Son las ocho de
la mañana del día 17 de agosto de 1942. El autor de esta crónica no puede
quejarse de su suerte, pues la amabilidad de un apreciadísimo amigo le ha
proporcionado el placer de hallarse a esta hora en la cima del Tecla, monte
encantador, balcón desde el que España se asoma a Portugal, cutas suaves
vertientes bañan por un lado el caudaloso Miño y por la otra las ondas
procelosas del Atlántico.
Hasta hace
algunos años, la fama del monte de Santa Tecla no había traspasado los límites
provincianos y de sus pliegues y quebradas sólo transcendían aromas religiosos
de de cánticos penitenciales entonados por los hombres de Galicia, tanto de los
que roban al mar todos los días sus tesoros de pesca, como de los que se curvan
incansables sobre las llanadas del Miño, que cortan en dos fundándolas el Coire
y el Tamuje.
Más hogaño, los
peregrinos del placer han invadido estas soledades profanándolas. Ya se oyen
risas estrepitosas de ellos y ellas; las roncas trepidaciones de autobuses y
coches de recreo que escalan el monte por la ancha carretera acallan el suave
rumor del oleaje marino; y arriba, en la cumbre, frente a frente de la ermita
de Santa Tecla alzan su liviana silueta los hoteles y restaurantes donde se
asoman y exhiben gentes extrañas de todas las partes del mundo. ¡Ah! Y en los
hoteles, los imprescindibles libros de
oro donde magníficas plumas estilográficas han dado forma a pensamientos de
lodo y tierra, tan triviales como éste: “Estupendo es el Monte Tecla, pero más
estupendas las empanadillas que he comido en el hotel… X”
Panorama
(al Miño) desde el Monte Santa Tecla.
Pero el autor no
ha subido hoy al monte a llorar sus glorias pasadas, ni a ponderar sus bellezas
presentes y los espléndidos panoramas que desde aquí se divisan,-los mejores
del mundo según lo afirman muchos turistas en los citados libros de oro- sino a exaltar y dar a conocer a los lectores de
“Ecos…” una bellísima y edificante tradición religiosa de esta tierra, que
puede enorgullecerse de haber sabido mantener fresca y lozana la flor de la
penitencia en estos parajes, que desde hace años soportan la pesadumbre de
todos los afeites y tatuajes de la liviandad y desenfreno de sus visitantes
modernos.
Hay en la cima
del monte una ermita, pobre y humilde, pero aseada, dedicada a la virgen y
protomártir Santa Tecla. Créese que su devoción fué traída a esta región por la
famosa peregrina gallega Eteria. Sea lo que fuere del origen de su devoción ,
parece indudable que ésta se hallaba ya sólidamente arraigada en el siglo XIV,
pues a mediados de él, en el año 1355, se instituyó en su honor la Fiesta del Voto. He aquí el hecho que
dió lugar a esta fiesta singular, según se lee en el libro de las
Constituciones de la Hermandad del Clamor,
que es la encargada de su organización. “Habiendo padecido una extraordinaria
sequía y falta de agua en esta tierra por algunos años, acudieron los
circunvecinos a la protección de la gloriosa Santa Tecla y por su medio
lograron el beneficio de lluvia tan oportunamente, que se dejó ver con bastante
claridad, haber sido por su intercesión, y de aquí tomaron motivo estos pueblos
para votar el ayuno anual y extraordinario de pan y agua, que se observa, sin
decadencia, después de tantos años, el lunes y martes de la infraoctava de la
Asunción de nuestra Señora, y los más ejercicios y mortificaciones que en dicho
monte se practican”.
Como se ve es una
fiesta de penitencia esta del “Voto”, tanto más notable cuanto que se celebra
en pleno verano y en plena faena de recolección. Lo más edificante del caso es
que se trata de una fiesta de penitencia de
solo hombres; las mujeres tienen prohibido el acceso al monte; sólamente
los hombres pueden ese día escalar su áspera vertiente.
Cima
del Monte de Santa Tecla.
Acuden a la fiesta hombres y niños de las parroquias de La Guardia,
Salcidos, El Rosal, Camposancos, los Tabagones (San Miguel y San Juan) y las
Eiras, pueblos todos situados en el valle del Miño. Ya al clarear el día
comienzan a llegar a la falda del Monte grupos de hombres, llevando al hombro
la escarcela de su condumio penitencial. Algo más arriba de la mitad del monte
se alzan las diversas estaciones de un Vía-Crucis de piedra; uno del grupo (a
falta de sacerdote, pues si le hay en el grupo, a él compete) dirige el
Vía-Crucis, que todos siguen devotamente. Desde las siete se suceden las misas
rezadas en las que comulgan casi todos los hombres, previa una sincera y
dolorosa confesión con uno de los cuatro confesores que les atienden, ayudados
por varios Padres Jesuitas de El Pasaje.
