viernes, 27 de junio de 2014

(A GUARDA) AÑORANZAS ( I ), Libro Festas do Monte, 1952

Muy cerca de los cincuenta años hace de esto. Don Juanito Domínguez, nuestro querido profesor en el Seminario, nos arrastró, sugestionándonos con su charla persuasiva, a la aventura.

            Fue aquella una ascensión penosa, Monte arriba, por camino de cabras. Entonces el Monte, mondo de pinos, agreste, sin otra vegetación que un tojo raquítico y carrascales, ofrecía una subida áspera, bordeando vertientes peladas, que daban vértigo.

            La tarde, un poco bochornosa, amenazaba lluvia. Soplaba el bragués...

            - Don Juanito, debiéramos dar vuelta, va a llover, -dijo uno de los tres seminaristas que acompañaban al profesor.

            - Ya empieza el agorero. ¡Qué lluvia ni que ocho cuartos! Eso es niebla alta...

            Era una ascensión aquella algo extraña. Cada uno de nosotros llevaba un sacho de jardín. Nada menos que subíamos al monte para empezar unas excavaciones en determinado paraje. Porque, según Don Juanito Domínguez, que él solo había subido ya infinitas veces, por allí adivinaba él, soterrada, nada menos que una población de altura, una citania...

- Don Juanito, que ya caen gotas...

Pero en aquel momento Don Juanito se perdía en una disertación laberíntica de prehistoria, en la que barajaba nombres raros de edades y períodos geológicos, y no oía...

Llegamos. Y los sachos de jardín empezaron a remover tierra y piedras. Y a los pocos minutos, José Vicente tropezó con un largo clavo de bronce.

¡Cuidado con romperlo, para con el sacho! –exclamó, alucinado, con sus ojillos negrísimos, pequeños, como cuentas de azabache, Don Juanito, que saltó sobre el hallazgo...

Lo limpia, lo acaricia, lo examina, y exclama, con toda seriedad:

- No hemos perdido el tiempo, muchachos. Este primer hallazgo es una joya. Nada menos que este alfiler debió pertenecer al tocado de una dama romana. – Y se quedó tan orondo...

- ¡Lo que vale el saber! –afirmó, un tanto irónico, José Pedreira.

- ¿Por qué dices tú eso? – se revolvió Don Juanito, ya en aire de ataque.

- Por que yo aseguraría, sin ánimo de ofenderle, que ese alfiler, un poco desgastado, es más bien un clavo largo de los que aseguran la canga al yugo de un carro de bueyes...

            No tuvo tiempo para replicar nuestro profesor. Los achuvascados celajes se habían extendido en todas direcciones, y la lluvia comenzó a formalizarse, y espesó pronto. Y fue espesando, espesando sin cesar, hasta que se acortaron los horizontes, y ya no se veía otra cosa que aquella cortina de agua que caía implacable, serena y a plomo. Y a pie firme, en aquella altura inhóspita, rodeados por torrenteras, hubimos de apandar aquel diluvio.

            Excusado es decir que volvimos a casa escurridos, sucios, desaliñados, taciturnos y maltrechos...

II

            ¡Inolvidable y querido profesor, Dr. D. Juan Domínguez Fontela! Me parece tenerle aún a mi lado, alto, un poco desgarbado, con sus ojos negrísimos, pequeños, vivos, como abiertos a punzón, con su contagiadora risa franca, hablador sempiterno, inquieto...

            No se le comprendía sin un libro en la mano. Estudiaba siempre, de día y de noche. Y, caso extraño, le restaba tiempo para estar en todas partes. Parecía estar dotado del don de la ubicuidad.

            Constante investigador, puedo afirmar que no existe en Galicia biblioteca o archivo que él no hubiera registrado.

            Son muy notables sus muchas monografías de carácter histórico, heráldico y arqueológico publicadas en La Integridad, de Tuy, y en La Voz del Tecla, periódicos en mala hora dejados desaparecer.

            Y sin duda alguna que a este tesón y firme constancia del Dr. Domínguez en sus frecuentes cacheos al Monte, se debe que, pocos años después de nuestra bautizada aventura naciera la Sociedad Pro-Monte, cuya primera Junta Directiva, de feliz recuerdo, estaba formada por los caballeros guardeses Don Manuel Lomba, Don Julián López, Don Pacífico Rodríguez, Don Ángel Nandín, Don Constante Candeira, etc.


            Directiva benemérita, que, a impulsos de un noble afán, consiguió descubrir, bajo la dirección técnica de Don Ignacio Calvo y el Dr. Obermayer, una población de altura, la citania de nuestro Monte, adivinada allí por el Dr. Domínguez; y dar prestigio y fama a este mismo Santo Monte, de su ya célebre por la tradición religiosa de O Voto, romería singular, tal vez única en el mundo cristiano; y ofrecer a la curiosidad de los expertos un museo admirable de objetos prehistóricos, cuidadosamente clasificados; y dotar al monte de una carretera en zig-zag por la cual hoy suben diariamente coches cargados de turistas, que allá, sobre los altos picos, admiran estáticos, un paisaje de maravilla...
Continuara

Publicado no libro das Festas do Monte de 1952

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