Por Eliseo Alonso
Los vemos allá abajo, desde la
carretera. Redondos como faros, su mampostería resiste a la ruina, en medio de
la soledad de los roquedos de A Guarda. Ya desaparecieron sus aspas, unidas a
un tejado giratorio, de materiales más livianos y endebles que sus paredes de
torreón. Una veleta, amada de todos los vientos, remataba la cúpula que se
hacía girar, orientándola hacia el punto en que las brisas saladas movían el
molino, soplando en las aspas.
Hace años y molineras ya idas
moliendo harina de estrellas, dejarían por aquí el símil de un paisaje holandés
o de La Mancha de Don Quijote. O, tal vez, serían como una gran mariposa posada
en la orilla del mar. Pero es vieja la historia de sus antepasados. Hay
referencia de que los griegos ya conocían su mecanismo, y en el año 644 se
menciona la existencia de molinos de viento en las zonas secas –y hoy
conflictivas- entre Irán y Afganistán. Por España eran conocidas en el siglo X,
y en Portugal, un documento de Évora, lo cita en el año 1303.
La falta de ríos con cauces
adecuados para la instalación de molinos hidráulicos es causa de que éstos sean
sustituidos por la fuerza del viento en las zonas costeras y los altozanos más
azotados. Un grupo de tres molinos, también en ruinas, aun se levantan en lo
alto del monte Mesón del pueblo de Abalo, en Catoira. Se supone que son de
origen muy antiguo. Por ahí con el peculiar bordoneo de su girar, mueven sus
palas como cuatro alas blancas.
Al otro lado de la foz del Miño
languidecen su molienda los molinos costeros de Portugal. Bien conservados, y
algunos funcionando, desde Montedor hacia el sur, nos permiten estudiar su
estructura y mecanismo, que suponemos iguales a los de A Guarda.
Estos molinos de viento constan
de un eje, atravesado por ocho vergas que sostienen cuatro velas triangulares
que forman las aspas. En uno de esos más próximos molinos, en Montedor, las
aspas se forman con tablillas móviles, que se agregan o se retiran según la
intensidad de los vientos. Posiblemente serían con el que guardasen más
semejanza los nuestros. Un sistema de ejes, con engranajes que mueven la muela,
completan su funcionamiento.
Algunas piedras ahumadas de los
de A Guarda –de no ser de hogueras más recientes- pueden señalar la presencia
del horno en donde se cocería la “bica”, en las esperas de las “muiñadas”, de
modo análogo a lo que se hace en los molinos de agua. Seguiremos averiguando el
origen y el folklore de estos molinos, contando con la colaboración del amigo
Cándido, pero sería interesante que tuviesen alguna protección oficial antes de
su total ruina. Y que, al menos algunos, fuesen reconstruidos para
enriquecimiento del paisaje guardés y amor al pan de los antepasados.
Así veríamos, otra vez, a los
roqueros “muiños de vento”, como veleros navegando por la harina, impulsados
por un viento marino y cereal
FARO DE VIGO, 6 de Agosto de 1980
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