jueves, 24 de enero de 2013

VIDA GALLEGA, Nuestras villas: La Guardia


Recortes de Prensa

Vida gallega
NUESTRAS VILLAS – LA GUARDIA (PONTEVEDRA)

orixinal

Galicia, propiamente llamada el país de las rías. También puede llamarse, con no menos propiedad, el país de las villas, porque así como las rías caracterizan su costa, cual caracterizan los golfos la costa helénica, así las villas, cuales ornamentando los valles, cuales embelleciendo el litoral, constituyen, mas que las aldeas, la peculiaridad de su población.
No pocas villas galaicas, algunas de las cuales no son ni cabeza de partido, tienen mejor aspecto, mejor edificación, más ornato que ciertas ciudades de otras regiones españolas, de donde, sin embargo, no se ha desterrado todavía la leyenda de la miseria o incultura de Galicia, quien, no aventajada por nadie en el cumplimiento de sus deberes para con la patria grande, jamás ha suscitado conflictos en el proceso de la vida nacional.
Entre las tales villas figura La Guardia, donde empieza, por la parte del Sur, el territorio gallego. Situada en el vértice del ángulo cuyos lados son el Atlántico y el Miño, esta villa, que esmalta la margen del mar, de cuya espuma parece haber tomado la albura de su caserío, es el primer pueblo español al Noroeste de Portugal.
De la importancia que tuvo La Guardia, como pueblo costero o fronterizo, hablan aún, en el lenguaje misterioso de las ruinas, los castros del Tecla, anteriores, en gran parte, a la dominación romana, y la carcomida Atalaya, en la cual, a pesar de haber sido construida por los portugueses  en 1665, cuando tomaron esta villa, puso la fantasía popular, siempre fecunda, una agarena encantada, que se sumergía, a la luz de la luna, en las ondas que salpicaban su alcázar. También hablan en ese mismo lenguaje, no solo el vetusto muro, castro ibérico restaurado en 1585, desde el cual podía verse a la agarena, como D. Rodrigo a la Cava, sino el Castillo de Santa Cruz, joya de la arquitectura militar, hecha en tiempos de Felipe II, por haberse creído que no bastaba el citado muro a la defensa de la villa contra las correrías de Drake.
La Guardia, hoy por hoy, es uno de los pueblos mas ricos de España, pero no por su producción agrícola, que no provee a sus necesidades, ni por la ganancia de los pescadores, que decrece día a día, ni siquiera por la importancia de sus industrias, que producen madera de sierra en Camposancos y obras de cerámica en Las Cachadas, sino por los capitales que ha recibido y recibe de Ultramar, donde los guardeses, con el pensamiento en la patria, con el corazón en los lares, ejercitando con ahínco sus actividades, peleando noblemente por la vida, logran convertir en holgura las estrecheces del terruño.
Acaso no haya una región entre Méjico y Buenos Aires, entre Chile y Brasil, donde algún hijo de La Guardia no transforme en oro el sudor con que fertiliza el suelo, o donde no fecunde con sus huesos, rendido el hado adverso, la tierra a que se había encaminado, cual nuevo argonauta, en busca de áureo vellocino, cuya posesión representa, en todos los ámbitos del globo, no ya el cumplimiento de los mas vivos anhelos, sino el único mérito que no se discute en ningún paraje del mundo.
Mayor sería aún la riqueza de esta villa, con ser tanta, si muchos de los guardeses acaudalados no se domiciliaran fuera de la tierra nativa, y, sobre todo, si los vapores del bou no empobrecieran el mar en los sitios en que los pescadores guardeses tienden sus redes volantes, las cuales no pueden sustituirse por modernas artes de pesca, en virtud de que los nuevos aparejos necesitan embarcaciones para las que no sirve este puerto.
Tan grandes como la riqueza social de La Guardia, son las bondades de su clima y las bellezas de su suelo. Por eso, con playas de limpias y yodadas aguas, con hermosos paseos, con tres sociedades recreativas, con diversas y excelentes vías de comunicación, con diario servicio de automóvil a Tuy y Vigo, con pintorescos alrededores, donde se hallan Salcidos, con su vistoso Castro, Camposancos, perfumado por los laureles de sus huertos, esta villa, que está a un paso de la estación de Camiña, desde la cual se va en tres horas a Oporto, en diez a Lisboa y en diecinueve a Madrid, es un delicioso retiro veraniego, frecuentado por no pocos bañistas, a cuya contemplación se ofrecen la majestad del mar, perennemente surcado por soberbias naves, y el primor de la campiña, pródigamente dotada de espléndidos paisajes.
Los bañistas, además, cuentan con toda suerte de facilidades para hacer gratas excursiones a los pueblos comarcanos, pues no lejos de La Guardia, sobre la carretera de Vigo, se encuentra Oya, con su famoso monasterio, fundado por Alfonso VII hacia el primer tercio del siglo XII; mas cerca todavía, sobre el extremo de su carretera, está la villa del Rosal, cuyos barrios, casi ocultos entre sotos y pinares, se extienden por los ribazos más pintorescos del valle; a igual distancia, sobre la carretera de Tuy, blanquean en la ribera del Miño, San Miguel y San Juan de Tabagón, lugares amenísimos, ricos de matices, que exaltan el ánimo en idílicas emociones.
Manuel Alvarez

Pero los méritos de La Guardia, a los que hay que agregar el de dos colegios, uno de los Padres Jesuitas y otro de las Hermanas Carmelitas, no son bastantes para que pueda darse por averiguado su adelanto, porque le faltan no pocas cosas para pasar por pueblo adelantado. Le faltan, entre otros mejoramientos, escuelas, un asilo o un hospital, una plaza de abastos de abastos y buenos caminos a la playa. Todo esto, así como la carretera al Rosal por Cividanes, la de Camposancos hasta el puerto, dando la vuelta al Tecla, y otra a la cumbre de este monte, que es uno de los mas grandes miradores que hizo el Creador para que se admiren las maravillas de su obra, podría alcanzarse fácilmente en no largo tiempo, si la fuerza del patriotismo, sostenida por el fuego del entusiasmo, manejase la palanca de la voluntad.
Ea, pues, guardeses, presentes y ausentes, dotemos a La Guardia, de las mejoras que nos den un título al espeto y estimación de quienes nos visiten, porque, señores, si pasamos por el mundo sin dejar señales de haber trabajado por el engrandecimiento del pueblo natal, que es tanto como no haber trabajado por engrandecernos ante nosotros mismos, solo habremos servido para hacer mas pesada la tierra que cubra piadosamente nuestros restos.
Manuel Alvarez
La Guardia, Septiembre de 1.909

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