ANÉCDOTA HISTÓRICA LOCAL
“Desembarca en la Ribera de La Guardia un obispo, que muchos creyeron que era el Papa”
Siendo
yo novel seminarista, hablando un día con el anciano marinero de nuestro
pueblo, D. José Cadilla, todo emocionado me habló de esta manera: Yo llevé al mismo Papa sobre mis hombros.
Preguntándole si esto había sido en Roma, o en otro pueblo de Italia, me
contestó: No fue aquí mismo en La
Guardia, en la Ribera de nuestro puerto, por encima de los xeisos”…Verás era un mozo que aún no había
ingresado en el servicio de la armada. Una tarde en que regresábamos con
nuestro volanteiro de la pesca, vino
hacia nosotros un quechemarín que hizo señas para que parásemos. Al detenernos,
el capitán de éste preguntó a nuestro patrón si éramos de La Guardia. Enterado
de que lo éramos, el capitán, habló unas palabras con él secretamente, y
seguidamente se amarraron ambos barcos y vinimos juntos hasta donde largo remando con mucha calma
porque se dio orden de no llegar a La Guardia mientras fuese día. Pasamos
inmediatamente que llegamos frente al baloeiro, y entonces salieron del quechemarín dos sacerdotes que pasaron a
nuestro volanteiro. Llegamos con este
a la ribera cuando era cerrada ya la noche, y como no había muelle, salté yo
primero, y tomé en mis brazos al más anciano de los sacerdotes y acomodándolo
sobre mis hombros, lo llevé con cuidado hasta ponerlo en tierra; otro marinero
hizo lo mismo con el sacerdote que lo acompañaba. Después los acompañamos a
casa del señor Abad.
Allí nos abrió la puerta el tío Simón,
que era el sacristán, y diciéndole que estaban dos sacerdotes que deseaban
hablar al señor Abad, bajó éste al portal. Al acercarse éste, lo llamó el más anciano
a un rincón del zaguán, y le dijo unas palabras muy bajito, y entonces el señor
abad se puso de rodillas y le besó la mano. Haciéndolo levantar aquel señor, se
marcharon todos para arriba, regalándonos el mismo antes unas medallas de la
Virgen del Carmen y unas monedas también de plata, encargándonos antes que no
dijésemos a nadie lo que había pasado. Aquel señor era el Papa que andaba
escapado de Roma por causa de Napoleón. Pocos días después supimos que había
marchado para Portugal. Así habló el anciano marinero.
¿Quién era aquel misterioso personaje,
al que besaba la mano con tanto respeto el párroco? ¿Era realmente el Pontífice
Romano? No: era el obispo de Santander, D. Gabriel Menéndez de Luarca y Queipo
de Llano. He aquí la relación histórica y detallada de estos hechos y la causa
de su arribo a nuestro puerto de La Guardia. Son rigurosamente históricos los
hechos que vamos a relatar.
Declarada en España la guerra contra
el ejército invasor de Napoleón, aquel santo y sabio obispo de Santander tuvo
mucho que sufrir por su lealtad al, monarca Fernando VII, y por su tesón en
defender los intereses de la religión y de la patria. Las peregrinaciones que
tuvo que emprender en su fuga, para salvarse de las persecuciones y amenazas de
que fue objeto, constituyen una verdadera odisea.
La evacuación definitiva realizada por
las tropas francesas, al marcharse de España no hizo cesar las persecuciones de
que fue objeto el señor Menéndez de Luarca por el nuevo gobierno liberal de
1814, que los persiguió con el mismo ensañamiento con que lo había tratado el
de José Napoleón. Por un decreto de 6 de abril de 1814 fue inicuamente
expulsado de España, y decretada su prisión, caso de ser habido. El motivo de
tales medidas fue el siguiente:
Abolida en 22 de febrero de 1913 el
Sto. Tribunal de la Inquisición, y adoptadas por las Cortes de Cádiz otras
disposiciones de carácter liberal y anticatólico, el santo y celoso prelado no
pudo callar, como tampoco supieron callar el Nuncio de Su Santidad y la mayor
parte de los Obispos y Cabildos de España. Huyendo de las persecuciones de que
era objeto, llegó hasta el monasterio de Lorenzana en la provincia de Lugo,
donde escribió y firmó una pastoral notabilísima, fechada en 6 de agosto de
1913, contra las disposiciones de las Cortes de Cádiz, y seguidamente se
dirigió a Foz, puerto de la misma provincia de Lugo, donde tenía preparado un
buque quechemarín que lo condijese a
Portugal.
