PROSA FESTIVA La Habana (nº 5 del 10.07.1917)
El
Miño y sus peces
Teníamos la fiesta del Arbol,
la fiesta de la Flor, y…la fiesta de San Roque, y, ahora, para robustecer la
serie, acaban de establecer en Tuy otra nueva fiesta: la del Pez que,
naturalmente, será entre todas ellas, la que más y mejor colee, siempre, desde
luego, que el pez no resulte rana.
Para
repoblar el río Miño, el río de nuestros amores galicianos, fueron soltados
días atrás en su plácida corriente, y con toda ceremonia, cuatro mil jamarugos,
o si se quiere, cuatro mil salmones, en estado de larva, cría que, de no
ser devorada prematuramente, ya que también en los ríos se dan casos de
canibalismo, llegará rozagante a la edad adulta. Convertida entonces la cría en
esos grandes y sabrosos pescados de carne apetecible y sonrosada, harán una vez
en tierra, la delicia del paladar de los gourments (dicho sea en francés para
mayor elegancia) y aún de los que no lo somos, pero que también nos gustan los
bocados exquisitos, provengan de la tierra, del aire, del mar o del río.
¡Lástima
que los salmones se vendan en la plaza a peso de oro, igual que si fueran
fórmulas farmacéuticas de las más sencillas!
Y
digo lástima, porque ya no de cuerpo entero, que esto sería inasequible al
bolsillo pobre, pero ni siquiera en fracciones minúsculas como las que nos
suministran nuestros restaurantes, le podemos hincar el diente al salmón los
infelices que tenemos que contentarnos con ver los soberbios ejemplares de
cuerpo presente al través del cristal de los escaparates.
No
por eso quiero yo ser egoísta, y mi deseo es que los salmoncitos echados
recientemente al agua, a suerte y ventura, se desarrollen y se críen gordos,
sanos y lucios en nuestro bien amado río.
Lo
peor aquí está que siendo el Miño un río “común de dos”, usufructuado asimismo
por los vecinos de enfrente, los peces, que desconocen las componendas
diplomáticas y no entienden de límites geográficos ni saben de fronteras
ideales, tomarán por una indivisible la masa líquida en que se agitan, y
nadando indistintamente en aguas españolas y portuguesas, es posible que vayan
a caer de bruces, o como sea, en las redes de los pescadores lusitanos que se
lucrarán luego de los ricos salmones que nosotros hemos criado, si no a
nuestros pechos, en los viveros de piscicultura nacionales.
Pensar
que tal puede ocurrir, me subleva el ánimo, no solamente en mi calidad de
habitante de la margen derecha, sino también como aficionado a saborear los
pescados de agua dulce, ya me los sirvan fritos en la sartén, ya con salsa
mayonesa.
Para
evitar abusos y extralimitaciones por parte de unos y otros usufructuarios de
la riqueza fluvial, no cabe aquí otra cosa que dividir el Miño por medio de un
tabique desde Arbo a Camposancos.
Y
por si esta mi idea colosalmente hidráulica puede ser realizable, la someto
gustoso a la consideración de los señores hidrógrafos.
Y
dicho esto, abandono por hoy la vía húmeda.
El Huérfano de Bembrive
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