios de Lugo y Braga, baluartes inexpugnables contra los cuales se estrellaron los cismas de Prisciliano, Arrio, Averrohes y otros filósofos de la escuela oriental.
Pero no es objeto del presente artículo hacer un estudio de esos sucesos, cuya magnitud excede á los estrechos límites de un artículo, ni pretendemos mencionar tampoco los perjuicios que el fanatismo religioso causó al pueblo gallego, perjuicios cuyas fatales consecuencias aún se tocan: no vamos á dar á conocer la presión humillante que ejercían sobre los infelices pecheros aquellos Prelados y Abades que tenían derechos de Señores de horca y cuchillo, ni los falsos principios de moral que una parte del clero de los antiguos tiempos imbuía en el ánimo de los ignorantes, valiéndose de los mayores absurdos, de la Alquimia, y de los fenómenos físicos para sorprender la buena fé y credulidad de las gentes sencillas, sembrando en sus corazones las ideas más extravagantes acerca de la naturaleza de Dios y sus atributos, espantándolos con supuestos milagros acaecidos á su voluntad y antojo.
De estos tiempos, y de esos embaucadores, de que por desgracia aún quedan por toda España algunos res-quicios , que la civilización actual vá ha-ciendo desaparecer, como desaparecen las sombras de la noche á los primeros albores del día, no es tampoco de lo que pensamos hablar.
Es de una costumbre religiosa, de un suceso, de un Voto creado hace más de 400 años de lo que vamos á tratar: de una religiosa festividad que aún en la presente edad subsiste con la misma pureza de la época de su creación, y que es tal vez desconocida de la mayor parte de nuestros indulgentes lectores.
Inmediato á la villa de La Guar-dia, en la provincia de Pontevedra, sobre la costa del Atlántico, y en la desem-bocadura del río Miño, se halla situado á los 41º 57’ de longitud y 2º 30’ de latitud de San Fernando, un monte de pequeña extensión pero de considerable altura, rematado en dos puntas ó colinas llamada una Facho y San Francisco la otra, estando ámbas separadas por una extensa planicie, en la que se halla situado un Santuario dedicado á la Virgen protomártir Santa Tecla, cuyo nombre lleva el monte.
Bellísimas y sorprendentes son las vistas que se disfrutan desde cual-quiera de las dos puntas de este monte, á donde quiera que el espectador dirija sus miradas! Desde el Facho, mirando al Océano, que ora agitado en soberbias y gigantescas olas se estrella bramando con salvaje fiereza contra las inmóviles rocas que marcan el límite de su imperio, ora tranquilo, asemejándose á un espejo en cuya superficie se repro-duce la imagen de los cielos, besa con sus aguas al son de amoroso murmullo, las ennegrecidas peñas de aquellas costas, divísase, cuando la atmósfera es diáfana, en una tan inmensa extensión, que sus horizontes se pierden y confun-den con la esfera infinita del firmamento.
A sus piés queda La Guardia que se vé á vista de pájaro; más allá el monte Torroso, después el pintoresco Valle del Rosal.
El Facho tiene en su centro una sólida muralla de ladrillo, cuya altura mide aproximadamente 30 piés, y está destinada para guía de los navegantes que recorren aquellas costas, y cuyas cartas marítimas tienen consignada esta punta.

Desde el pico de San Francisco se ven las macizas y vetustas torres de la antiquísima catedral de Tuy, de la que dista 20 kilómetros, y la fantasía del espectador más delicado se sacia en la contemplación del bellísimo panorama que presentan los pueblos y campos que están á un lado y otro del Miño, que como cinta de plata baja serpenteando entre las esmaltadas riberas de Galicia y Portugal.

Continuará

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