Mientras esto sucede en la ermita y los grupos de hombres que recorren el
Vía-Crucis se suceden sin interrupción, allá por la carretera se acerca la
procesión, que salió muy de mañana de El Rosal con la imagen de Santa Tecla
llevada a hombros de romeros que se renuevan al entrar en los términos de cada
feligresía. Acompañan al grupo los señores Abades de las parroquias, que se van
agregando a la procesión al pasar ésta por sus parroquias y van engrosándose
las filas con los devotos que han oído misa y comulgado en sus pueblos; también
se agrega un nutrido grupo de mujeres que acompañan a la Santa hasta la falda
del monte, desde donde se vuelven a sus casas, pues hoy el acceso al monte les
está prohibido. Son cerca de las diez y media cuando llega la procesión a la
ermita del Tecla.
Santa
Tecla. Protomártir.
Hacia las once, cuando ya han terminado las confesiones, tiene lugar la
Misa solemne, cantada por el Prior de la Hermandad
del Clamor, que es siempre elegido entre los sacerdotes de la comarca,
socios todos ellos de la Hermandad. A continuación de la Misa tiene lugar la
procesión con la imagen de la Santa que por la mañana han paseado triunfalmente
desde el lejano pueblo de El Rosal. Esta vez la procesión se desenrolla dando
una vuelta a la ermita y descendiendo a la explanada, frente al púlpito de
piedra, se coloca a la sagrada imagen frente al predicador y éste recita su sermón
de penitencia a los hombres, que le oyen sentados en las gradas y a la sombra
de los árboles. Ningún escenario más apropiado para reproducir el Sermón de la Montaña frente al mar de
Tiberíades. Aquí y allí, pescadores curtidos por los vientos yoizados del mar;
aquí y allí, la misma doctrina de penitencia; aquí y allí la sombra del cielo
por bóveda y la azul lejanía del mar por horizonte; aquí y allí los hombres de
buena voluntad que quieren ser buenos, aunque luego las obras no den en el
blanco de tan altos deseos.
Acabado el sermón se bendicen los panes que llevan los peregrinos por toda
vianda y leída la lista de los nuevos nombramientos para los cargos directivos
de la Hermandad, sigue la procesión hasta el Facho (o picacho) del monte que da
vista al pueblo pesquero de La Guardia y a toda la gran explanada del Miño. En
lo alto se depositan sobre una peña cubierta casi de hierba las andas de la
Santa y los sacerdotes las rodean de rodillas en dos coros, rezando
alternativamente los salmos graduales y los penitenciales con las letanías de
todos los Santos; luego se canta el Veni
creator Spiritus, y el diácono, previo el Munda cor meum, y la incensación, canta el evangelio de Santa Tecla,
que es el del día de la Ascensión. ¡Qué bien suenan aquí las palabras del
Maestro de los Apóstoles: “Id por todo el mundo y predicad mi Evangelio.
Parecen resonar aquí esas palabras con
valor de nueva misión evangélica: “Ad, hombres sanos, cristianos de verdad, en
este rincón paradisíaco de Galicia, y enseñad a los cobardes cristianos de hoy
día cómo en plena estación de veraneos y placeres sensuales se puede y se debe
hacer penitencia”.
Panorama
desde el Monte al Atlántico.
La procesión se ha vuelto a poner en marcha. Ahora va camino del Facho del
Sur, llamado de San Francisco, por encima de los modernos hoteles, de cara al
Atlántico y a Portugal, por donde regresa a la ermita.
Púlpito.
Con esto se termina la fiesta, después de la cual la multitud se desparrama
por el monte y los eclesiásticos se recogen a su hospedería, la llamada Casa dos Cregos, vecina a la ermita
donde se da a cada uno un pan, comiendo de él y bebiendo agua fresca, en
memoria del ayuno a pan y agua que antes observaban todos, eclesiásticos y
seglares, rigidísimamente, y que hoy se practica muy atenuado.
Eran las tres de la tarde bien pasadas, Cuando por una extraña senda
bordeada de pinos y eucaliptos descendía del monte a paso lento de un grupo de
eclesiásticos . van delante D. Juan Pérez, Abad de El Rosal y D. Martín
Álvarez, que lo es de Salcidos. Suman sus vidas más de siglo y medio de
existencia y su venerada ancianidad y el prestigio y ascendiente que gozan
entre sus feligreses honrarían muy bien a los capisayos cardenalicios. Detrás
de ellos van sus fieles Coadjutores, don Evaristo Crespo y mi queridísimo amigo
don Anselmo Pérez. Cierra la comitiva el autor de estas líneas, quien su
interior va revolviendo esta idea: si algún día escribiese yo algo sobre esta
fiesta tan singular y edificante, tan digna de ser conocida e imitada, pondría
a mi artículo este
ENVIO:
Para vosotros, dignísimos sacerdotes de El Rosal, Salcidos y todo el valle
del Miño estas líneas. Hoy, que el mundo está desquiciado y el cristianismo de
muchos pueblos en crisis, podéis vosotros todavía decir una palabra de
optimismo con el ejemplo de vuestras feligresías en pleno florecimiento.
Burgos 15 de Septiembre de
1942.
FR. OTILIO DEL N. JESUS, O. C. D.
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