domingo, 4 de enero de 2015

(A GUARDA) "NOSTALGIA" José Ramos Pérez, Libro Festas do Monte, 1957

NOSTALGIA

Toda persona se siente inclinada a elogiar el lugar donde nació. El gallego es en grado máximo entusiasta ferviente y ensalzador “urbi et orbi” de su terriña. El medio en que se desenvuelve le obliga, porque no existe un capricho de su alma de artista que no sea satisfecho por el panorama galaico. Bajo estas consideraciones no es extraño que se hayan generalizado las palabras “morriña” y “saudade”.
En las fiestas representativas de La Guardia quisiera, llevado por un grato recuerdo, ofrecerle algo que supusiese un esfuerzo, ansia de superación, agradecimiento.

En estas fechas en que los mayores sacan a relucir sus recuerdos y avasallan a la gente joven diciendo que tiempos como los suyos no volverán, en que los jóvenes cosechan emociones para hacer lo propio con generaciones venideras, La Guardia, más que en ninguna otra época del año, es recordada por seres que se alejaron tras un señuelo de prosperidad. A estos y a los que ahí residen quisiera mostrarles su pueblo con el color del cristal con que lo miro.

Cuanta gente, a fuerza de contemplar continuamente las bellezas del ambiente, no se percata del tesoro que la rodea. Pero llega al fin la realidad cuando se puede aplicar a este caso un dicho que se oye con frecuencia: “hasta que nos falte algo no nos damos cuenta de lo que representa para nosotros”.

La Guardia, pudiéramos decir sin énfasis ni hipérbole, es el centro geopolítico de una comarca, su comercio y su actividad están basados en esta característica. Por esa razón no se puede considerar aislada dentro de su perímetro urbano, algo así como un cuadro de valor incalculable con un marco cuyo valor no puede subestimarse.

La Guardia no está constituida solamente por la abigarrada policromía de sus calles marineras, ni por el monte Santa Tecla con la fabulosa carga de historia que soporta a través de los siglos con resistencia de coloso, ni por sus domingos felices o las fiestas que va dejando caer el calendario a lo largo del año.

Todas estas cosas y otras muchas más forman el núcleo, el centro de gravitación. Pero en una visita hay que asociar a este recuerdo todo lo que se observa. Una mirada desde "El Monte" con la fascinadora atracción que ejerce la hermosura del paisaje nos convence de ello.

La Guardia es también la campiña recortada en infinidad de geométricas figuras, cuando la primavera tiende sobre ella sus alas etéreas de hada cariñosa, despertando los periantíos con su varita mágica y nimbando cada tallo con corolas de colorido original. Los bosques que rivalizan por sombrear Punta Barbela. Los molinos que se yerguen con silueta confusa y anacrónica. La carretera que serpentea por la costa ciñendo una a una las montañas que se asoman al mar “Mar Tenebroso”. El Océano que envía legiones de olas con primorosos encajes de blanquísima espuma en la cresta, que se apresuran a depositarlos a sus pies en un beso continuo y eterno. La flotilla de incontables gamelas que, recortando sus velas en el horizonte, se adentran valientemente en el mar, cuando el sol deja destellos dorados en su superficie y pone pinceladas purpúreas en el cielo. Y las noches de verano con un firmamento esmaltado de estrellas que guiñan picarescas a los marineros que regresan felices con la carga palpitante de su inestimable sardina. “La Marina” con su hormigueo, caras que sonríen satisfechas al pronunciar la palabra “milleiro”. El tramo postrero del río Miño, fluyendo con languidez, melancólico, triste, con el pesar que se adivina en sus aguas que presienten la vecina despedida de márgenes tan frondosas y ubérrimas, donde los pueblecitos se agolpan curiosos a contemplar su grácil figura reflejada en su seno. Bandos de casitas que parecen níveos pañuelos agitándose en un adios cariñoso al río que lame sus pies. Más de una noche contemplé su desembocadura cuando la luna cubre la quietud de sus aguas con un manto de plata y me pareció ver como se mecían las ondinas y náyades en su superficie rizada por la brisa y que las ninfas saliendo de los cercados pinares corretean por la orilla agitando el agua con sus piececitos.

Siendo Galicia fecunda en leyendas no sería extraño que existiese una que explicase que cuando el viento gime aprisionado en la espesura de sus montes con lamentos de cíclope aprisionado, se trata del espíritu de viajeros que dejaron su alma cautiva, tributo a la grandeza de la naturaleza.

Por eso no es extraño que un guardés añore su tierra, ni que la añore yo que no nací a la sombra del Tecla. Por eso habiendo muchas personas que podrían explicarla, solo los que se alejan de La Guardia saben el verdadero significado de la palabra nostalgia.

            Madrid, junio de 1957

                                                                                              José Ramos Pérez

Publicado no libro das Festas do Monte de 1957

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