Como
a muchos vecinos las fiestas del barrio me cuadran en casa cuando hay suerte,
una vez cada tres años o cuatro año, y siempre hay alguna novedad respecto a la
anterior vez que estuve, a veces son cambios inevitables con el paso del tiempo como cambios de comisión de fiestas, otras veces sorpresas a las que
uno le cuesta adaptarse, pero en general estos cambios vienen de la mano de los
nuevos tiempos y en particular empujados por la cabeza inquieta y loca de
nuestro querido presidente… monólogos, discoteca móvil, fuegos del domingo en
el puerto, mural en la plaza, local para la comisión y el libro de las fiestas,
para el que me pidió esta vez que le contara un poco recuerdo las fiestas
cuando aun era niño. Llevo comentado varias veces con Elías que en lo esencial
las fiestas no han cambiado tanto y mejor que así sea, que sigan siendo unas
fiestas de barrio abiertas para todo el pueblo y los pocos turistas que quedan
al final de cada verano.
Recuerdo
que de niño todos los años empezaban igual, con la novena una semana y algo
antes de la fiesta, con su goteo de gente, sobretodo mayor acercándose a la
plaza todas las tardes a la misma hora, eso para los niños no tenia mas
significado de que las fiestas estaban a la vuelta de la esquina y que durante media
hora cada tarde había que guardar silencio e irnos a hacer barullo a otro lado
y no volver hasta cuando la música de los Tamara que ponía Marcial por los
altavoces anunciase el fin de la novena, eran dos cintas de música y te acababas
sabiendo las canciones de memoria de tanto escucharlas. Era frecuente entre los
niños ayudar a las señoras que limpiaban la capilla a hacer algún recado o
subir a tocar las campanas antes de la novena, a veces incluso discutíamos por
subir a tocarlas. Lo que lo que para nosotros mas marcaba el comienzo de todo
era cuando ponían uno de los palcos, cuatro o cinco días antes de las fiestas, se
ponía donde ahora está el mural del marinero, era un palco muy viejo y pequeño,
creo que iba a juego con el pequeño palco azul de las poxas que aun siguen
usando hoy en DIA para regocijo de los nostálgicos; años mas tarde lo cambiaron
por uno mas grande y moderno que se puso al otro lado de la plaza. No había mejor
sitio para reunirse, jugar y estar a la sombra que nuestro palco; allí echábamos
horas y horas hasta que llegaba la tarde en que una orquesta nos sacaba el
sitio para ir ensayando para la verbena. Una vez llegados los días de fiesta recibíamos
la visita a La Guía de gente que el
resto del año no ponía un pie en ella, haciendo que por unos días nos creyésemos
el ombligo del pueblo, quizás no fuesen unas fiestas tan grandes como las
recuerdo, quizás eran los ojos de niños los que así nos las hacían ver, pero
para nosotros no había cosa mas grande que aquello.
Al día
siguiente de acabar las fiestas recogían
las luces ya que mantenerlas suspendidas en el aire salía caro a la comisión
debido a una mala afición que venia de muchos años atrás y nosotros o quizás
los siguientes fuimos sus últimos participes de ella; consistía en romper las
luces de las fiestas con tirachinas hechos con la boca de una botella y un
globo, usando de munición gravilla, y a partir de ahí de las fiestas solo
quedaban dos cosas que tardaban en dejarnos 4 o 5 días, el olor a orina en los
callejones y el palco, que mas que llevárnoslo parecía que nos lo robaban del
cariño que le acabábamos cogiendo. Hay cambios como las nuevas actividades que
llevo mejor que otros como fueron el cambiar el color del manto de la virgen o
el traslado de los fuegos del domingo para el puerto, pero el que nunca me
adapto es al no ver ese ambiente de niños y chavales en la plaza, en el palco
lleno de una legión de diablillos cada tarde al acabar la novena.
FOTO:
Javi, Rubén, Moncho, Pica, Toñi, María y Fati… Fiestas de La Guía 1992
Toñito Martinez "Pink" para o libro das Festas da Guía de 2017
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