LA VANGUARDIA
(Barcelona, 29
de Agosto de 1950)
En el monte
sagrado de Santa Tecla
Desde Tuy, siguiendo el curso del Miño, al
través de campos feraces y tupidas arboledas, llegamos a La Guardia, que es
desde donde se inicia la ascensión al monte de Santa Tecla, lugar consagrado a
la plegaria y al ayuno desde los albores del Cristianismo.
En este monte ha sido descubierto no ha mucho
por los arqueólogos una “citania” celta. En su cumbre se erige un Santuario,
con un Vía Crucis de piedra que la piedad de los hombres ha ido amparando de la
obra destructora del tiempo a lo largo de seis siglos.
Existe, a partir de la segunda mitad del XIV, un
Voto que ningún año, desde entonces, ha dejado de cumplirse. Voto que excluye a
las mujeres. Así está determinado por las Constituciones del Santuario. Niños,
jóvenes y ancianos de toda condición parten de las aldeas, villas y ciudades
comarcanas y suben al monte presididos por las cruces y el clero de sus
parroquias. Rezan el Rosario, recorren el Vía Crucis, confiesan y comulgan y
asisten a los cultos del Voto observando el ayuno tradicional, a pan y agua,
hasta que retornan a sus hogares. Posee el Voto de Santa Tecla una liturgia
propia y unos ritos penitenciales que conservan, un tanto atenuada, su
austeridad primitiva.
Su origen se debe a un milagro. En 1355, después
de una sequía que duró más de un lustro y convirtió en yermos los campos, las gentes de estos lugares de
Galicia subieron al monte, impetraron la merced del cielo, y por la intercesión
de Santa Tecla se produjo el prodigio. Grandes nubes cárdenas lo anunciaron. Y
una lluvia generosa puso término a la gran miseria.
El Voto se cumplía antiguamente el lunes y el
martes de la infraoctava de la Asunción de la Virgen, pero en la actualidad se
reduce a los actos religiosos del lunes de la infraoctava, que este año
correspondió al 21 de agosto.
***
La “Hermandad del Clamor”- nombre de la Cofradía
de Santa Tecla- conserva en gran parte la tradición medieval. El prior del
Santuario explica a un grupo de visitantes, al cual me incorporo, que estos
ritos comprenden una procesión claustral, una misa mayor –con numerosas
colectas y preces originales-; la letanía, cantada en tono de lamentación y con
algunas invocaciones intercaladas en el gallego antiguo; el Evangelio de la
Ascensión del Señor, que canta el diácono, y las conmemoraciones de la
Asunción, que se rezan en el lugar del monte llamado “Pico de San Francisco”.
Sigue la bendición del pan y el sermón de la Penitencia, que escuchan los
cofrades de rodillas y en el más profundo recogimiento.
En suma, el Voto de Santa Tecla, seis veces
secular, es una de las manifestaciones del vigor de la fe y del espíritu
cristianos, que resisten a todos los embates del materialismo y del ateísmo.
Los cofrades de la “Hermandad del Clamor” sienten y creen hoy como creían y
sentían sus antecesores de la Edad Media.
***
Yo subí pocos días antes del 21 de agosto a esta
cumbre sagrada. No pude, por lo tanto, ser testigo de los cultos del Voto. Hube
de conformarme con imaginar- siguiendo las explicaciones del prior del
Santuario- sus distintas escenas, como la de uno de esos autos sacramentales
que constituyen, bajo las plumas lopesca y calderoniana, lo más glorioso de
nuestro Teatro.
Pero desde la altura de Santa Tecla tuve el
placer visual- y espiritual- de la contemplación de uno de los espectáculos más
bellos del orbe; el del Miño, en su desembocadura, allí donde parte sus aguas
entre Portugal y España.
En la tarde plácida, bajo el cielo de un azul
límpido, el sol plateaba los meandros del río y arrancaba destellos de oro a
sus bancos de arena. Como el Miño “devora” al Sil poco antes de penetrar en
Orense, y del Sil se dice que arrastraba arenas de oro, yo doy por seguro que
las del Miño también le hurtaron su color al Sil. Fué subiendo la marea y
ocultándolas lentamente. Creció el río y se hizo, en toda su extensión visible,
azul, de un azul terso y oscuro, y en las márgenes de una maravillosa
transparencia.
Baja y verde de cultivos, la costa lusitana
oponía a la belleza ruda de nuestro monte la suavidad de su colorido y de sus
líneas. Unas barcas menores, con sus velas latinas, tomaron rumbo hacia el
Atlántico. Y todo fué gracia y sosiego en un paisaje que yo llamaría “de
leyenda”, si no fuera una de las expresiones reales de la belleza del mundo. De
esta parte del mundo ibérico que el Rey Sabio cantaba, en su lengua
galaico-portuguesa, como uno de los “Paraísos de Dios”.
Alberto INSÚA
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