CRÓNICA
GUARDESA
(LA
VOZ DEL TECLA-7 de Mayo de 1911-N.º 2)
¿Qué
quien fué el primero que dió nombre tan propio á tan simpático lugar? No lo sé,
ni acaso el mismo que se lo dió, tumbado, tal vez, sobre el fresco césped,
aspirando el olor acre de los pinos, se
recuerde de que fué él quién dió el nombre al rinconcito aquel.
El
caso es que alguien un día le llamó “Sanatorio” á un pinar, un pequeño
pinar que realza su tono verde oscuro sobre el árida ladera del monte Torroso.
En la
fotografía, a la derecha el pinar pegado á la carretera de Bayona, llamado el
“Sanatorio”.
Se
halla á un lado de la carretera de Bayona, vulgarmente llamada dos
Casás, muy cerca de la poética “Cruz das Loucenzas”.
Es
un pinar al borde del camino, en el que hay un pequeño asiento de piedra en
forma de sofá, como puesto allí de intento para que el observador examine
cómodamente el expléndido paisaje que desde allí se mira.
Yo
gusto de ir al “Sanatorio” en los días crudos de invierno, cuando el intenso
frío entumece el cuerpo, y sentarme en aquel sano retiro, calentado por el sol,
al abrigo del cierzo que barre el pueblo. Y gusto también de ir á él en las
tardes de verano, cuando el sol declina, á recibir la fresca brisa que viene
del mar.
Y
sueño. Yo en el “Sanatorio” sueño y recuerdo…
Allá
están los fosos del antiguo “Castillo de
Santa Cruz”, cubiertos de maleza, bajo la que rastrea la culebra; más
arriba las murallas medio derruidas, las garitas derrumbadas, por entre cuyas
ruinas trepa la hiedra y nace el jaramago. ¡Cuántas veces, de niño, bajé á esos
fosos, me encaramé á esas murallas en busca de nidos y á caza de grillos…!
Más
acá as Cobas, llenas de sauces y
abedules, de olorosas retamas, de madreselvas delicadas, por donde serpentea un
regato sobre un de guijas, orillado de verde césped; es el regato donde, cuando
chiquillo, cazaba los pájaros que bajaban á bañarse en él… Cuantas veces sudoroso,
jadeante de correr por estos sitios, de saltar por estos campos, mitigaba la
sed en la fuente dos Casás, que desde
aquí diviso…
Allá,
en el fondo del acantilado, á Area Grande,
donde el mar, al morir, lanza una queja voluptuosa y lenta… Ahí, en compañía de
otros chicos, cansados de salir de peña en peña cuan gárrula bandada de
gorriones, muchas veces me bañé yo siendo niño…
Desde este lugar
solitario, al que vengo en busca de gratos recuerdos, contemplo el escenario de
toda mi niñez. Yo no encuentro otro lugar en mi pueblo donde pase horas de tan
grata melancolía como en “El Sanatorio”.
Acaso por esto mismo los
indianos de mi pueblo gusten, como yo, de tumbarse allí en invierno, al abrigo
del duro norte, sobre el césped del virgiliano pinar, al amor del sol; ó á la
sombra de los pinos en verano, cuando al declinar de la tarde se levanta del
mar la fresca brisa que ensancha los pulmones, y entregarse así al recuerdo de
los tiempos pasados, los bellos tiempos de la niñez, en medio del silencio del
tranquilo paisaje, solamente interrumpido por el pausado vaivén del mar, ó por
el agria canción del saltamontes…
Cándido Rodríguez Vicente (CYRANO)
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