Historia que se pierde
(FARO
DE VIGO, sábado 1/12/1962)
Debemos confesar, sin embargo, que en
el correr de sucesivas épocas la villa, en marcha ascendente de afanes modernos,
ha visto desaparecer mo0numentos y otra clase de edificaciones de mayor o menor
valor artístico pero, sin duda, verdaderos testimonios fehacientes de la vida
histórica del pueblo. La mano destructora de tales tesoros ha sido implacable
aquí, en estos lugares. Imaginemos por algún momento cual sería el bello
conjunto del casco urbano de La
Guardia de hace poco más de un siglo, amurallado en parte por
zonas que miran al mar, abierto al exterior a través de sus dos puertas
principales: una junto a la torre unida a la casa ayuntamiento; la otra sobre
las escaleras de Chan de Conde, conocida por Puerta del Convento por estar muy
cercana al Monasterio de religiosas benedictinas. Poco resta ya de aquella
estructura de plaza fuerte de tiempos pasados; reducto de muralla de antigua
fortaleza y la torre de la plaza- hoy torre del reloj- con el aditamento de un
“campanil” no muy en consonancia con el carácter castrense de su primera época.
¿Y qué diremos de aquella célebre
fortaleza, enclavada en los acantilados de la entrada del puerto, defensa de la
villa en las frecuentes incursiones de piratas, y a principios del siglo
pasado, lugar de heroicas gestas en la guerra contra los ingleses? La histórica
fortaleza, la Atalaya , construida en tiempos del reinado de Felipe
IV (1621-1665), corrió la misma suerte no ha muchos años. Triste suerte que
habremos de lamentar siempre.
Otro monumento ha caído en La Guardia estos días a
exigencias de nuevas y necesarias ampliaciones urbanas: La Fuente del Rollo. Fuente
era esta que llevaba en sus piedras el tono señorial de la villa en ese estar
situada en aquel sitio, lugar que fue de la
simbólica picota de piedra de forma cilíndrica, llamada El Rollo,
colocada a la entrada del pueblo, señal y distintivo de la alta y extensa jurisdicción
de las supremas autoridades de la municipalidad. Desaparecido El Rollo, de él
no ha quedado más que el nombre, unido al conjunto monumental de la popular
fuente- la principal y más hermosa de la villa- de destacadas y vigorosas
proporciones, de una traza graciosa con
cierta influencia colonial, de gran nobleza en su composición. Se ignoran como
eran y cuáles fueron las primitivas características del cuerpo arquitectónico
de la obra. Consta sí, que fue restaurada en los comienzos del reinado de Isabel
II (año 1833) por un filántropo guardés llamado Francisco Martínez.
Quizás inconscientemente, o también,
por menguado aprecio a los valores del arte y de la historia, la Fuente del Rollo ha sido
recientemente motejada con calificativos de un marcado mal gusto, exentos de la elemental consideración que esta clase
de obras merece. Puede ser que esto ocurra porque olvidando las nobles formas
tradicionales de proporcionar agua potable por medio de la dignidad de fontanas
publicas que quieren ser viva expresión de la valía de este vital elemento y
grata acogida para el que lo necesita y lo busca, nos vamos acostumbrando a que
cuantos tengan sed hayan de aplacarla utilizando, como único medio, simples
grifos adosados a toscas paredes de cualquier rincón, a manera de bocas de
manga para el lavado de coches o el riego de pequeños sembrados.
“Non hay tal feitizo como o bon
servizo”, dice un antiguo refrán gallego. El mejor atractivo de la villa, su
más hermoso hechizo está en dar a todos, vecinos y forasteros, buenos y
decorosos servicios que, como los prestados a tantas generaciones por una
fuente cual la de El Rollo, son de notable e inmenso beneficio para el pueblo.
La fuente que La Guardia
ha perdido estos días puede seguir proporcionando sus utilísimos servicios en
parajes donde el agua es necesaria,
lugares quizás muy adecuados para un nuevo y digno emplazamiento de ese
monumento que no debe perecer.
Ojalá, que las viejas piedras de la
típica Fuente del Rollo, tumbadas hoy como miembros de un cuerpo muerto y
maltrecho, recobren pronto la belleza que antes tuvieron y den de beber al
sediento con la prestancia y el decoro de aquel aspecto, monumental y acogedor,
ahora perdidos. Y, así, los vecinos de este hermoso pueblo pueden de nuevo
entonar con toda verdad, la canción tiempo ha olvidada:
“A
nosa vila e boa vila,
da
de beber a quen pasa
nas
fontes que ten no Rollo,
na
Ribeira… e a da Plaza”
AGUSTÍN FELIX.
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