HERALDO GUARDÉS
(Año XXIX – Núm. 1573 – La
Guardia , 31 de marzo de 1934)
LA ESTACIÓN CORSARIA
DE LA GUARDIA
I
Debido a la guerra que Francia y
España sostenían contra Inglaterra, a principios del siglo XIX, nuestro pequeño
puerto se convirtió en importante base corsaria, pues por ser punto estratégico
para atacar las naves enemigas que hacían el comercio con Portugal, vinieron a
nuestro puerto muchos barcos de muy distinta procedencia: de Bayona, Vigo,
Pontevedra, La Coruña ,
San Sebastián, y Bayona de Francia, esto aparte de los que en La Guardia se armaron con tal
objeto.
Estos barcos corsarios los
tripulaban gente de diversas nacionalidades, dominando los italianos, que ya en
el siglo XVIII se hallaban establecidos en nuestro pueblo, entre ellos Clemente
y Francisco Galí, naturales de Liorna, dando el nombre de esta ciudad origen al
apodo Liorna, que aún perdura. El Clemente Galí prestó servicio por mar en
1765, según documentos que obran en la Ayudantía.
Durante el corso, La Guardia fue testigo de luchas
diarias entre los barcos corsarios y los veleros enemigos que se dirigían a
Portugal, presenciando actos de valor, de piratería y salvajismo, pues todo
eso, a la vez, es lo que constituye la guerra. Por lo regular los barcos
mercantes enemigos que cruzaban nuestro mar, eran de mayor tonelaje que las
lanchas corsarias, y se comprende que su tripulación tenía que poner a prueba
todo su valor, para saltar al abordaje, navaja en mano, y poder adueñarse de
las naves de alto borde.
Como las lanchas corsarias eran de
muy poco tonelaje, pues generalmente no pasaban de quince o veinte toneladas,
se comprende que para abordar un barco enemigo, que muchas veces pasaba de
ciento sesenta toneladas, tenían que hacerlo varios corsarios a la vez, y
rodeándole y atacándole por todas partes, conseguían apresarle.
Cada barco corsario llevaba unos
veinte hombres, y además del patrón o capitán, llevaba también un cabo de
presas.
Los fuegos de las baterías del
Castillo, auxiliando a los corsarios contribuían muy eficazmente a la
aprehensión de la nave enemiga.
Los ingleses para proteger su
comercio, tenían en alta mar varios barcos de guerra a los cuales proveían de
víveres furtivamente nuestros volanteiros, cuyo servicio es de suponer les
fuere espléndidamente retribuido.
El Gobernador del Castillo, llamado
Francisco López de Layseca, que era el jefe supremo militar de la plaza, para
evitar tales abusos, dio órdenes terminantes, por mediación del Ayudante de
Marina, para que ningún barco pesquero de nuestro puerto se acercase a los
barcos de guerra ingleses, y que no se apartasen de la costa más de media
legua.
Esta orden fue recibida con señalado
disgusto por nuestros marineros, y se alzaron de tal acuerdo, en nombre del
gremio, los patronos de pesca Nicolás Baz, Juan da Lomba, Dionisio da Pena,
Benito Fernández, José Cadilla, Simón Alonso y Nicolás Martínez quejándose del
Gobernador que no les dejaba salir a la mar, con el pretexto de que no los
cojan los ingleses, y que tan solo los
dejaban ir a media legua de distancia, donde no había peces, pues las merluzas
a cuya pesca se dedicaban, no se hallaban sino en alta mar, no noso mar, y que, si no les dejaban
pescar para mantener a sus familias, tendrían que emigrar.
Por no obedecer las órdenes del
Gobernador fue castigado Nicolás Martínez, hijo de Agustín, y a Simón Alonso,
hijo de Felipe, patronos jubilados, cuyos hijos salieron el 14 de julio de
1806, hallándose la escuadra inglesa a la vista, por cuya falta estuvieron
presos y pagaron ciento dos reales de multa y catorce maravedises.
El Ayudante de Marina no acataba las
órdenes del Gobernador del Casillo referentes a asuntos de marina, pues aquel
no acudía a las citas del Gobernador, amonestándole con frecuencia, porque los
pesqueros se acercaban a los buques de guerra ingleses.
