sábado, 28 de junio de 2014

(A GUARDA) "AÑORANZAS "( II ) por DOGUEZTE Libro Festas do Monte, 1952

III


            Sentado en un ricón del pico llamado San Francisco, a la sombra acogedora de un alto peñasco, llegan a mí los ecos de las bandas de música, de las gaitas, de la zarabanda que forman los miles de peregrinos de media Galicia que se solazan, después de un yantar pantagruélico, en la explanada del Púlpito. Y en este dulce caer de la tarde, ante la grandeza de este soberano paisaje, vienen a mi recuerdo, despertando honda tristeza en mi pecho, aquellos nobles caballeros guardeses...

            DON MANUEL LOMBA, el primer Presidente de la Sociedad Pro-Monte de Sta. Tecla, quien, secundado por sus amigos –y lo eran todos los guardeses-, acertó, con sus desvelos, a dar importancia histórica a este Santo Monte, consagrándole, también, como indispensable lugar de turismo. Patriarcal, todo bondad, ¿cómo olvidarle, cuando una vez se le veía? Enamoraba aquella mansedumbre de su ánimo, aquella ingénita modestia, y aquella sencillez y candor como de niño.

            D. JULIÁN LÓPEZ, cristianísimo caballero a la vieja usanza, tradicionalista hasta la médula, que se hacía simpático aún a los contrarios en ideas por la firmeza, por el tesón y la noble sinceridad con que declaraba y defendía las suyas. Hombre de gran cultura, escribió un libro titulado La Citania de Santa Tecla, en el que hace un detenido estudio analítico de los descubrimientos en el Monte, demostrando poseer no comunes conocimientos arqueológicos y prehistóricos.

            D. ÁNGEL NANDÍN, el dibujante y el arquitecto de la Sociedad Pro-Monte, fino caballero, cordial, delicado, que acertaba a soslayar las dificultades surgidas en las sesiones de la Directiva, encontrando siempre la palabra o la frase apaciguadoras, frase o palabra que encerraban, complejas, paradógicas, igual razón para el si que para el no...

            D. PACÍFICO RODRÍGUEZ, insustituible Secretario de la Sociedad Pro-Monte, Médico cultísimo, de quien dijo el que fue notable tisiólogo en Madrid, Dr. Codina, su amigo, que de haber volado de La Guardia, hubiera brillado en cualquier Facultad de Medicina por su gran cultura médica y su natural talento. Durante más de cuarenta años ejerció su profesión abnegadamente en su pueblo, y su recuerdo es perdurable.

            Amante de los niños y de las flores, fue el alma de aquellos inolvidables jardines que rodeaban la fuente del Monte y de los grandes viveros de plantas y de árboles raros. Con que delicadeza sus manos largas, finas, mariposeaban, acariciándolas, sobre las plantas tiernas, que parecían salir de aquellos aleteos de caricia más bellas, más vivas...

            D. CONSTANTE CANDEIRA, el espléndido caballero que sabía desprenderse de respetables cantidades de dinero para las necesidades de la Sociedad Pro-Monte, y el que fundó esta romería enxebre, hoy una de las más célebres de toda Galicia:

-Constituida ya la Sociedad Pro-Monte en una reunión de prohombres de La Guardia, dijo Don Constante Candeira: Y, señores, para conmemorar este gran día en que queda constituida la Sociedad Pro-Monte, que tantos beneficios aportará a La Guardia, prometamos todos, solemnemente, que en tal día como hoy, o en el día que determine la Sociedad, vayamos todos con nuestras familias a comer al monte, invitando también a todas las familias de La Guardia a que hagan lo mismo.

Y colaboradores de esta Junta Directiva, los caballeros socios Don Cesar y Don Vicente Troncoso, Don Ángel González, Don Ermelindo Portela, Don Manuel Gómez, Don Laureano Alonso, Don José María Lomba, etc...

IV

            Pero merece capítulo aparte el cantor del monte, Don Manuel Álvarez.

            Este guardés inolvidable, de vasta cultura literaria, selecto de espíritu, de fina sensibilidad, que se transparenta –mejor dicho, que se adivina-, bajo el ropaje de su prosa magnífica, pertenece al número de los pocos escritores que saben detenerse, desenfilados de la caravana, para saborear, con morosa delectación, un paisaje, un ambiente, cualidad singular reservada a pocos.

            Destacada personalidad libérrima, carácter fuerte, imprime a sus escritos toda la fuerza de un corazón que latió siempre contra toda injusticia.

            Por los cultísimos redactores del ya mencionado diario La Integridad, de Tuy, -peña de los amigos más íntimos de Don Manuel, entre los que se destacaba el Dr. Lago, que llegó a ser Arzobispo de Santiago-, eran siempre celebrados sus ágiles artículos, que se leían con creciente interés antes de entregarlos a las cajas.

            En ese periódico, de historial meritísimo, fue donde el Sr. Álvarez publicó sus mejores trabajos en prosa y en verso, a través de largos años de asidua colaboración.

            Y digo en prosa y en verso, porque el Sr. Álvarez fue, también, poeta de altos vuelos, a la manera clásica. Sus mejores poemas los escribió estando en los picos del monte. Fue su cantor ardoroso y férvido.

            Por que aquí, en estas alturas, encontró cuanto reclama la fantasía: aire, sol, libertad, paisaje único y majestuoso, que él supo describir en versos altos, con la sobriedad del pintor experto que infunde vida a los árboles y a los cielos con solo un par de manchas.

            Pero la lira del poeta de nuestro Monte ha enmudecido para siempre. La Guardia hace ya años que llora a su cantor apasionado y a uno de sus mejores hijos...

V

            Al descender, quise que parara el coche ante los jardines de la fuente. ¡Que tristeza...! La citania está ya, de nuevo, medio soterrada. Desaparecieron los jardines. Los viveros, donde cientos de tarros sostenían especies raras de tiernas plantas de jardín, o emergían de ellos lindos tallitos de pinos de la India, son ahora, como los antiguos jardines, -desvelo y encanto del Dr. Rodríguez- matorrales donde anidan los lagartos y se arrastran las culebras. Solamente por las paredes de la fuente trepan rosales silvestres.

            Y la fuente, que ofrecía la frescura de su linfa al sediento peregrino, secó...
   La fiesta termina. Ahora, por la cinta de la carretera, que serpentea monte abajo, desciende un gentío alocado que bulle, feliz, al son de una gaita lejana.          
Muere la tarde con una majestad y un encanto inefables. El sol declina entre vapores de una soberana riqueza de color. Sobre el mar abierto, sereno, blandamente movido por la brisa del atardecer, se retratan las encendidas nubes del crepúsculo. Parece que del mar emergen grandes bancos de coral.

            Todo el valle incomparable, la naturaleza entera parece entregada a la oración. Oyese, ya lejano, el canto de los romeros que fluye límpido en el aire. Es el alalá gallego, cuya aguda cadencia llega hasta mí con un dejo de profunda melancolía...

Agosto de 1952.                                                                    DOGUEZTE.

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