Panorámica
de La Guardia desde el monte Santa Tecla, 1914.
El Monte
de Santa Tecla
L
|
ugar
obligado para todo turista que viene a Vigo es el monte de Santa Tecla, en La
Guardia. Las bellezas encantadores que desde su cima se disfrutan y los
descubrimientos arqueológicos que allí vienen realizándose, y que ya dieron por
resultado el hallazgo de una ciudad pre-romana, son motivo para constante
peregrinación de gentes de todas las clases sociales, españolas y extranjeras,
que allí acuden en busca de emociones estéticas y ávidos de conocimientos
prehistóricos.
Dedicada
esta obra a dar a conocer la ciudad de Vigo en el actual momento histórico,
creemos de justicia y necesidad consagrar unas líneas a este rincón de Galicia,
ya que hoy, mediante la corriente humana que al monte de Santa Tecla afluye,
podemos considerarle como elemento integrante de las bellezas de nuestra
ciudad.
Está situado Santa Tecla sobre la
desembocadura del Miño. Es un monte completamente aislado, sin encadenamiento
ostensible con las sierras meridionales de los Pirineos galaicos. Su altura es
de 314 m. sobre el nivel del mar. Antes destituído de toda vegetación, hoy
constituye una de las estaciones forestales más bellas y exuberantes de España,
pues la floreciente “Sociedad Pro-Monte Santa Tecla”, con la generosa e
ilustrada cooperación del culto Ingeniero de montes Excmo. Sr. D. Rafael
Areses, ha plantado allí un centenar de miles de árboles de variadas clases,
que dan a aquellas cumbres y a sus faldas y vertientes un aspecto
verdaderamente deslumbrador. No es ya Santa Tecla una sierra áspera,
descarnada, inhabitable; es un amplio parque lleno de flores, arbustos y
árboles que, a la vez que perfuman y sanean el ambiente, convierten en deleitable
mansión para el que allí sube. cruzado por espaciosa carretera, anchos senderos
y escalinatas que conducen a varias plataformas y altos miradores, todo allí
convida al turista a hacer agradable la estancia. El agua corre abundante por
las fuentes instaladas por la mentada Sociedad. Desde aquellas alturas todo es
variedad en el paisaje. Las campiñas portuguesas y gallegas extiéndense
inmensas y exuberantes a uno y otro lado del Miño. Las villas de Camiña y La
Guardia, tendidas risueñas al pie del monte y la multitud de aldeas y caseríos
esparcidas por aquellos valles dan al panorama un aspecto majestuoso, pero
sobre todo la grandiosidad del Atlántico, agitadas constantemente sus aguas, y
cruzado sin cesar por embarcaciones de todo tonelaje, completan el grandioso
espectáculo que se ofrece a la vista.
Es, verdaderamente, Santa Tecla un
parque majestuoso, rodeado del más bello de los horizontes, donde la Naturaleza
palpita con todos sus bríos, entre las brisas de la fronda propia, el yodado
aire de las aguas oceánicas y los perfumes de las flores silvestres mezclados
con las seleccionadas de los jardines y el ambiente refrescante de los pinos,
bajo los trémolos áureos del Sol espléndido que allí se disfruta en los días
serenos y sin nieblas.
Sólo subiendo a aquellas alturas puede
uno darse idea de lo grandioso de las facetas de este conjunto armónico de
bellezas naturales.
No es menos interesante la
excursión al monte de Santa Tecla bajo el punto histórico. La primera y única
población pre-romana hasta hoy descubierta y estudiada, en Galicia allí se
encuentra, mostrando a las generaciones presentes como se desarrollaba la vida
de nuestra raza en las eras milenarias anteriores a Cristo. No era aquel un
burgo o un aduar primitivo, raquítico y miserable: tiene todos los caracteres
de una amplia ciudad constituida por un núcleo de un millar de viviendas, casi
todas circulares, defendida por series de robustas murallas y torres angulares.
Destinada a permanente y tranquila habitación en días de sosiego y paz, reúne
elementos defensivos suficientes contra el asalto hostil en momentos de
extrañas incursiones. En los días de la dominación romana tuvo todos los
caracteres de un oppidum inexpugnable.
¿Cuándo comenzó allí la vida social?
Difícil es saberlo. Ni siquiera conocemos el nombre que tuvo en la
Geografía arcaica, aunque son muy concluyentes las pruebas que le identifican
con la Abóbriga que Plinio sitúa
inmediata a Tuy y a las Islas Cíes.
Al pie de este monte han sido descubiertas estaciones paleolíticas, Chelense y Asturiense, que acusan el remotísimo arcaísmo de nuestras razas
ancestrales. Los Kjok-henmodingos o
concheros, uno situado en la cumbre y otro al pie del monte, revelan la
persistencia de Era eneolítica.
A ella pertenecen también múltiples objetos de hueso, cerámica, bronce y
piedra pulimentada desenterrados con las ruinas de la población.
