(LA VOZ DEL TECLA, N.º
292, 18 de noviembre de 1916)
Por Julián López
Todos
sabemos que por una serie de leyes injustas y despóticas, dictadas por el
gobierno de la vecina república, pacíficos y beneméritos ciudadanos portugueses
se han visto brutalmente expulsados de su amada patria, teniendo que refugiarse
en tierras extrañas, en busca de lugar seguro y tranquilo, y libres de la
dictadura carbonaria.
Si
bien esta persecución fué dirigida en general contra todos aquellos que no eran
afectos a la forma republicana, sin embargo, los que más han sufrido sus
rigores, fueron los hijos de San Ignacio, que además fueron calumniados,
vejados y hasta encarcelados, como si de criminales depravados se tratase.
Y a
esa ley de expulsión, por una rara casualidad, debemos nosotros los guardeses
que el Colegio del Apóstol Santiago, donde se educaron las generaciones de
jóvenes de las principales familias de Galicia, no se haya cerrado, y continúe
siendo un centro de enseñanza; pues los Padres Jesuitas portugueses recién
llegados, son los que van a reemplazar a los Jesuitas españoles trasladados al
nuevo colegio de Vigo, y a continuar la gloriosa historia del renombrado
Colegio del Apóstol Santiago, con no poco provecho y utilidad, como puede
fácilmente comprenderse, para todo el pueblo de La Guardia tan necesitado de
vida y progreso.
Si
no fuese un deber de cortesía y urbanidad recibir con el respeto y la
consideración que se merecen esos ilustres portugueses, que fiándose de nuestra
hospitalidad, vienen a vivir con nosotros, bastaría la consideración de las
amarguras por ellos sufridas, ya dentro, ya fuera de su patria, para que nos
descubramos ante esos hijos del infortunio, restos venerables de una gran
familia intelectual, que la libertad
republicana y el sectarismo de sus políticos dispersó por distintas y lejanas
tierras.
Con
esa expatriación Portugal perdió uno de sus mejores colegios, como era el
famoso de Campolide, dirigido por Padres Jesuitas, el cual podía equipararse
con los más célebres de Europa.
Y
como Campolide no solo era un colegio para dar sólida y cristiana educación a
la juventud portuguesa, sino que era también un centro de distinguidos
profesores dedicados a investigaciones científicas, que se daban a conocer en
la excelente revista Broteria, con la
desaparición de aquel, dejó de existir ese centro científico, que se trasladó
al extranjero, y en el extranjero siguió publicándose la revista Broteria para vergüenza de los políticos
portugueses, que, con tal de perseguir a la ínclita Compañía de Jesús, llevan
su odio sectario y masónico hasta el extremo de arrojar de su patria, contra
razón y justicia, a hombres de reconocido mérito, y que en sus continuos
estudios contribuían al adelanto de las ciencias portuguesas.
Pero
los revolucionarios portugueses ya no necesitan ni de hombres de ciencia ni de
sabios: se bastan ellos solos.
Por
cierto que no pensaban lo mismo los políticos portugueses del siglo XV, cuando
Portugal era grande, cuando sus navegantes, en sus valientes carabelas,
surcaban lejanos y desconocidos mares, y descubrían nuevas tierras, dilatando
sin cesar el imperio portugués, pues entonces sus reyes se rodeaban de una
corte de sabios, los que poniendo a contribución los conocimientos científicos
de la época, consiguieron aplicare el astrolabio
a la navegación, y solo así pudieron llevarse a cabo aquellos famosos y épicos
viajes, durante los reinados de D. Juan, D. Alfonso V, D. Juan II y D. Manuel,
sin olvidar al inteligente e infatigable infante D. Enrique, que después de
sucesivas expediciones, consiguieron que sus naves, pasando el interminable cabo
de las Tormentas, entrasen victoriosas en el Océano Pacífico y llegasen a las
Indias Orientales, en medio de los aplausos y admiración de Europa que atónita
las contemplaba.
Estas
atrevidas expediciones se explican teniendo en cuenta los dos grandes ideales
que animaban a los Vascos de Gama, Teijeiros, Zarcos, Tristanes, Canos, Payvas
y a tantos otros que enaltecieron la historia de Portugal con hechos gloriosos:
la fé religiosa y el amor a la patria; por eso cuando descubrían nuevas
tierras, y tomaban posesión de ellas en nombre de su rey, elevaban una plegaria
al cielo y levantaban una cruz con el escudo de Portugal.
Pero
los tiempos han cambiado, y no es la fé religiosa ni el amor a la patria, ni
ningún sentimiento elevado lo que hoy mueve a los políticos de ese pueblo antes
tan grande, y ahora tan pobre y abatido, y sobre el cual se cierne la ruina
económica más espantosa que ha presenciado nación alguna.
Si
hubiese fé religiosa y un átomo siquiera de patriotismo en la vecina nación, no
estarían entre nosotros los ilustres jesuitas portugueses del Colegio del
Pasaje, a los cuales damos con toda efusión de nuestra alma la más sincera
bienvenida, y a la par los felicitamos por el acierto que han tenido para
establecerse, pues no han podido elegir sitio mejor y más hermoso y al mismo
tiempo tan cerca de su patria: por ahí, al pie de vuestro Colegio, ilustres
jesuitas, pasa el risueño Miño que es tan nuestro como vuestro; desde ahí
contemplaréis muy cerca los hermosos pueblecitos asentados en la otra orilla
del Miño; y desde ahí veréis como los primeros rayos de la aurora, antes de
besar las ventanas de vuestras celdas, tiñen de púrpura y de oro las cumbres de
ese pedazo de vuestra patria.
Después
de la trabajosa peregrinación por Europa, al acercarse a la patria querida,
sentiréis la alegría que siente el extraviado caminante, cuando por fin,
vislumbra allá lejos, medio oculto entre el follaje de la selva, el albergue
deseado después de fatigada marcha; pero más sublime e íntima satisfacción
inundará vuestro corazón ante la conformidad del deber cumplido por muchas que
hayan sido vuestras tristezas.
No
está adornado se rosas el camino de los humildes, de los perseguidos; ¡Bienaventurados
los que sufren persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos!
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