lunes, 8 de enero de 2018

(A GUARDA) "El Monte de Santa Tecla", por Domínguez Fontela, na revista VIGO, en 1927


Panorámica de La Guardia desde el monte Santa Tecla, 1914.
El  Monte  de  Santa  Tecla

ugar obligado para todo turista que viene a Vigo es el monte de Santa Tecla, en La Guardia. Las bellezas encantadores que desde su cima se disfrutan y los descubrimientos arqueológicos que allí vienen realizándose, y que ya dieron por resultado el hallazgo de una ciudad pre-romana, son motivo para constante peregrinación de gentes de todas las clases sociales, españolas y extranjeras, que allí acuden en busca de emociones estéticas y ávidos de conocimientos prehistóricos.


Dedicada esta obra a dar a conocer la ciudad de Vigo en el actual momento histórico, creemos de justicia y necesidad consagrar unas líneas a este rincón de Galicia, ya que hoy, mediante la corriente humana que al monte de Santa Tecla afluye, podemos considerarle como elemento integrante de las bellezas de nuestra ciudad.
Está situado Santa Tecla sobre la desembocadura del Miño. Es un monte completamente aislado, sin encadenamiento ostensible con las sierras meridionales de los Pirineos galaicos. Su altura es de 314 m. sobre el nivel del mar. Antes destituído de toda vegetación, hoy constituye una de las estaciones forestales más bellas y exuberantes de España, pues la floreciente “Sociedad Pro-Monte Santa Tecla”, con la generosa e ilustrada cooperación del culto Ingeniero de montes Excmo. Sr. D. Rafael Areses, ha plantado allí un centenar de miles de árboles de variadas clases, que dan a aquellas cumbres y a sus faldas y vertientes un aspecto verdaderamente deslumbrador. No es ya Santa Tecla una sierra áspera, descarnada, inhabitable; es un amplio parque lleno de flores, arbustos y árboles que, a la vez que perfuman y sanean el ambiente, convierten en deleitable mansión para el que allí sube. cruzado por espaciosa carretera, anchos senderos y escalinatas que conducen a varias plataformas y altos miradores, todo allí convida al turista a hacer agradable la estancia. El agua corre abundante por las fuentes instaladas por la mentada Sociedad. Desde aquellas alturas todo es variedad en el paisaje. Las campiñas portuguesas y gallegas extiéndense inmensas y exuberantes a uno y otro lado del Miño. Las villas de Camiña y La Guardia, tendidas risueñas al pie del monte y la multitud de aldeas y caseríos esparcidas por aquellos valles dan al panorama un aspecto majestuoso, pero sobre todo la grandiosidad del Atlántico, agitadas constantemente sus aguas, y cruzado sin cesar por embarcaciones de todo tonelaje, completan el grandioso espectáculo que se ofrece a la vista.


Es, verdaderamente, Santa Tecla un parque majestuoso, rodeado del más bello de los horizontes, donde la Naturaleza palpita con todos sus bríos, entre las brisas de la fronda propia, el yodado aire de las aguas oceánicas y los perfumes de las flores silvestres mezclados con las seleccionadas de los jardines y el ambiente refrescante de los pinos, bajo los trémolos áureos del Sol espléndido que allí se disfruta en los días serenos y sin nieblas.
Sólo subiendo a aquellas alturas puede uno darse idea de lo grandioso de las facetas de este conjunto armónico de bellezas naturales.
                                                               
            No es menos interesante la excursión al monte de Santa Tecla bajo el punto histórico. La primera y única población pre-romana hasta hoy descubierta y estudiada, en Galicia allí se encuentra, mostrando a las generaciones presentes como se desarrollaba la vida de nuestra raza en las eras milenarias anteriores a Cristo. No era aquel un burgo o un aduar primitivo, raquítico y miserable: tiene todos los caracteres de una amplia ciudad constituida por un núcleo de un millar de viviendas, casi todas circulares, defendida por series de robustas murallas y torres angulares. Destinada a permanente y tranquila habitación en días de sosiego y paz, reúne elementos defensivos suficientes contra el asalto hostil en momentos de extrañas incursiones. En los días de la dominación romana tuvo todos los caracteres de un oppidum inexpugnable.


