sábado, 1 de febrero de 2014

(HERALDO GUARDES) 31.03.1934 La Estación Corsaria de La Guardia

HERALDO GUARDÉS
(Año XXIX – Núm. 1573 – La Guardia, 31 de marzo de 1934)

LA ESTACIÓN CORSARIA DE LA GUARDIA

I

            Debido a la guerra que Francia y España sostenían contra Inglaterra, a principios del siglo XIX, nuestro pequeño puerto se convirtió en importante base corsaria, pues por ser punto estratégico para atacar las naves enemigas que hacían el comercio con Portugal, vinieron a nuestro puerto muchos barcos de muy distinta procedencia: de Bayona, Vigo, Pontevedra, La Coruña, San Sebastián, y Bayona de Francia, esto aparte de los que en La Guardia se armaron con tal objeto.

            Estos barcos corsarios los tripulaban gente de diversas nacionalidades, dominando los italianos, que ya en el siglo XVIII se hallaban establecidos en nuestro pueblo, entre ellos Clemente y Francisco Galí, naturales de Liorna, dando el nombre de esta ciudad origen al apodo Liorna, que aún perdura. El Clemente Galí prestó servicio por mar en 1765, según documentos que obran en la Ayudantía.

            Durante el corso, La Guardia fue testigo de luchas diarias entre los barcos corsarios y los veleros enemigos que se dirigían a Portugal, presenciando actos de valor, de piratería y salvajismo, pues todo eso, a la vez, es lo que constituye la guerra. Por lo regular los barcos mercantes enemigos que cruzaban nuestro mar, eran de mayor tonelaje que las lanchas corsarias, y se comprende que su tripulación tenía que poner a prueba todo su valor, para saltar al abordaje, navaja en mano, y poder adueñarse de las naves de alto borde.

            Como las lanchas corsarias eran de muy poco tonelaje, pues generalmente no pasaban de quince o veinte toneladas, se comprende que para abordar un barco enemigo, que muchas veces pasaba de ciento sesenta toneladas, tenían que hacerlo varios corsarios a la vez, y rodeándole y atacándole por todas partes, conseguían apresarle.

            Cada barco corsario llevaba unos veinte hombres, y además del patrón o capitán, llevaba también un cabo de presas.

            Los fuegos de las baterías del Castillo, auxiliando a los corsarios contribuían muy eficazmente a la aprehensión de la nave enemiga.

            Los ingleses para proteger su comercio, tenían en alta mar varios barcos de guerra a los cuales proveían de víveres furtivamente nuestros volanteiros, cuyo servicio es de suponer les fuere espléndidamente retribuido.

            El Gobernador del Castillo, llamado Francisco López de Layseca, que era el jefe supremo militar de la plaza, para evitar tales abusos, dio órdenes terminantes, por mediación del Ayudante de Marina, para que ningún barco pesquero de nuestro puerto se acercase a los barcos de guerra ingleses, y que no se apartasen de la costa más de media legua.

            Esta orden fue recibida con señalado disgusto por nuestros marineros, y se alzaron de tal acuerdo, en nombre del gremio, los patronos de pesca Nicolás Baz, Juan da Lomba, Dionisio da Pena, Benito Fernández, José Cadilla, Simón Alonso y Nicolás Martínez quejándose del Gobernador que no les dejaba salir a la mar, con el pretexto de que no los cojan los ingleses,  y que tan solo los dejaban ir a media legua de distancia, donde no había peces, pues las merluzas a cuya pesca se dedicaban, no se hallaban sino en alta mar, no noso mar, y que, si no les dejaban pescar para mantener a sus familias, tendrían que emigrar.

            Por no obedecer las órdenes del Gobernador fue castigado Nicolás Martínez, hijo de Agustín, y a Simón Alonso, hijo de Felipe, patronos jubilados, cuyos hijos salieron el 14 de julio de 1806, hallándose la escuadra inglesa a la vista, por cuya falta estuvieron presos y pagaron ciento dos reales de multa y catorce maravedises.

            El Ayudante de Marina no acataba las órdenes del Gobernador del Casillo referentes a asuntos de marina, pues aquel no acudía a las citas del Gobernador, amonestándole con frecuencia, porque los pesqueros se acercaban a los buques de guerra ingleses.