Año XXIX – Núm. 1574 – La Guardia , 7 de abril de
1934
II
Hemos visto en nuestro primer
artículo, que las relaciones entre el Gobernador del Castillo, don Francisco
López de Layseca, y el Ayudante de Marina de nuestro puerto estaban muy lejos
de ser amistosas, por la resistencia de la autoridad de Marina a concurrir a
las citas del Gobernador; pero si este dato no bastase tenemos uno más para
acabar de convencernos de que así era en efecto, y es la disparidad de
criterios que ambas autoridades sustentaban, aún en las cosas más triviales y
de poca importancia.
Con motivo de la entrada en nuestro
puerto de los corsarios Diablillo y Barroso, con la presa de un navío
inglés, el Gobernador ordenó que tanto la tripulación de esos dos corsarios,
como los prisioneros hechos pasasen al Lazareto, que no era más que una casa
particular previamente destinada para tal fin. A esa orden se oponía el
Ayudante, por lo que el Gobernador se quejó a sus superiores de tal
desobediencia, diciendo que si el Ayudante de Marina no quería acatar sus
órdenes, no era más que para evitar impertinencias.
Por lo general la tripulación de los
corsarios, como gente desconocida y de muy distintos países, eran de dudosa
conducta y pendencieros, que por un quitame allá esas pajas, armaban alborotos
y tumultos a diario, seguidos muchas veces de asesinatos.
El corsario Vengador, capitán Marcos Boamonde, vecino de Muros, tuvo necesidad
de ir a reparar su buque a Vilanova de Portimao, y una vez allí, la tripulación
entró en el pueblo como quien entra en tierra conquistada, adueñándose de él e
insultando a los vecinos, cometiendo tal clase de atropellos que dieron origen
a una reclamación diplomática (1806).
Y la tripulación del barco corsario Santa Isabel, sin saber por que, se
insubordinó y mató violentamente a su capitán Manuel de Campos. En otra ocasión
el marinero Manuel Gómez, en una discusión que sostuvo con el capitán del
corsario Guipuzcuano, quiso atentar
contra la vida de éste, y por tal delito el Gobernador lo prendió en el
Castillo, de donde pudo fugarse al poco tiempo.
Los marineros no hacían gran caso de
las órdenes del Gobernador, pues habiéndoles prohibido que salieran a la mar,
para que no les pasase lo que le ocurrió a un corsario de La Coruña que lo quemaron
frente a nuestro puerto, ellos no hacían caso de nada, y salían cuando les daba
la gana, sin duda alentados también por el Ayudante de Marina, dada la
hostilidad que existía entre ambas autoridades.
Por todos los hechos, que quedan
aquí relatados, se viene en conocimiento que durante los años del corso, la
vida del pueblo de La Guardia
no tenía nada de idílica, puesto que había diariamente combates en la mar,
cerca del puerto, o alborotos y crímenes con frecuencia en las calles de
nuestra villa.
El enrolamiento del personal en los
barcos corsarios estaba sujeto a ciertas reglas: No se permitía que en los
corsarios fuera gente matriculada, disposición que resultaba imprescindible,
pues si no se les permitía ir en los corsarios y al mismo tiempo no se les
dejaba pescar, por temor a que los apresasen, ¿de qué iba a vivir esa gente?
En los corsarios tampoco se permitía
más que una cuarta parte de extranjeros, las otras tres cuartas partes tenían
que ser españoles, no de la clase de marineros, sino terrestres, según queda
dicho.
Por no querer sujetarse a estas
reglas, no se permitió al francés Juan Sepe armar en corso su barca Santa María de San Juan de Luz, por ser
toda su tripulación extranjera.
Año XXIX – Núm. 1575 – La Guardia , 14 de abril de
1934
III
Por la relación que al final haremos
de los corsarios que frecuentaban nuestro puerto y de los que aquí estaban
estacionados, observamos que la mayor parte de ellos tenían nombres de santos o
de la Virgen
en sus distintas advocaciones, sin duda para que los amparasen en su difícil y honrado oficio, si bien en cierta
manera, quedaba legalizado desde el instante en que el Gobierno de la nación
les expedía la correspondiente patente de corso.
