PANORAMA CÓSMICO DE LA GUARDIA
La
acogedora, risueña y laboriosa Villa guardesa, es un auténtico lugar
paradisíaco de la costa atlántico-pontevedresa que brinda al turista
manantiales inagotables de sorprendente belleza al contemplar sus paisajes
bucólicos, amenizados por el embriagador trino de las aves canoras, y la
sinfonía musical de las cristalinas aguas del Miño, espejo de tanto pensil que
se extiende por sus riberas que es el “Río de las ciudades episcopales”, según
frase de un eximio escritor. Este río es símbolo de Galicia, ofrece a los
honrados y trabajadores marineros de La Guardia sus excelentes y apetitosos peces:
Lampreas, sábalos, salmones, truchas, que en buena parte han de ser vendidos
para delicia de los buenos paladares.
Todo
turista que venga a esta Villa gallega, debe subir a pie el Monte de Santa
Tecla, para examinar, como fueron las moradas de los altos y y los vestigios de
su antigua civilización, al paso que una frondosa arboleda le regalará el aire
ozonizado de los pinares y eucaliptos, amén de las acacias. Una vez situado en
la cumbre de este famoso Monte, de forma cónica, se encontrará con el histórico
Santuario de Santa Tecla, en donde se venera la Sagrada reliquia de la Santa , Virgen y Mártir, del
mismo nombre. Y allí, al rotar sus prismáticos, quedará extasiado ante la
belleza mayestática que se le presenta: El Atlántico mostrando su grandeza,
sobre el que revolotean las graciosas gaviotas y dando ósculos amorosos a los
acantilados costeros y en el que se ven las inquietas gamelas, manejadas por
los lobos de mar que extraen los ricos peces y los sabrosísimos mariscos a los
que se le hace honor pantagruélico en las tascas del Roxo o del Gran Sol, y
otros establecimientos similares.
El
observador verá por el Sur, los pueblos norteños de Portugal, allende el Miño,
con sus casas enjalbegadas, y su paisaje cautivador, y por el Norte y Este,
contemplará la embrujadora Villa de La Guardia , ofreciendo su
sonrisa acogedora y que embelesa a propios y extraños, con sus casas y
edificios que da la impresión de una ciudad, y el famoso Valle de El Rosal, con
sus magníficos caldos y sus feraces vegas.
Así en
este retazo edénico de Galicia, colmado de aguas abundantes, de campiñas
verdecentes, de arboledas onduladas por el viento... La feminidad de esta
tierra esmeralda y la virilidad del Océano en fraternal conjugación con el
laberinto de la playa de la
Arena Grande y las distintas ensenadas de esta costa brava y
magnífica, forman una amplia constelación factorial de creadora ternura, que
forjó el espíritu, saturándolo de emociones líricas, imprimiendo a los
guardeses una idiosincrasia peculiar, de
orden sentimental. Y contemplando el celaje, vémoslo sembrado de incensarios
siderales, de brétemas y nubéculas
con siluetas de bustos tallados en mármol, saturados de lágrimas y nostalgias,
de ensueños, de saudades y de
triunfos. Y todo este complejo cósmico, síntesis de Galicia, se adentra en el
alma del poeta, herido de saudade y despierta en él arpegios de
ensueño.
Nuestra
Rosalía, la Cantora
del Sar de “toda a nosa terriña galega”: ¡Terra a nosal, -Baixo a prácida
sombra d’os castaños- d’o noso bon país,- Baixo aquelas frondosas carballeiras-
Que fan doce o vivir, -Sí, sí, Dios fixo esta encantada terra- Para vivir e gozar,-
Pequeño paraiso, est’é un remedo- D’o que perdeu Adán.- Este prácido sol que
nos aluma,- Estos aires d’o mar.- Este tempre soave, estas campías- Que non
teñen igual:-Esta fal mimosa que nos temos- De tan doce solás,- Que non sabe
decir sinon cariños- Que hastr’os corazós van,- Esta terra, n’hay duda...
Dio-la-fizo- Para ser amada e amar.- ¡Ey! Galicia, a que dorme soños d’anxel.-
E chora o despertar- Bágoas que si consolan as suas penas- Non curan os seus
mals.
Victor Touriño López
Publicado no libro das Festas do Monte de 1956
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