viernes, 3 de marzo de 2017

(A GUARDA) ECOS DEL CARMELO Y PRAGA (1942) La Fiesta del Voto



Son las ocho de la mañana del día 17 de agosto de 1942. El autor de esta crónica no puede quejarse de su suerte, pues la amabilidad de un apreciadísimo amigo le ha proporcionado el placer de hallarse a esta hora en la cima del Tecla, monte encantador, balcón desde el que España se asoma a Portugal, cutas suaves vertientes bañan por un lado el caudaloso Miño y por la otra las ondas procelosas del Atlántico.

Hasta hace algunos años, la fama del monte de Santa Tecla no había traspasado los límites provincianos y de sus pliegues y quebradas sólo transcendían aromas religiosos de de cánticos penitenciales entonados por los hombres de Galicia, tanto de los que roban al mar todos los días sus tesoros de pesca, como de los que se curvan incansables sobre las llanadas del Miño, que cortan en dos fundándolas el Coire y el Tamuje.

Más hogaño, los peregrinos del placer han invadido estas soledades profanándolas. Ya se oyen risas estrepitosas de ellos y ellas; las roncas trepidaciones de autobuses y coches de recreo que escalan el monte por la ancha carretera acallan el suave rumor del oleaje marino; y arriba, en la cumbre, frente a frente de la ermita de Santa Tecla alzan su liviana silueta los hoteles y restaurantes donde se asoman y exhiben gentes extrañas de todas las partes del mundo. ¡Ah! Y en los hoteles, los imprescindibles libros de oro donde magníficas plumas estilográficas han dado forma a pensamientos de lodo y tierra, tan triviales como éste: “Estupendo es el Monte Tecla, pero más estupendas las empanadillas que he comido en el hotel… X”



Panorama (al Miño) desde el Monte Santa Tecla.

Pero el autor no ha subido hoy al monte a llorar sus glorias pasadas, ni a ponderar sus bellezas presentes y los espléndidos panoramas que desde aquí se divisan,-los mejores del mundo según lo afirman muchos turistas en los citados libros de oro- sino a exaltar y dar a conocer a los lectores de “Ecos…” una bellísima y edificante tradición religiosa de esta tierra, que puede enorgullecerse de haber sabido mantener fresca y lozana la flor de la penitencia en estos parajes, que desde hace años soportan la pesadumbre de todos los afeites y tatuajes de la liviandad y desenfreno de sus visitantes modernos.

Hay en la cima del monte una ermita, pobre y humilde, pero aseada, dedicada a la virgen y protomártir Santa Tecla. Créese que su devoción fué traída a esta región por la famosa peregrina gallega Eteria. Sea lo que fuere del origen de su devoción , parece indudable que ésta se hallaba ya sólidamente arraigada en el siglo XIV, pues a mediados de él, en el año 1355, se instituyó en su honor la Fiesta del Voto. He aquí el hecho que dió lugar a esta fiesta singular, según se lee en el libro de las Constituciones de la Hermandad del Clamor, que es la encargada de su organización. “Habiendo padecido una extraordinaria sequía y falta de agua en esta tierra por algunos años, acudieron los circunvecinos a la protección de la gloriosa Santa Tecla y por su medio lograron el beneficio de lluvia tan oportunamente, que se dejó ver con bastante claridad, haber sido por su intercesión, y de aquí tomaron motivo estos pueblos para votar el ayuno anual y extraordinario de pan y agua, que se observa, sin decadencia, después de tantos años, el lunes y martes de la infraoctava de la Asunción de nuestra Señora, y los más ejercicios y mortificaciones que en dicho monte se practican”.

Como se ve es una fiesta de penitencia esta del “Voto”, tanto más notable cuanto que se celebra en pleno verano y en plena faena de recolección. Lo más edificante del caso es que se trata de una fiesta de penitencia de solo hombres; las mujeres tienen prohibido el acceso al monte; sólamente los hombres pueden ese día escalar su áspera vertiente.



Cima del Monte de Santa Tecla.


Acuden a la fiesta hombres y niños de las parroquias de La Guardia, Salcidos, El Rosal, Camposancos, los Tabagones (San Miguel y San Juan) y las Eiras, pueblos todos situados en el valle del Miño. Ya al clarear el día comienzan a llegar a la falda del Monte grupos de hombres, llevando al hombro la escarcela de su condumio penitencial. Algo más arriba de la mitad del monte se alzan las diversas estaciones de un Vía-Crucis de piedra; uno del grupo (a falta de sacerdote, pues si le hay en el grupo, a él compete) dirige el Vía-Crucis, que todos siguen devotamente. Desde las siete se suceden las misas rezadas en las que comulgan casi todos los hombres, previa una sincera y dolorosa confesión con uno de los cuatro confesores que les atienden, ayudados por varios Padres Jesuitas de El Pasaje.

