…Detén caminante tus pasos en lo alto de esta cima, y
contempla arrobado por mística unción, la maravillosa perspectiva que ante tus
ojos se dilata expléndida…
No será posible
encontrar nada parecido.
Bajo el sudario oro y
azul que cae de los cielos para envolverlo todo, vibra, al unísono del suave
latir de esta tarde magnética, la ola fecunda que brota ardiente de la tierra
para sumirnos en un inquietante nirvana.
Sobre nosotros la
cúpula misteriosa de los cielos que ostenta irisaciones de gigantesco ópalo, a
la espalda, el huraño rugir del embravecido océano al estrellarse impotente
contra el pétreo acantilado, y al frente….al frente, la visión de maravilla de
un panorama de ensueño, al que una cinta e plata parte en os, para reflejar
mejor en su pulida superficie la emocionante belleza de esta tierras de Iberia:
¡Galicia! ¡Portugal!
Alejado por la
distancia que da la altura, se ve, allá en el fondo, el gris canario guardense.
Cara al rugiente mar, parece sonreír, desafiándolo fiero, excitado por la
inquieta caricia que brota poderosa y cálida de la tierra, como el ardoroso
jadeo de una amante apasionada.
Todo parece tener
desde la altura, la perenne belleza de la que ha de subsistir siempre. Algo misterioso
y lleno de ritual solemnidad hace tender al espíritu sus alas en un vago deseo
de eternizarse.
Pródigamente umbrosas
y fecundas, descúbrense en considerable extensión las tierras fronterizas.
Elevados montes, verdes colinas, pendientes suaves, como las formas de una
impúber…¡valles frondosos!. Todo pasa ante nosotros con la atrayente visualidad
de un alucinante estereoscopio.
Silencioso y tranquilo
parece descansar todo bajo un cielo de esmeril. Las casas lejanas, son un cante
al variado verdor de los campos, el confiado pasar de unas blancas palomas,
-rompe el silencio augusto de la tarde que muere- la nostálgica melodía de una
canción del país.
Es una voz de mujer la
que lanza al espacio el melancólico tremar de su alma enamorada. En esta sencilla
canción parece vibrar una ancestral saudade. Quizá encontremos la causa de este
sentimiento nuestro en la emoción sentida al pisar por vez primera lo que fue
solar de nuestros mayores. En los días que corren, el celo, la constancia, la
oscura abnegada y entusiasta labor de unos hombres modestos, puso al
descubierto, para admiración y respeto de todos, los cimientos de este pueblo
prehistórico.
¿De que raza o de que
tribu fueron estos primitivos moradores? Hagamos un ligero repaso retrospectivo
en el que solo pueden seguirnos como buenas compañeras, la imaginación y la
fantasía.
Todos los pueblos
quieren tener la infantil satisfacción de una antigüedad más allá de la
historia y del recuerdo
Un pasaje del
historiador de los judíos, Josafá, hace creer a muchos que fue Túbal, hijo de
Japhet y nieto de Noé, el primer hombre que vino a España.
Por otra parte, dice
el Génesis en uno de sus capítulos, en uno de sus capítulos, que después de la
horrible confusión de las lenguas en la famosa Torre de Babel, castigo que el
Señor envió a los hombres para humillar la audacia o la soberbia de los
mortales que querían acercarse a los cielos y ser tanto como el que manda en
ellos, Tharsis, hijo de Javán y nieto de Japhet, vino con los suyos a poblar
las tierras.
Dejando aun lado el
campo de la fantasía donde no es posible hacer, por lo lejano de los tiempos y
lo confuso de los textos una depurada investigación histórica, es lo más
probable que sus primeros habitantes de España fueran los íberos de la gran familia
escita, tribu nómada, dedicada como todas en aquellos tiempos, al pastoreo y a
la guerra. (H.G.E.; Modesto Lafuente, I.I.c.I.) Estas gentes, que partieron de
la India escita, se derramaron por toda Europa hasta llegar a su extremo
occidental.
Mas tarde, sus
descendientes, opusieron tenaz y heroica resistencia a las invictas legiones de
Roma. Están conformes todos los historiadores en calificarlos de audaces y
bravos, y cuentan, que antes de dejarse hacer prisioneros, preferían darse
muerte para no verse convertidos en esclavos de los arrolladores del mundo.
En una retrospectiva
visión, los vemos salir de estas sencillas viviendas circulares para empuñar
valientes las armas y sacrificar la vida defendiendo la tierra sagrada.
Detente ante los pétreos
restos del solar de tus mayores y siente desde esta cima que debió de servirles
un día de espléndida atalaya, el éxtasis bienhechor capaz de llevarnos más allá
del dolor y del mal. Ellos desde este sitio, lanzaron ante el peligro sus
gritos de guerra.
Tú, hombre civilizado,
eleva desde aquí un canto corajudo y vibrante en honor de todas las glorias e
vieja y fecunda Suevia.
J. Fernández Sierra, La Guardia,
1922 EL ECO DE GALICIA (30.09.1922)
Recopilación en montaxe
Celso R. Fariñas
InfoMAXE
Publicado no libro das Festas do Monte de 2017
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