Año XXIX – Núm. 1574 – La Guardia, 7 de abril de 1934

II
            Hemos visto en nuestro primer artículo, que las relaciones entre el Gobernador del Castillo, don Francisco López de Layseca, y el Ayudante de Marina de nuestro puerto estaban muy lejos de ser amistosas, por la resistencia de la autoridad de Marina a concurrir a las citas del Gobernador; pero si este dato no bastase tenemos uno más para acabar de convencernos de que así era en efecto, y es la disparidad de criterios que ambas autoridades sustentaban, aún en las cosas más triviales y de poca importancia.

            Con motivo de la entrada en nuestro puerto de los corsarios Diablillo y Barroso, con la presa de un navío inglés, el Gobernador ordenó que tanto la tripulación de esos dos corsarios, como los prisioneros hechos pasasen al Lazareto, que no era más que una casa particular previamente destinada para tal fin. A esa orden se oponía el Ayudante, por lo que el Gobernador se quejó a sus superiores de tal desobediencia, diciendo que si el Ayudante de Marina no quería acatar sus órdenes, no era más que para evitar impertinencias.

            Por lo general la tripulación de los corsarios, como gente desconocida y de muy distintos países, eran de dudosa conducta y pendencieros, que por un quitame allá esas pajas, armaban alborotos y tumultos a diario, seguidos muchas veces de asesinatos.

            El corsario Vengador, capitán Marcos Boamonde, vecino de Muros, tuvo necesidad de ir a reparar su buque a Vilanova de Portimao, y una vez allí, la tripulación entró en el pueblo como quien entra en tierra conquistada, adueñándose de él e insultando a los vecinos, cometiendo tal clase de atropellos que dieron origen a una reclamación diplomática (1806).

            Y la tripulación del barco corsario Santa Isabel, sin saber por que, se insubordinó y mató violentamente a su capitán Manuel de Campos. En otra ocasión el marinero Manuel Gómez, en una discusión que sostuvo con el capitán del corsario Guipuzcuano, quiso atentar contra la vida de éste, y por tal delito el Gobernador lo prendió en el Castillo, de donde pudo fugarse al poco tiempo.

            Los marineros no hacían gran caso de las órdenes del Gobernador, pues habiéndoles prohibido que salieran a la mar, para que no les pasase lo que le ocurrió a un corsario de La Coruña que lo quemaron frente a nuestro puerto, ellos no hacían caso de nada, y salían cuando les daba la gana, sin duda alentados también por el Ayudante de Marina, dada la hostilidad que existía entre ambas autoridades.

            Por todos los hechos, que quedan aquí relatados, se viene en conocimiento que durante los años del corso, la vida del pueblo de La Guardia no tenía nada de idílica, puesto que había diariamente combates en la mar, cerca del puerto, o alborotos y crímenes con frecuencia en las calles de nuestra villa.

            El enrolamiento del personal en los barcos corsarios estaba sujeto a ciertas reglas: No se permitía que en los corsarios fuera gente matriculada, disposición que resultaba imprescindible, pues si no se les permitía ir en los corsarios y al mismo tiempo no se les dejaba pescar, por temor a que los apresasen, ¿de qué iba a vivir esa gente?

            En los corsarios tampoco se permitía más que una cuarta parte de extranjeros, las otras tres cuartas partes tenían que ser españoles, no de la clase de marineros, sino terrestres, según queda dicho.

            Por no querer sujetarse a estas reglas, no se permitió al francés Juan Sepe armar en corso su barca Santa María de San Juan de Luz, por ser toda su tripulación extranjera.

Año XXIX – Núm. 1575 – La Guardia, 14 de abril de 1934

III
            Por la relación que al final haremos de los corsarios que frecuentaban nuestro puerto y de los que aquí estaban estacionados, observamos que la mayor parte de ellos tenían nombres de santos o de la Virgen en sus distintas advocaciones, sin duda para que los amparasen en su difícil y honrado oficio, si bien en cierta manera, quedaba legalizado desde el instante en que el Gobierno de la nación les expedía la correspondiente patente de corso.

