El Miño afluye calmo y dinámico entre riberas de intenso
verdor; se detiene, entra dulcemente en la campiña, la rodea y la estrecha
hasta hacerla suya. Continúa... Continúa inconsciente del mar que lo acecha y
se mueve impaciente. El Atlántico quiere penetrar su cauce; no hay lucha el río
mansamente se entrega.
Un
espectador gigante contempla la escena, el Tecla. Encuadrado entre ambos como
árbitro que sabe de los devaneos del río y conoce la impetuosidad del mar. Dos
valles le rodean; el Rosal va a morir a sus pies, el Minmiano embellece la
ladera Este para ofrendar luego sus aguas al mar.
En
desigual fisionomía de laderas y cumbre consiste su mayor encanto: el flanco
del río es suave, abrupto y escarpado el del mar. La cima remata en dos
picachos graníticos de atrevidos de atrevidas exhibiciones equilibristas. Y si
el turista es atraido a Niza por la belleza de una costa o a Montecarlo y
Mónaco por el curioso espectáculo de una sociedad que solo vive del juego; en
el Tecla es, la contemplación de un cuadro gigante que el pincel divino ha
plasmado en armonía de luz y sombra y combinación expresiva de colores.
Horizontes
de Océano y tierra se dominan en grandiosa composición. La poderosa escultura
de la tierra alzada en relieves, en apariencia inconexas hasta las montañas de la Cañiza , el Faro de Avión,
el Leboreiro y aún las desvanecidas cúpulas de los macizos centrales de Orense
se enfrenta con el horizonte vago y brumoso, o rutilante y preciso, según los
días y horas, en la línea del litoral bordeada de espumas desde el Finisterre
hasta muy al S. en el contorno litoral portugués.
El
crepúsculo luce el arte singular de su luz, en exaltar el valor de las formas y
despliegue y matización de colores.
M.ª Victoria Vaamonde Mallo
Publicado no libro das Festas do Monte de 1949
No hay comentarios:
Publicar un comentario