       ¿Cuándo comenzó allí la vida social?
        Difícil es saberlo. Ni siquiera conocemos el nombre que tuvo en la Geografía arcaica, aunque son muy concluyentes las pruebas que le identifican con la Abóbriga que Plinio sitúa inmediata a Tuy y a las Islas Cíes.
       Al pie de este monte han sido descubiertas estaciones paleolíticas, Chelense y Asturiense, que acusan el remotísimo arcaísmo de nuestras razas ancestrales. Los Kjok-henmodingos o concheros, uno situado en la cumbre y otro al pie del monte, revelan la persistencia de Era eneolítica.
       A ella pertenecen también múltiples objetos de hueso, cerámica, bronce y piedra pulimentada desenterrados con las ruinas de la población.
       Que éstas razas perduraran hasta el período romano lo da a conocer el que con aquellos se hallen confundidos objetos de piedra, hierro y especialmente cerámica signada con caracteres romanos indicadores de su época reciente, ratificada por monedas, algunas imperiales. Entre estos objetos reveladores de la adelantada civilización que aquí dominó, merece especial mención la estatua de bronce de Hércules que reproducimos. Es un ejemplar digno de los mejores Museos que acusa la influencia artística helénica.
       De todos estos descubrimientos dan cuenta al turista al visitar –como debe hacerlo- el amplio Museo que la “Sociedad Pro-Monte Santa Tecla” tiene organizado en La Guardia. Allí en  modestas vitrinas y sencillos anaqueles, están científicamente coleccionados los variados utensilios de arte e industria de los que aquellas razas arcaicas se valían para su vida rudimentaria. Anzuelos, agujas, fíbulas y clavos; cuchillas rectas y curvas, pinzas, alfileres y pendientes de tocado femenil. Cuentas de collares, imperdibles y amuletos, todo ello de bronce, allí se ve, entre mil objetos más, cuidadosamente seleccionados por los amateurs conservadores del Museo de la Sociedad.


       Es también interesantísimo el monte de Santa Tecla por su aspecto religioso. Practícanse aquí periódicamente cultos que no tienen semejanza en ninguna otra diócesis del Cristianismo, mereciendo especial mención en estas páginas los que se celebran en agosto de todos los años con el nombre de fiesta del Voto en los que toman parte hombres exclusivamente. En esta solemnidad, toda ella de penitencia y oración, ayunan todos a pan y agua y practícase una procesión de rogativa en la que se cantan, alternativamente con las preces en griego y en latín del Breviario, plegarias en gallego arcaico con música emocionante por su sencillez sentimental.
       Estos y otros actos penitenciales están reglamentados por las constituciones de la Regla del Clamor que se redactaron el año 1138 y fueron ratificados en el año 1355, con motivo de una sequia pertinaz que, durante siete años consecutivos asoló la comarca del Bajo Miño. Esta festividad del Voto es de las que dejan huella moral en la conciencia de los que allí asisten, pues no se pueden presenciar aquellos actos colectivos de piedad cristiana medioeval, practicados por centenares de hombres, sin que se conmuevan las fibras de la conciencia.
       ¿Cuándo comenzaron estos cultos tan emocionantes, tan arcaicos y tan arraigados hoy en las masas populares? Difícil es concretar la respuesta: pero de las prescripciones de los Concilios gallegos de la época visigoda, dedúcese que tienen su raíz histórica en aquella remota época en que los priscilianistas fueron en España muy perseguidos y odiados. Sin duda que en estas cumbres se refugió una comunidad de discípulos del Obispo de Avila cruelmente sacrificado en Tréveris. La práctica de ásperos ayunos y peregrinaciones a pies descalzos; la prohibición medioeval de que en estas reuniones formasen parte mujeres, como primitivamente se hacía; el culto a Sta. Tecla, a quien la leyenda atribuye el carácter de misionera andariega, compañera de San Pablo en sus peregrinaciones apostólicas, a cuyo oficio fueron muy dadas las discípulas de Prisciliano, y otras circunstancias y detalles del culto, tal como lo preceptúan en este monte las antiguas constituciones del siglo XII escritas en gallego, hácenle suponer origen tan remoto. Sin duda también que muchas de las viviendas arcaicas de este monte estuvieron habitadas en la época de la floreciente iglesia visigoda  por discípulos de Prisciliano, que no todos estuvieron manchados con los delitos que se le atribuyeron, y posteriormente por ermitaños imitadores de Santa Tecla, ermitaña también en los montes de Seleucia en los últimos años de su vida.
       Los monjes hijos de las primitivas fundaciones monásticas de Occidente que tanto contribuyeron a la evangelización de Galicia y Norte de Portugal en la época visigoda tuvieron parte muy significada en la vida de la Congregación del Clamor de Santa Tecla, contribuyendo a ello de un modo especial los trabajos apostólicos del gran Obispo San Martín Dumiense, el gran evangelizador de Suevos y fundador de muchos templos y monasterios en esta región. Algunos de los capítulos de su regla monacal están transcritos en la de Santa Tecla.
       La invasión agarena todo lo derrumbó, y sólo a principios del siglo XII, cuando la restauración monástica en Barrantes, Loureza, Oya, Labruja y otros lugares del Bajo Miño, pudieron reorganizarse estos cultos cual hoy se practican.
       Si mucho tiene el turista que admirar en las cumbres del Santa Tecla, amplio campo se le ofrece al arqueólogo, al historiador y al místico que observar y estudiar en estas históricas cumbres, a las que fácilmente se llega desde la ciudad de Vigo.
                                                                                  Juan Domínguez Fontela
                                                                                  Chantre de la Catedral de Orense
De la Revista VIGO EN 1927
Editorial P.P.K.O. (Vigo)




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