            Como se comprenderá fácilmente, nuestros corsarios, por las malas condiciones del puerto, tenían que abandonarle en épocas borrascosas, y refugiarse en Vigo o Bayona, pues al río Miño no podían ir, porque el Gobernador de la Insua no les permitía entrar por la barra del Sur, exponiéndose a naufragar, con pérdida de barco y gente, si se aventuraban a entrar por la barra del Norte, como le sucedió a la lancha corsaria de San Sebastián, La Intrépida, cuyo capitán José Luis Araquistayn, al no permitirle el Gobernador de la Insua el paso por la parte Sur, perdió el barco totalmente al querer entrar por la barra del Norte, sin práctico.

            Los barcos corsarios, a pesar de llevar a bordo un cabo de presas, que era el encargado de examinar la documentación y de decidir si procedía o no la aprehensión, muchas veces, por imposición de la tripulación, poco escrupulosa en eso de apresar cuanto barco encontraban, hacían malas presas, que después tenían que devolver. Así pasó con la presa hecha por los corsarios San Carlos y Arlequín que se apoderaron de un barco de Bayona que venía de Lisboa con vino, que fue devuelto por el tribunal de presas a su armador don Juan Antonio Soto, vecino de Bayona.

            Para declarar si la aprehensión era buena o mala, es decir si estaba bien o mal hecha, se constituía un tribunal que presidía la autoridad de Marina. Si era mala, se devolvía barco y mercancía al dueño; y si era buena, se entregaba a la tripulación del barco corsario, quienes vendían en pública subasta buque y mercancía, cuyo producto se repartía entre el armador y tripulación, no sin antes deducir el 15 por ciento para la Hacienda.

            A los empleados que intervenían en estos expedientes, también debía tocarles algo, pues con frecuencia se entablaban largas discusiones entre la Ayudantía de Bayona y la de La Guardia, sobre quien tenía más derecho a intervenir en tal o cual presa.

            La Ayudantía de Bayona, como de mayor categoría, amonestaba siempre con cierta superioridad a la de La Guardia, por retener las presas, que el de Bayona a todo trance quería llevarse para allá, lo cual ocasionaba muchos perjuicios a los corsarios que en nuestro puerto estaban estacionados.

            Así que cuando las aprehensiones no se llevaban a Bayona y se vendían en La Guardia, molestaban a las autoridades de aquí haciendo una serie de preguntas, sobre todo en que precio se había vendido el barco y mercancías, que, por lo visto era lo que más importaba.

            Cuando se vendieron en nuestro puerto los bergantines ingleses Serrillau y Doserpire y la fragata Devenish, apresados, esta en lastre, y los dos primeros con cargamento de bacalao, inmediatamente la Ayudantía de Marina de Bayona preguntaba a la de La Guardia, en que precio se había vendido tanto el bacalao como el barco (1807).

             Como por lo regular las mercancías se vendían baratas, cuando había una venta de esa naturaleza, principalmente si era bacalao lo que se vendía, media provincia invadía nuestro pueblo en busca de las gangas del corso, dando a nuestra villa la animación que es de suponer.

            Y como además se vendían muchísimas cosas más, por cualquier precio, podemos decir que La Guardia entonces era la Jauja de Galicia.

            Aun hay hoy en muchas casas de nuestro pueblo en donde se conserva la loza inglesa procedente del corso; y lo que es más curioso todavía es que aun hace poco tiempo, navegaba uno de los corsarios de La Guardia, llamado San Antonio y Animas, construido en Camposancos, que fue vendido en aquella época a Joaquín José Álvarez, quien lo dedicó al corso (1805).

            Terminado éste, después de una reforma, lo vendió a unos armadores de Muros que lo volvieron a dedicar al cabotaje, y haciéndole varias reformas y composturas, estuvo navegando hasta hace poco.

Año XXIX – Núm. 1576 – 21 de abril de 1934

IV
            En uno de los artículos anteriores decíamos, o por lo menos lo intentábamos, que ya en el siglo XVIII, sirvió nuestro puerto de estación corsaria, y que en ese primer corso actuaron los hermanos Clemente y Francisco Galí, naturales de Liorna, los cuales se casaron en nuestro pueblo, y aquí constituyeron sus hogares.
            Los nombres de estos italianos no figuran ya en el corso del siglo XIX.

