Recortes de Prensa
03-1883
DOS CUADROS DE MANUEL ANGEL
Retrato, do pintor guardes, Manuel Ángel.
Así como la
luz en su grado de intensidad lleva impresa la hora mas o menos avanzada del
día, del mismo modo las Bellas Artes llevan impreso en la mayor o menor
magnitud del genio, el movimiento intelectual de la patria. La edad es una
noche en que solo resplandecen las estrellas del talento. Sin arte, la misma
Historia enmudecería.
El genio,
ráfaga deslumbradora de la sabiduría divina, todo lo sorprende y de todo se
apodera para patentizarnos la existencia de una sabiduría superior, moralizando
con las obras que llamamos de género y
enseñando con las de, historia o
filosofía.
De todas las
Bellas Artes ninguna que gima tanto como la pintura. Ante la estrechez de los
medios. Una tela colocada en el caballete del artista mientras éste medita las
primeras pinceladas de su cuadro, es el problema de la misma Naturaleza
recibiendo de Dios las leyes que formó su última voluntad. Una línea arrancada
de la verdad perspectívica, un tono sorprendido a la luz y ejecutado con
magisterio, constituye la celebridad de un cuadro y el porvenir de un artista
que es el provenir de la patria.
No sabemos si
por estas razones o por la espontánea inclinación de nuestro espíritu, de las
artes, ésta es la que mas nos roba el entusiasmo para hacernos meditar después
de las ventajas del divino arte. Un poeta compone su poema dentro de la
extensión que exija su deseo, un pintor elije el tamaño de su obra, pero, ¿Cómo
desenvolverla y reunirla para que se lea
de una sola vez? He ahí el genio, he ahí el inaudito atrevimiento de nuestro
querido amigo y paisano Manuel Angel.
Eligió como asunto aquel drama funesto que tuvo fin en Santa Clara de
Tordesillas, comprende que tiene tantos personajes como reyes aquella época y
sin embargo intenta resolverlo pintando su única protagonista “Doña Leonor Tellez, en el convento de
Tordesillas”
A fuer de
admiradores del arte, no podemos pasar en silencio algunas circunstancias
fisiológicas, pues de todo este cuadro se desprende que son su punto de mira.
Angel,
conocido entre sus paisanos mas que de los de Europa, dio a conocer aquí antes
de ahora lo que ya entonces valía y lo que podía después valer. Nosotros ya en
aquella época le estimamos y ahora nos atrevemos a presentarle con una futura
gloria de Galicia. Por tanto, esta circunstancias nos aleja un tanto de
examinar sus obras bajo el punto de vista de la ejecución y el color, puesto
que en la primera es conocidísimo y aún que con lo segundo nos sorprendió por
sus considerables adelantos, no llegó al punto que alcanzaron las condiciones
de pintor fisiólogo de que viene ahora revestido.
Dª Leonor
Tellez, regente de Portugal presa y enviada a Santa Clara de Tordesillas por
orden de su yerno nuestro rey D. Juan I, ofendida por su cuñado, arrastrada por
el amor, humillada como reina y expulsada por su patria, es la consecuencia
legítima y necesaria de esas evoluciones políticas que se llevan a cabo sin
contar con la voluntad de los pueblos. Reflejar en el rostro de Dª Leonor todo
el problema que encerraba la batalla de Aljubarrota, es lo que hemos calificado
de inaudito atrevimiento. ¿Lo resolvió Angel? Sería resolver mucho; pero al
menos la ha intentado: esta sola circunstancia constituye una reputación.
Quizás guiado
por ese sentimentalismo gallego que fue Villaamil, dibujó la figura sola y
rígida en mitad del claustro con la mano apoyada y la cabeza rendida al peso
enorme de tantos pensamientos, sin dejarse humillar mas, pues hay algo en ella
pronto al erguimiento, a la osadía, al desprecio y al amor; velado su cuello
con una ligera toquilla que cae del birrete y magistralmente tratada, da cierta
trasparencia melancólica que nos obliga a pensar.
¿Qué pensará?
Indudablemente algo que también el autor pensaba. Hay en el cuadro un tanto de
frialdad. ¿Será la del claustro o la del cuadro? De todos modos nunca el autor,
como en esta ocasión hará necesaria su falta.
Del otro
cuadro nos ocuparemos en el próximo número, entre tanto llamamos la atención de
nuestros paisanos para que acudan a “Los Puritanos” en cuyo os por su
establecimiento están expuestas, pues fueron adquiridos por su dueño, don
Isidro Castro en su último viaje.
Lisardo
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