martes, 4 de febrero de 2014

(A GUARDA) LA VANGUARDIA, 29.08.1950 "En el monte sagrado de Santa Tecla"

LA    VANGUARDIA
(Barcelona, 29 de Agosto de 1950)
En el monte sagrado de Santa Tecla
Desde Tuy, siguiendo el curso del Miño, al través de campos feraces y tupidas arboledas, llegamos a La Guardia, que es desde donde se inicia la ascensión al monte de Santa Tecla, lugar consagrado a la plegaria y al ayuno desde los albores del Cristianismo.
En este monte ha sido descubierto no ha mucho por los arqueólogos una “citania” celta. En su cumbre se erige un Santuario, con un Vía Crucis de piedra que la piedad de los hombres ha ido amparando de la obra destructora del tiempo a lo largo de seis siglos.
Existe, a partir de la segunda mitad del XIV, un Voto que ningún año, desde entonces, ha dejado de cumplirse. Voto que excluye a las mujeres. Así está determinado por las Constituciones del Santuario. Niños, jóvenes y ancianos de toda condición parten de las aldeas, villas y ciudades comarcanas y suben al monte presididos por las cruces y el clero de sus parroquias. Rezan el Rosario, recorren el Vía Crucis, confiesan y comulgan y asisten a los cultos del Voto observando el ayuno tradicional, a pan y agua, hasta que retornan a sus hogares. Posee el Voto de Santa Tecla una liturgia propia y unos ritos penitenciales que conservan, un tanto atenuada, su austeridad primitiva.
Su origen se debe a un milagro. En 1355, después de una sequía que duró más de un lustro y convirtió en yermos  los campos, las gentes de estos lugares de Galicia subieron al monte, impetraron la merced del cielo, y por la intercesión de Santa Tecla se produjo el prodigio. Grandes nubes cárdenas lo anunciaron. Y una lluvia generosa puso término a la gran miseria.
El Voto se cumplía antiguamente el lunes y el martes de la infraoctava de la Asunción de la Virgen, pero en la actualidad se reduce a los actos religiosos del lunes de la infraoctava, que este año correspondió al 21 de agosto.
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La “Hermandad del Clamor”- nombre de la Cofradía de Santa Tecla- conserva en gran parte la tradición medieval. El prior del Santuario explica a un grupo de visitantes, al cual me incorporo, que estos ritos comprenden una procesión claustral, una misa mayor –con numerosas colectas y preces originales-; la letanía, cantada en tono de lamentación y con algunas invocaciones intercaladas en el gallego antiguo; el Evangelio de la Ascensión del Señor, que canta el diácono, y las conmemoraciones de la Asunción, que se rezan en el lugar del monte llamado “Pico de San Francisco”. Sigue la bendición del pan y el sermón de la Penitencia, que escuchan los cofrades de rodillas y en el más profundo recogimiento.

En suma, el Voto de Santa Tecla, seis veces secular, es una de las manifestaciones del vigor de la fe y del espíritu cristianos, que resisten a todos los embates del materialismo y del ateísmo. Los cofrades de la “Hermandad del Clamor” sienten y creen hoy como creían y sentían sus antecesores de la Edad Media.
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Yo subí pocos días antes del 21 de agosto a esta cumbre sagrada. No pude, por lo tanto, ser testigo de los cultos del Voto. Hube de conformarme con imaginar- siguiendo las explicaciones del prior del Santuario- sus distintas escenas, como la de uno de esos autos sacramentales que constituyen, bajo las plumas lopesca y calderoniana, lo más glorioso de nuestro Teatro.
Pero desde la altura de Santa Tecla tuve el placer visual- y espiritual- de la contemplación de uno de los espectáculos más bellos del orbe; el del Miño, en su desembocadura, allí donde parte sus aguas entre Portugal y España.
En la tarde plácida, bajo el cielo de un azul límpido, el sol plateaba los meandros del río y arrancaba destellos de oro a sus bancos de arena. Como el Miño “devora” al Sil poco antes de penetrar en Orense, y del Sil se dice que arrastraba arenas de oro, yo doy por seguro que las del Miño también le hurtaron su color al Sil. Fué subiendo la marea y ocultándolas lentamente. Creció el río y se hizo, en toda su extensión visible, azul, de un azul terso y oscuro, y en las márgenes de una maravillosa transparencia.
Baja y verde de cultivos, la costa lusitana oponía a la belleza ruda de nuestro monte la suavidad de su colorido y de sus líneas. Unas barcas menores, con sus velas latinas, tomaron rumbo hacia el Atlántico. Y todo fué gracia y sosiego en un paisaje que yo llamaría “de leyenda”, si no fuera una de las expresiones reales de la belleza del mundo. De esta parte del mundo ibérico que el Rey Sabio cantaba, en su lengua galaico-portuguesa, como uno de los “Paraísos de Dios”.
                                                                       Alberto INSÚA  

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