EL TECLA – SÍNTESIS
¡El Monte
Santa Tecla! Aún la más perspicaz observación no bastaría a enumerar y
describir con detalle todas y cada una de las incuestionables bellezas que este
lugar de ensueño atesora. Cabe, empero, compendiarlas y aún aquilatar en lo
posible su plusvalía, aludiendo para ello al magnífico retablo de maravillas
naturales en que mano omnímoda quiso situarlo, allí mismo donde la placidez y
mansedumbre del fronterizo Miño, tras estéril embestida, rinden obligado
tributo al implacable y turbulento Océano, hecho geográfico de profunda
filosofía (“nuestras vidas son los ríos”...), que también en enseñanzas de esta
índole es pródigo nuestro Monte. En efecto, cual nuevo Parnaso, constituye el
Tecla un fecundo motivo de inspiración para el visitante con alma de artista,
quien, ávido de ganar la céltica altura, en suave ascensión, siente cómo el
espíritu se ensancha y vivifica a me-dida que el horizonte va ganando en
amplitud, al tiempo que sucesiva y copiosamente va imprimiendo en su retina
nuevas facetas de polícromo paisaje, cuya paradisíaca visión comparten,
fraternales, los gemelos Facho y San Francisco, siempre, acogedores y
comunicativos de la inmensa dicha que, en secular silencio, semejan
experimentar.
Tan
profusos como bellos atractivos de esta joya que Natura nos ofrece, componen
una armoniosa síntesis de historia, poesía, arte..., aureolados por un hálito
de santidad que dimana de su propio nombre, el de la virgencita de Iconio, para
que de esta suerte nada pudiera faltar en él de noble..., sublime..., elevado.
Julio de
1950.
Rogelio
Vicente Portela
Publicado no libro das Festas do Monte de 1950
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