Que éstas razas perduraran hasta el período romano lo da a conocer el
que con aquellos se hallen confundidos objetos de piedra, hierro y
especialmente cerámica signada con caracteres romanos indicadores de su época reciente,
ratificada por monedas, algunas imperiales. Entre estos objetos reveladores de
la adelantada civilización que aquí dominó, merece especial mención la estatua
de bronce de Hércules que reproducimos. Es un ejemplar digno de los mejores
Museos que acusa la influencia artística helénica.
De todos estos descubrimientos dan cuenta al turista al visitar –como
debe hacerlo- el amplio Museo que la “Sociedad Pro-Monte Santa Tecla” tiene
organizado en La Guardia. Allí en
modestas vitrinas y sencillos anaqueles, están científicamente
coleccionados los variados utensilios de arte e industria de los que aquellas
razas arcaicas se valían para su vida rudimentaria. Anzuelos, agujas, fíbulas y
clavos; cuchillas rectas y curvas, pinzas, alfileres y pendientes de tocado
femenil. Cuentas de collares, imperdibles y amuletos, todo ello de bronce, allí
se ve, entre mil objetos más, cuidadosamente seleccionados por los amateurs conservadores del Museo de la
Sociedad.
Es también interesantísimo el monte de Santa Tecla por su aspecto
religioso. Practícanse aquí periódicamente cultos que no tienen semejanza en
ninguna otra diócesis del Cristianismo, mereciendo especial mención en estas
páginas los que se celebran en agosto de todos los años con el nombre de fiesta del Voto en los que toman parte
hombres exclusivamente. En esta solemnidad, toda ella de penitencia y oración,
ayunan todos a pan y agua y practícase una procesión de rogativa en la que se
cantan, alternativamente con las preces en griego y en latín del Breviario,
plegarias en gallego arcaico con música emocionante por su sencillez
sentimental.
Estos y otros actos penitenciales están reglamentados por las
constituciones de la Regla del Clamor
que se redactaron el año 1138 y fueron ratificados en el año 1355, con motivo
de una sequia pertinaz que, durante siete años consecutivos asoló la comarca
del Bajo Miño. Esta festividad del Voto
es de las que dejan huella moral en la conciencia de los que allí asisten, pues
no se pueden presenciar aquellos actos colectivos de piedad cristiana
medioeval, practicados por centenares de hombres, sin que se conmuevan las
fibras de la conciencia.
¿Cuándo comenzaron estos cultos tan emocionantes, tan arcaicos y tan
arraigados hoy en las masas populares? Difícil es concretar la respuesta: pero
de las prescripciones de los Concilios gallegos de la época visigoda, dedúcese
que tienen su raíz histórica en aquella remota época en que los priscilianistas
fueron en España muy perseguidos y odiados. Sin duda que en estas cumbres se
refugió una comunidad de discípulos del Obispo de Avila cruelmente sacrificado
en Tréveris. La práctica de ásperos ayunos y peregrinaciones a pies descalzos;
la prohibición medioeval de que en estas reuniones formasen parte mujeres, como
primitivamente se hacía; el culto a Sta. Tecla, a quien la leyenda atribuye el
carácter de misionera andariega, compañera de San Pablo en sus peregrinaciones
apostólicas, a cuyo oficio fueron muy dadas las discípulas de Prisciliano, y
otras circunstancias y detalles del culto, tal como lo preceptúan en este monte
las antiguas constituciones del siglo XII escritas en gallego, hácenle suponer
origen tan remoto. Sin duda también que muchas de las viviendas arcaicas de
este monte estuvieron habitadas en la época de la floreciente iglesia
visigoda por discípulos de Prisciliano,
que no todos estuvieron manchados con los delitos que se le atribuyeron, y
posteriormente por ermitaños imitadores de Santa Tecla, ermitaña también en los
montes de Seleucia en los últimos años de su vida.
Los monjes hijos de las primitivas fundaciones monásticas de Occidente
que tanto contribuyeron a la evangelización de Galicia y Norte de Portugal en
la época visigoda tuvieron parte muy significada en la vida de la Congregación del Clamor de Santa Tecla,
contribuyendo a ello de un modo especial los trabajos apostólicos del gran
Obispo San Martín Dumiense, el gran evangelizador de Suevos y fundador de
muchos templos y monasterios en esta región. Algunos de los capítulos de su
regla monacal están transcritos en la de Santa Tecla.
La invasión agarena todo lo derrumbó, y sólo a principios del siglo XII,
cuando la restauración monástica en Barrantes, Loureza, Oya, Labruja y otros
lugares del Bajo Miño, pudieron reorganizarse estos cultos cual hoy se
practican.
Si mucho tiene el turista que admirar en las cumbres del Santa Tecla,
amplio campo se le ofrece al arqueólogo, al historiador y al místico que
observar y estudiar en estas históricas cumbres, a las que fácilmente se llega
desde la ciudad de Vigo.
Juan Domínguez Fontela
Chantre
de la Catedral de Orense
De la Revista VIGO EN 1927
Editorial P.P.K.O. (Vigo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario