Su fundación hace remontarnos a
tiempos muy antiguos y, por estar situada en la boca del Miño y servir de
abrigo a los barcos que guiados por las luces del “facho” precisaban un abrigo
forzoso, hacen su conocimiento lejano. Al fin de la Edad Media es villa de
realengo y en la Edad
Moderna , la
Reina Católica la dona a un particular, pasando a ser cabeza
de una extensa jurisdicción. Y La
Guardia primero como dominio real, luego como señorío y
posteriormente sede de franciscanos, ha sido la “verdadera guarda” del marino
extraviado y la acogedora estación del peregrino o, quizá ya turista al monte
Tecla, porque es difícil separar el momento estético y religioso en un lugar de
tal belleza natural.
De La Guardia no se dice solo
fue... Es próspera villa oceánica, puerto típico de difícil entrada defendida
por la roca de Genete. Una activa e inteligente emigración, sobre todo a Puerto
Rico, contribuyó a la prosperidad de la villa, que luce barrios modernos y
cuidados al lado del viejo puerto pescador.
El turista encuentra paisajes
incomparablemente bellos; toda una antigua tradición histórica al estudioso y,
para recreo del veraneante; yodo y sol en la arena cálida de su playa de la
“Arena Grande”, y hermosos lugares de excursión en las vegas de Cividáns o en
la amplia llanura del valle del Rosal, esmaltada de alegres caseríos que se
pierden en la lejanía.
La noche, profunda y llena de un
sentido a la vez cósmico y entrañablemente galaico-portugués dibuja perfiles y
antoja sombras en el valle; mientras la luna, eterna antorcha de la noche,
derrama estelas de luz plateada sobre los barquitos que anclados en la ensenada
esperan el nuevo día.
M.ª Victoria Vaamonde Mallo
Publicado no libro das Festas do Monte de 1949
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