            Del primer corso tenemos muy escasas noticias, y si sabemos algo es por tres documentos del año 1760 que posee nuestro amigo don Ángel Nandín, quien galantemente lo ha puesto a nuestra disposición.

            Por esos tres documentos, venimos en conocimiento de los pormenores de la aprehensión hecha por el corsario francés Corteplenante, de dos barcos ingleses los cuales llevó al puerto de Camposancos, como sitio más resguardado y seguro.

            Al hacerse esas dos presas, como había poco resguardo, el Administrador de la Aduana de La Guardia pidió auxilio al de Tuy, don Anselmo Araujo; y este, por estar ausente el Teniente del Resguardo, D. Cayetano Quiroga, dio conocimiento del auxilio que se pedía al cabo don José de Prada, quien no pudo mandar más que al ministro (aguacil) Luis Martínez y al ministro de a caballo Domingo Santos, para que tuviesen cuenta de los dos barcos apresados, y que no se causase perjuicio a la Real Hacienda.

            Debido a estas dos presas se entabló curiosa competencia entre el Administrador de la Aduana de Vigo, don Matías Francisco de los Ríos y don Pedro Parcero, Administrador de la Aduana de La Guardia, cruzándose una serie de oficios en los que se campea ese estilo burocrático que aun perdura, corregido y aumentado, y en los que se aparenta procurar el mayor aumento de la Real Hacienda de España, aunque, lo que en realidad pretendían, era defender sus derechos particulares, es decir arrimar el ascua a su sardina, como vulgarmente se dice. Veamos el origen de esa competencia: El corsario Corteplenante, cuyo capitán se llamaba Juan Delmedo, apresó dos barcos ingleses, uno cargado de carbón y el otro de tabaco.

            Entregados los barcos por el Tribunal de Presas a la tripulación del corsario, por considerarla bien hechas, tratan de vender barcos y mercancías al mejor postor.

            Puestos a la venta unos portugueses ofrecen por el barco de carbón ochocientos penique fuertes, pero el capitán inglés que antes lo mandaba lo sube a trece mil doscientos peniques.

            Enterado el Administrador de la Aduana de Vigo, de la venta que se estaba efectuando en Camposancos, pasa oficio al de La Guardia para que no cobre los derechos ni los anote en sus libros, pues sólo a él le corresponde hacerlo, según dispone la superioridad.

            Don Pedro Parcero, Administrador de la Aduana de La Guardia que veía que se le escapaban sus gratificaciones, pone el grito en el cielo y en que protestaba de tal determinación, se extiende en largas consideraciones, y hasta para ver si se daba a partido, le aconseja benignamente, diciéndole que no se fíe de palabras volanderas, ni se deje engañar de los corsarios, cosa que suelen hacer con frecuencia, y, sobre todo, que asegure los derechos del 15 por cien que corresponden a la Hacienda.

            Pero el de Vigo no se ablanda, y contesta en largo oficio ordenando que se nombre una junta de peritos entendidos en embarcaciones, y que ante un escribano se levante acta de la correspondiente tasación, y que si esa junta no supiese hacerlo, se nombre otra junta de peritos, para que marque el legítimo valor.

            “Además ordena que pase con los ministros al buque de carbón, reconociéndole de popa a proa, haciendo calas a toda satisfacción, porque en vez de carbón muy bien pudiera suceder que hubiese otras cosas de mayor precio, pues por aquí se dice que trae suela”.

            “Y en cuanto a Vd. Pretenda su comisión, eso es aparte, y respecto al informe, lo haré según deba hacerlo y como quisiera que lo hiciesen conmigo en igual trance, porque a mí no me han de dar más sueldo por quitar a otro lo que le corresponde”.

            El Administrador de La Guardia, al ver que el informe le era favorable, y que le serían respetados sus derechos, se dio por satisfecho, quedando así zanjado este pequeño incidente, en el que todos salieron ganando, menos la Real Hacienda Española, que era precisamente a la que se trataba de defender, pues con tal arreglo en vez de una comisión tuvo que pagar dos.

                                                                                  Julián López

           

Archivo: InfoMAXE

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