Como se comprenderá fácilmente,
nuestros corsarios, por las malas condiciones del puerto, tenían que
abandonarle en épocas borrascosas, y refugiarse en Vigo o Bayona, pues al río
Miño no podían ir, porque el Gobernador de la Insua no les permitía entrar por la barra del
Sur, exponiéndose a naufragar, con pérdida de barco y gente, si se aventuraban
a entrar por la barra del Norte, como le sucedió a la lancha corsaria de San
Sebastián, La Intrépida , cuyo
capitán José Luis Araquistayn, al no permitirle el Gobernador de la Insua el paso por la parte
Sur, perdió el barco totalmente al querer entrar por la barra del Norte, sin
práctico.
Los barcos corsarios, a pesar de
llevar a bordo un cabo de presas, que era el encargado de examinar la
documentación y de decidir si procedía o no la aprehensión, muchas veces, por
imposición de la tripulación, poco escrupulosa en eso de apresar cuanto barco
encontraban, hacían malas presas, que después tenían que devolver. Así pasó con
la presa hecha por los corsarios San
Carlos y Arlequín que se
apoderaron de un barco de Bayona que venía de Lisboa con vino, que fue devuelto
por el tribunal de presas a su armador don Juan Antonio Soto, vecino de Bayona.
Para declarar si la aprehensión era
buena o mala, es decir si estaba bien o mal hecha, se constituía un tribunal
que presidía la autoridad de Marina. Si era mala, se devolvía barco y mercancía
al dueño; y si era buena, se entregaba a la tripulación del barco corsario,
quienes vendían en pública subasta buque y mercancía, cuyo producto se repartía
entre el armador y tripulación, no sin antes deducir el 15 por ciento para la Hacienda.
A los empleados que intervenían en
estos expedientes, también debía tocarles algo, pues con frecuencia se
entablaban largas discusiones entre la Ayudantía de Bayona y la de La Guardia , sobre quien tenía
más derecho a intervenir en tal o cual presa.
Así que cuando las aprehensiones no
se llevaban a Bayona y se vendían en La Guardia , molestaban a las autoridades de aquí
haciendo una serie de preguntas, sobre todo en que precio se había vendido el
barco y mercancías, que, por lo visto era lo que más importaba.
Cuando se vendieron en nuestro
puerto los bergantines ingleses Serrillau
y Doserpire y la fragata Devenish, apresados, esta en lastre, y
los dos primeros con cargamento de bacalao, inmediatamente la Ayudantía de Marina de
Bayona preguntaba a la de La
Guardia , en que precio se había vendido tanto el bacalao como
el barco (1807).
Como por lo regular las mercancías se vendían
baratas, cuando había una venta de esa naturaleza, principalmente si era
bacalao lo que se vendía, media provincia invadía nuestro pueblo en busca de
las gangas del corso, dando a nuestra villa la animación que es de suponer.
Y como además se vendían muchísimas
cosas más, por cualquier precio, podemos decir que La Guardia entonces era la Jauja de Galicia.
Aun hay hoy en muchas casas de
nuestro pueblo en donde se conserva la loza inglesa procedente del corso; y lo
que es más curioso todavía es que aun hace poco tiempo, navegaba uno de los
corsarios de La Guardia ,
llamado San Antonio y Animas, construido en Camposancos, que
fue vendido en aquella época a Joaquín José Álvarez, quien lo dedicó al corso
(1805).
Terminado éste, después de una
reforma, lo vendió a unos armadores de Muros que lo volvieron a dedicar al
cabotaje, y haciéndole varias reformas y composturas, estuvo navegando hasta
hace poco.
Año XXIX – Núm. 1576 – 21 de
abril de 1934
IV
En uno de los artículos anteriores
decíamos, o por lo menos lo intentábamos, que ya en el siglo XVIII, sirvió
nuestro puerto de estación corsaria, y que en ese primer corso actuaron los
hermanos Clemente y Francisco Galí, naturales de Liorna, los cuales se casaron
en nuestro pueblo, y aquí constituyeron sus hogares.
Los nombres de estos italianos no
figuran ya en el corso del siglo XIX.
