¿Cuándo comenzó allí la vida social?
Difícil es saberlo. Ni siquiera conocemos el nombre que tuvo en la Geografía arcaica,
aunque son muy concluyentes las pruebas que le identifican con la Abóbriga que Plinio sitúa inmediata a Tuy y a
las Islas Cíes.
Al
pie de este monte han sido descubiertas estaciones paleolíticas, Chelense y Asturiense, que acusan el remotísimo arcaísmo de nuestras razas
ancestrales. Los Kjok-henmodingos o
concheros, uno situado en la cumbre y otro al pie del monte, revelan la
persistencia de Era eneolítica.
A
ella pertenecen también múltiples objetos de hueso, cerámica, bronce y piedra
pulimentada desenterrados con las ruinas de la población.
Que
éstas razas perduraran hasta el período romano lo da a conocer el que con
aquellos se hallen confundidos objetos de piedra, hierro y especialmente
cerámica signada con caracteres romanos indicadores de su época reciente,
ratificada por monedas, algunas imperiales. Entre estos objetos reveladores de
la adelantada civilización que aquí dominó, merece especial mención la estatua
de bronce de Hércules que reproducimos. Es un ejemplar digno de los mejores
Museos que acusa la influencia artística helénica.
De
todos estos descubrimientos dan cuenta al turista al visitar –como debe
hacerlo- el amplio Museo que la “Sociedad Pro-Monte Santa Tecla” tiene
organizado en La
Guardia. Allí en
modestas vitrinas y sencillos anaqueles, están científicamente
coleccionados los variados utensilios de arte e industria de los que aquellas
razas arcaicas se valían para su vida rudimentaria. Anzuelos, agujas, fíbulas y
clavos; cuchillas rectas y curvas, pinzas, alfileres y pendientes de tocado
femenil. Cuentas de collares, imperdibles y amuletos, todo ello de bronce, allí
se ve, entre mil objetos más, cuidadosamente seleccionados por los amateurs conservadores del Museo de la Sociedad.
Es también interesantísimo el monte de Santa
Tecla por su aspecto religioso. Practícanse aquí periódicamente cultos que no
tienen semejanza en ninguna otra diócesis del Cristianismo, mereciendo especial
mención en estas páginas los que se celebran en agosto de todos los años con el
nombre de fiesta del Voto en los que
toman parte hombres exclusivamente. En esta solemnidad, toda ella de penitencia
y oración, ayunan todos a pan y agua y practícase una procesión de rogativa en
la que se cantan, alternativamente con las preces en griego y en latín del
Breviario, plegarias en gallego arcaico con música emocionante por su sencillez
sentimental.
Estos
y otros actos penitenciales están reglamentados por las constituciones de la Regla del Clamor que se redactaron el año
1138 y fueron ratificados en el año 1355, con motivo de una sequia pertinaz
que, durante siete años consecutivos asoló la comarca del Bajo Miño. Esta
festividad del Voto es de las que
dejan huella moral en la conciencia de los que allí asisten, pues no se pueden
presenciar aquellos actos colectivos de piedad cristiana medioeval, practicados
por centenares de hombres, sin que se conmuevan las fibras de la conciencia.
¿Cuándo
comenzaron estos cultos tan emocionantes, tan arcaicos y tan arraigados hoy en
las masas populares? Difícil es concretar la respuesta: pero de las
prescripciones de los Concilios gallegos de la época visigoda, dedúcese que
tienen su raíz histórica en aquella remota época en que los priscilianistas
fueron en España muy perseguidos y odiados. Sin duda que en estas cumbres se
refugió una comunidad de discípulos del Obispo de Avila cruelmente sacrificado
en Tréveris. La práctica de ásperos ayunos y peregrinaciones a pies descalzos;
la prohibición medioeval de que en estas reuniones formasen parte mujeres, como
primitivamente se hacía; el culto a Sta. Tecla, a quien la leyenda atribuye el
carácter de misionera andariega, compañera de San Pablo en sus peregrinaciones
apostólicas, a cuyo oficio fueron muy dadas las discípulas de Prisciliano, y
otras circunstancias y detalles del culto, tal como lo preceptúan en este monte
las antiguas constituciones del siglo XII escritas en gallego, hácenle suponer
origen tan remoto. Sin duda también que muchas de las viviendas arcaicas de
este monte estuvieron habitadas en la época de la floreciente iglesia
visigoda por discípulos de Prisciliano,
que no todos estuvieron manchados con los delitos que se le atribuyeron, y
posteriormente por ermitaños imitadores de Santa Tecla, ermitaña también en los
montes de Seleucia en los últimos años de su vida.
Los
monjes hijos de las primitivas fundaciones monásticas de Occidente que tanto
contribuyeron a la evangelización de Galicia y Norte de Portugal en la época
visigoda tuvieron parte muy significada en la vida de la Congregación del Clamor de Santa Tecla,
contribuyendo a ello de un modo especial los trabajos apostólicos del gran
Obispo San Martín Dumiense, el gran evangelizador de Suevos y fundador de
muchos templos y monasterios en esta región. Algunos de los capítulos de su
regla monacal están transcritos en la de Santa Tecla.
La
invasión agarena todo lo derrumbó, y sólo a principios del siglo XII, cuando la
restauración monástica en Barrantes, Loureza, Oya, Labruja y otros lugares del
Bajo Miño, pudieron reorganizarse estos cultos cual hoy se practican.
Si
mucho tiene el turista que admirar en las cumbres del Santa Tecla, amplio campo
se le ofrece al arqueólogo, al historiador y al místico que observar y estudiar
en estas históricas cumbres, a las que fácilmente se llega desde la ciudad de
Vigo.
Juan Domínguez Fontela
Chantre de la Catedral de Orense
De la Revista VIGO EN 1927
Editorial P.P.K.O. (Vigo)
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