Al llega el quechemarín a la altura de Camiña, frente a la barra del Miño, se
agitaba de tal modo el mar que su capitán juzgó imposible entrar en el río y
hacer el desembarco en aquella villa portuguesa, por lo cual esperó el paso de
algún barco de pesca de La Guardia para tratar de que este llevase a remolque
al quechemarín, y pudiese desembarcar
al venerable obispo y al sacerdote que lo acompañaba. Era ya de noche cerrada
cuando desembarcaron conducidos sobre los guijarros de la ribera de los hombros
de aquellos dos honrados marineros, que seguidamente los acompañaron a casa del
párroco D. Antonio Herrero. Era esta noche la del 20 de agosto de 1913.
Al día siguiente, deseando permanecer
oculto el señor Menéndez de Luarca, no salió de la casa rectoral y celebró la
santa Misa en un oratorio improvisado en la misma. Fue allí el santo obispo
objeto de las más exquisitas atenciones del clero y otras significadas personas
del pueblo a quienes se comunicó la presencia de tan ilustre huésped. Aunque se
guardó reserva sobre el suceso, no pasó muy desapercibido pues, nunca se había
dado el caso de que un obispo desembarcase en el pequeño y mal puerto de La
Guardia, y un hecho de esta importancia para nuestra villa comenzó a
divulgarse, a pesar de las precauciones adoptadas.
Con objeto de prevenir las
consecuencias que esto podía ocasionar pasó aquel mismo día a Camiña el
sacerdote de La Guardia D. Antonio de Castro llevando consigo el poquísimo
equipaje del obispo, constituido por un poco de ropa blanca, y algunos libros y
papeles, con objeto de que el venerable obispo pudiese marchar después más
libremente. Pero cuando este quiso hacerlo surgieron nuevas dificultades porque
el Gobernador ó Jefe político de la provincia había dado orden de que todas las
embarcaciones del río Miño españolas se sujetasen con cadenas y candados, a fin
de que nadie pudiese desamarrarlas y pasar embarcado para Portugal.
No faltó sin embargo, un hombre de
valor que burlase la vigilancia del jefe político de la provincia y de su
delegado en La Guardia. Fue este mismo sacerdote guardés, D. Antonio de Castro,
quien de noche muy cerrada rompió las cadenas de un0o de los barcos y saltó su
candado, y con el auxilio de aquellos mismos marineros de La Guardia, que los
habían desembarcado en nuestro puerto, facilitó así el paso a Camiña del Sr.
Menéndez de Luarca en la noche del 23 de agosto, con su fiel amigo y compañero
el sacerdote santanderino que con él venía.
Hospedáronse ambos en el convento
franciscano de los Padres Antoñitos de la villa portuguesa fronteriza.
Por los actos de caritativa
hospitalidad del párroco de La Guardia y la intrepidez del sacerdote D. Antonio
de Castro, fueron ambos severamente amonestados por el Gobernador de la
provincia, y posteriormente objeto de una vigilancia especial, por
considerarles enemigos de las nuevas ideas liberales. Salieron, sin embargo
bien librados de estas contrariedades y vigilancias, como no era de esperar.
Poco tiempo después la “Gaceta” del 6
de abril de 1914 publicaba el decreto de extrañamiento contra el obispo de
Santander, haciéndole cargo de altos delitos por haber publicado la famosa
pastoral de 6 de agosto, y por haber pasado desde Foz a La Guardia, y desde
esta villa a Portugal, sin permiso del Gobernador.
Tal es el origen de la curiosa e
interesante anécdota histórica de nuestra villa, que contamos a los benévolos
lectores de este semanario.
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