Después
de haber dejado atrás la sinuosa carretera de Bayona y de cruzar los pueblos de
Mougás, Villadesuso y Santa María de Oya, lo primero que llama la atención del
visitante, en la última fase de su recorrido hasta la pintoresca villa de La Guardia , es el magistral
espectáculo de presenciar como dos fuerzas físicas, las espumosas y
embravecidas olas del Océano Atlántico se baten y estrellan, en un constante ir
y venir, contra las abruptas e irrompibles rocas de la costa guardesa,
estableciendo así un rudo y encarnizado pugilato.
Seguidamente
y como si este eslabón estuviera ya engranado con otro, se sucede un cuadro de
sublime belleza ante la vista atónita del viajero al observar el inigualable
contraste que ofrece la franja parda de los edificios de La Guardia con la figura
blanca e inhiesta de las hacinadas casitas marineras de La Ribera ; unas, alineadas en
fila como si hiciesen guardia de honor a ese Océano, que es el sustento
cotidiano de sus moradores; otras, más temerosas, aparecen colgadas y
sostenidas en las rocas mientras vigilan los ademanes del Atlántico que
enfurecido, a veces, trata de lamer con sus verdosas y agitadas olas los
hogares de los viejos lobos de mar.
Como
fondo de este escenario, la egregia e hidalga presencia del “Tejado Guardés”,
como así llamo al Monte Santa Tecla, que permanece físicamente inalterable al
duro correr de los años, guardando en sus entrañas la belleza y la Historia que salta a la
vista del forastero.
Millares
de turistas ascienden todos los años a su cumbre para deleitarse con el
panorama soñador que ante su vista ofrece la Naturaleza , mientras
abajo, en el Valle, el Río Miño placentero y feliz, envía un saludo que apenas
se percibe antes de entrar en el regazo del verdoso Atlántico.
Cuando
los visitantes regresan a sus domicilios, son los mejores propagandistas y
paladines de esa fama que tan justamente ostenta el Monte Santa Tecla, que ha
sabido atraer a su cima a los más distinguidos hijos de esta inmortal España y
a conocidas y eminentes personalidades extranjeras. Los restos arqueológicos
que guarda en sus entrañas es otro de sus más fieles exponentes, máxime, ante
la esperanza tan alentadora de próximas excavaciones.
El Monte
Santa Tecla, desde su trono, parece despertar de su letargo de un año, ante la
proximidad de sus Fiestas otoñales y sus hijos, los guardeses, se preparan para
rendir su afecto y cariño al Monte Santa Tecla, fiel cancerbero de su mejor
tesoro: La Reliquia
de su Santa.
En su
cima y ladera se sucederá de nuevo ese “xantar” que más que una comida, podría
decirse que es una convocatoria general a la que acude todo el pueblo a testimoniar
su incondicional adhesión al Monte bajo cuyos pies duerme tranquilas y feliz la
marinera villa de La Guardia.
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