Del primer corso tenemos muy escasas
noticias, y si sabemos algo es por tres documentos del año 1760 que posee
nuestro amigo don Ángel Nandín, quien galantemente lo ha puesto a nuestra
disposición.
Por esos tres documentos, venimos en
conocimiento de los pormenores de la aprehensión hecha por el corsario francés Corteplenante, de dos barcos ingleses
los cuales llevó al puerto de Camposancos, como sitio más resguardado y seguro.
Al hacerse esas dos presas, como
había poco resguardo, el Administrador de la Aduana de La Guardia pidió auxilio al de Tuy, don Anselmo
Araujo; y este, por estar ausente el Teniente del Resguardo, D. Cayetano
Quiroga, dio conocimiento del auxilio que se pedía al cabo don José de Prada,
quien no pudo mandar más que al ministro (aguacil) Luis Martínez y al ministro
de a caballo Domingo Santos, para que tuviesen cuenta de los dos barcos
apresados, y que no se causase perjuicio a la Real Hacienda.
Debido a estas dos presas se entabló
curiosa competencia entre el Administrador de la Aduana de Vigo, don Matías
Francisco de los Ríos y don Pedro Parcero, Administrador de la Aduana de La Guardia , cruzándose una
serie de oficios en los que se campea ese estilo burocrático que aun perdura,
corregido y aumentado, y en los que se aparenta procurar el mayor aumento de la Real Hacienda de
España, aunque, lo que en realidad pretendían, era defender sus derechos
particulares, es decir arrimar el ascua a su sardina, como vulgarmente se dice.
Veamos el origen de esa competencia: El corsario Corteplenante, cuyo capitán se llamaba Juan Delmedo, apresó dos
barcos ingleses, uno cargado de carbón y el otro de tabaco.
Entregados los barcos por el
Tribunal de Presas a la tripulación del corsario, por considerarla bien hechas,
tratan de vender barcos y mercancías al mejor postor.
Puestos a la venta unos portugueses
ofrecen por el barco de carbón ochocientos penique fuertes, pero el capitán
inglés que antes lo mandaba lo sube a trece mil doscientos peniques.
Enterado el Administrador de la Aduana de Vigo, de la venta
que se estaba efectuando en Camposancos, pasa oficio al de La Guardia para que no cobre
los derechos ni los anote en sus libros, pues sólo a él le corresponde hacerlo,
según dispone la superioridad.
Don Pedro Parcero, Administrador de la Aduana de La Guardia que veía que se le
escapaban sus gratificaciones, pone el grito en el cielo y en que protestaba de
tal determinación, se extiende en largas consideraciones, y hasta para ver si
se daba a partido, le aconseja benignamente, diciéndole que no se fíe de
palabras volanderas, ni se deje
engañar de los corsarios, cosa que suelen hacer con frecuencia, y, sobre todo,
que asegure los derechos del 15 por cien que corresponden a la Hacienda.
Pero el de Vigo no se ablanda, y
contesta en largo oficio ordenando que se nombre una junta de peritos
entendidos en embarcaciones, y que ante un escribano se levante acta de la
correspondiente tasación, y que si esa junta no supiese hacerlo, se nombre otra
junta de peritos, para que marque el legítimo valor.
“Además ordena que pase con los
ministros al buque de carbón, reconociéndole de popa a proa, haciendo calas a
toda satisfacción, porque en vez de carbón muy bien pudiera suceder que hubiese
otras cosas de mayor precio, pues por aquí se dice que trae suela”.
“Y en cuanto a Vd. Pretenda su
comisión, eso es aparte, y respecto al informe, lo haré según deba hacerlo y
como quisiera que lo hiciesen conmigo en igual trance, porque a mí no me han de
dar más sueldo por quitar a otro lo que le corresponde”.
El Administrador de La Guardia , al ver que el
informe le era favorable, y que le serían respetados sus derechos, se dio por
satisfecho, quedando así zanjado este pequeño incidente, en el que todos
salieron ganando, menos la
Real Hacienda Española, que era precisamente a la que se
trataba de defender, pues con tal arreglo en vez de una comisión tuvo que pagar
dos.
Julián López
Archivo:
InfoMAXE
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