viernes, 19 de mayo de 2017

A los ilustres jesuitas portugueses del Pasaje


(LA VOZ DEL TECLA, N.º 292, 18 de noviembre de 1916)
Por Julián López

Todos sabemos que por una serie de leyes injustas y despóticas, dictadas por el gobierno de la vecina república, pacíficos y beneméritos ciudadanos portugueses se han visto brutalmente expulsados de su amada patria, teniendo que refugiarse en tierras extrañas, en busca de lugar seguro y tranquilo, y libres de la dictadura carbonaria.

Si bien esta persecución fué dirigida en general contra todos aquellos que no eran afectos a la forma republicana, sin embargo, los que más han sufrido sus rigores, fueron los hijos de San Ignacio, que además fueron calumniados, vejados y hasta encarcelados, como si de criminales depravados se tratase.
Y a esa ley de expulsión, por una rara casualidad, debemos nosotros los guardeses que el Colegio del Apóstol Santiago, donde se educaron las generaciones de jóvenes de las principales familias de Galicia, no se haya cerrado, y continúe siendo un centro de enseñanza; pues los Padres Jesuitas portugueses recién llegados, son los que van a reemplazar a los Jesuitas españoles trasladados al nuevo colegio de Vigo, y a continuar la gloriosa historia del renombrado Colegio del Apóstol Santiago, con no poco provecho y utilidad, como puede fácilmente comprenderse, para todo el pueblo de La Guardia tan necesitado de vida y progreso.
Si no fuese un deber de cortesía y urbanidad recibir con el respeto y la consideración que se merecen esos ilustres portugueses, que fiándose de nuestra hospitalidad, vienen a vivir con nosotros, bastaría la consideración de las amarguras por ellos sufridas, ya dentro, ya fuera de su patria, para que nos descubramos ante esos hijos del infortunio, restos venerables de una gran familia intelectual, que la libertad republicana y el sectarismo de sus políticos dispersó por distintas y lejanas tierras.

Con esa expatriación Portugal perdió uno de sus mejores colegios, como era el famoso de Campolide, dirigido por Padres Jesuitas, el cual podía equipararse con los más célebres de Europa.
Y como Campolide no solo era un colegio para dar sólida y cristiana educación a la juventud portuguesa, sino que era también un centro de distinguidos profesores dedicados a investigaciones científicas, que se daban a conocer en la excelente revista Broteria, con la desaparición de aquel, dejó de existir ese centro científico, que se trasladó al extranjero, y en el extranjero siguió publicándose la revista Broteria para vergüenza de los políticos portugueses, que, con tal de perseguir a la ínclita Compañía de Jesús, llevan su odio sectario y masónico hasta el extremo de arrojar de su patria, contra razón y justicia, a hombres de reconocido mérito, y que en sus continuos estudios contribuían al adelanto de las ciencias portuguesas.
Pero los revolucionarios portugueses ya no necesitan ni de hombres de ciencia ni de sabios: se bastan ellos solos.
Por cierto que no pensaban lo mismo los políticos portugueses del siglo XV, cuando Portugal era grande, cuando sus navegantes, en sus valientes carabelas, surcaban lejanos y desconocidos mares, y descubrían nuevas tierras, dilatando sin cesar el imperio portugués, pues entonces sus reyes se rodeaban de una corte de sabios, los que poniendo a contribución los conocimientos científicos de la época, consiguieron aplicare el astrolabio a la navegación, y solo así pudieron llevarse a cabo aquellos famosos y épicos viajes, durante los reinados de D. Juan, D. Alfonso V, D. Juan II y D. Manuel, sin olvidar al inteligente e infatigable infante D. Enrique, que después de sucesivas expediciones, consiguieron que sus naves, pasando el interminable cabo de las Tormentas, entrasen victoriosas en el Océano Pacífico y llegasen a las Indias Orientales, en medio de los aplausos y admiración de Europa que atónita las contemplaba.
Estas atrevidas expediciones se explican teniendo en cuenta los dos grandes ideales que animaban a los Vascos de Gama, Teijeiros, Zarcos, Tristanes, Canos, Payvas y a tantos otros que enaltecieron la historia de Portugal con hechos gloriosos: la fé religiosa y el amor a la patria; por eso cuando descubrían nuevas tierras, y tomaban posesión de ellas en nombre de su rey, elevaban una plegaria al cielo y levantaban una cruz con el escudo de Portugal.

Pero los tiempos han cambiado, y no es la fé religiosa ni el amor a la patria, ni ningún sentimiento elevado lo que hoy mueve a los políticos de ese pueblo antes tan grande, y ahora tan pobre y abatido, y sobre el cual se cierne la ruina económica más espantosa que ha presenciado nación alguna.
Si hubiese fé religiosa y un átomo siquiera de patriotismo en la vecina nación, no estarían entre nosotros los ilustres jesuitas portugueses del Colegio del Pasaje, a los cuales damos con toda efusión de nuestra alma la más sincera bienvenida, y a la par los felicitamos por el acierto que han tenido para establecerse, pues no han podido elegir sitio mejor y más hermoso y al mismo tiempo tan cerca de su patria: por ahí, al pie de vuestro Colegio, ilustres jesuitas, pasa el risueño Miño que es tan nuestro como vuestro; desde ahí contemplaréis muy cerca los hermosos pueblecitos asentados en la otra orilla del Miño; y desde ahí veréis como los primeros rayos de la aurora, antes de besar las ventanas de vuestras celdas, tiñen de púrpura y de oro las cumbres de ese pedazo de vuestra patria.
Después de la trabajosa peregrinación por Europa, al acercarse a la patria querida, sentiréis la alegría que siente el extraviado caminante, cuando por fin, vislumbra allá lejos, medio oculto entre el follaje de la selva, el albergue deseado después de fatigada marcha; pero más sublime e íntima satisfacción inundará vuestro corazón ante la conformidad del deber cumplido por muchas que hayan sido vuestras tristezas.
No está adornado se rosas el camino de los humildes, de los perseguidos; ¡Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos!
                                                              
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