Mientras esto sucede en la ermita y los grupos de hombres que recorren el Vía-Crucis se suceden sin interrupción, allá por la carretera se acerca la procesión, que salió muy de mañana de El Rosal con la imagen de Santa Tecla llevada a hombros de romeros que se renuevan al entrar en los términos de cada feligresía. Acompañan al grupo los señores Abades de las parroquias, que se van agregando a la procesión al pasar ésta por sus parroquias y van engrosándose las filas con los devotos que han oído misa y comulgado en sus pueblos; también se agrega un nutrido grupo de mujeres que acompañan a la Santa hasta la falda del monte, desde donde se vuelven a sus casas, pues hoy el acceso al monte les está prohibido. Son cerca de las diez y media cuando llega la procesión a la ermita del Tecla.



Santa Tecla. Protomártir.

Hacia las once, cuando ya han terminado las confesiones, tiene lugar la Misa solemne, cantada por el Prior de la Hermandad del Clamor, que es siempre elegido entre los sacerdotes de la comarca, socios todos ellos de la Hermandad. A continuación de la Misa tiene lugar la procesión con la imagen de la Santa que por la mañana han paseado triunfalmente desde el lejano pueblo de El Rosal. Esta vez la procesión se desenrolla dando una vuelta a la ermita y descendiendo a la explanada, frente al púlpito de piedra, se coloca a la sagrada imagen frente al predicador y éste recita su sermón de penitencia a los hombres, que le oyen sentados en las gradas y a la sombra de los árboles. Ningún escenario más apropiado para reproducir el Sermón de la Montaña frente al mar de Tiberíades. Aquí y allí, pescadores curtidos por los vientos yoizados del mar; aquí y allí, la misma doctrina de penitencia; aquí y allí la sombra del cielo por bóveda y la azul lejanía del mar por horizonte; aquí y allí los hombres de buena voluntad que quieren ser buenos, aunque luego las obras no den en el blanco de tan altos deseos.

Acabado el sermón se bendicen los panes que llevan los peregrinos por toda vianda y leída la lista de los nuevos nombramientos para los cargos directivos de la Hermandad, sigue la procesión hasta el Facho (o picacho) del monte que da vista al pueblo pesquero de La Guardia y a toda la gran explanada del Miño. En lo alto se depositan sobre una peña cubierta casi de hierba las andas de la Santa y los sacerdotes las rodean de rodillas en dos coros, rezando alternativamente los salmos graduales y los penitenciales con las letanías de todos los Santos; luego se canta el Veni creator Spiritus, y el diácono, previo el Munda cor meum, y la incensación, canta el evangelio de Santa Tecla, que es el del día de la Ascensión. ¡Qué bien suenan aquí las palabras del Maestro de los Apóstoles: “Id por todo el mundo y predicad mi Evangelio. Parecen resonar aquí esas palabras  con valor de nueva misión evangélica: “Ad, hombres sanos, cristianos de verdad, en este rincón paradisíaco de Galicia, y enseñad a los cobardes cristianos de hoy día cómo en plena estación de veraneos y placeres sensuales se puede y se debe hacer penitencia”.


Panorama desde el Monte al Atlántico.

La procesión se ha vuelto a poner en marcha. Ahora va camino del Facho del Sur, llamado de San Francisco, por encima de los modernos hoteles, de cara al Atlántico y a Portugal, por donde regresa a la ermita.


Púlpito.
Con esto se termina la fiesta, después de la cual la multitud se desparrama por el monte y los eclesiásticos se recogen a su hospedería, la llamada Casa dos Cregos, vecina a la ermita donde se da a cada uno un pan, comiendo de él y bebiendo agua fresca, en memoria del ayuno a pan y agua que antes observaban todos, eclesiásticos y seglares, rigidísimamente, y que hoy se practica muy atenuado.

Eran las tres de la tarde bien pasadas, Cuando por una extraña senda bordeada de pinos y eucaliptos descendía del monte a paso lento de un grupo de eclesiásticos . van delante D. Juan Pérez, Abad de El Rosal y D. Martín Álvarez, que lo es de Salcidos. Suman sus vidas más de siglo y medio de existencia y su venerada ancianidad y el prestigio y ascendiente que gozan entre sus feligreses honrarían muy bien a los capisayos cardenalicios. Detrás de ellos van sus fieles Coadjutores, don Evaristo Crespo y mi queridísimo amigo don Anselmo Pérez. Cierra la comitiva el autor de estas líneas, quien su interior va revolviendo esta idea: si algún día escribiese yo algo sobre esta fiesta tan singular y edificante, tan digna de ser conocida e imitada, pondría a mi artículo este

                                                                                                          ENVIO:

Para vosotros, dignísimos sacerdotes de El Rosal, Salcidos y todo el valle del Miño estas líneas. Hoy, que el mundo está desquiciado y el cristianismo de muchos pueblos en crisis, podéis vosotros todavía decir una palabra de optimismo con el ejemplo de vuestras feligresías en pleno florecimiento.

            Burgos 15 de Septiembre de 1942.

FR. OTILIO DEL N. JESUS, O. C. D.



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