Por J. López García
ABC - Madrid, 14 de Septiembre de
1952
Hacia la parte más meridional de
Galicia, allí donde en cariñoso abrazo se unen las aguas tranquilas del Miño
con las inquietas y agitadas del océano, se alza en la margen derecha de ese
poético río el histórico monte Santa Tecla, semejando a eterno centinela, a
quien los siglos confiaran. En custodia y defensa de la entrada del río, llave
principal del hermoso y fértil valle Minniano, cubierto de rica y variada
vegetación, por donde se deslizan las aguas del Coira y del Tamuje, que le
riegan y fecundizan.
Separado en apariencia este monte
del sistema orográfico de que en un tiempo formaba parte, se presenta como
solitario y solitario premonitorio, cuya base bañan a porfía el Miño por
Oriente y el océano Atlántico por Occidente, tratando de circundarle por
completo, a no impedírselo una pequeña estribación que por la parte Norte del
monte le une en suave pendiente con las vegas de la antiquísima “Cividans” y
los alegres caseríos de Salcidos y la Gándara , que se pierden, allá lejos, en la amplia
llanura del renombrado valle de El Rosal.
Todo este monte es de pura
formación primitiva, que en pasadas épocas geológicas emergió del seno de las
aguas en forma de ingentes peñascales, que el tiempo se encargó después de ir
poco a poco modelando hasta darle la forma que hoy tiene, con sus dos
originales picachos que le coronan, constituidos por grandes bloques de
granito, que se nos presentan cabalgando unos sobre otros en equilibrios
sorprendentes.
El picacho de la parte Sur se
conoce con la denominación de Facho de San Francisco, nombre dado, sin duda,
por los franciscanos de un convento que en la antigüedad existió en la Insua , pequeña isla
portuguesa que se encuentra situada en la misma barra del Miño; y el picacho de
la parte Norte, que se le llama simplemente “Facho”, cuya etimología parece
indicarnos que éste era el sitio destinado en remotas edades para hacer señales
por medio de hogueras a las embarcaciones que cruzaban nuestro mar.
Hasta hace muy poco tiempo la
ascensión a este monte era difícil y penosa, pero hoy día puede hacerse en
cómodo automóvil, gracias a la carretera construida (1), a la cual, salvando
los grandes desniveles que el terreno de suyo le ofrece, sube serpenteando las
laderas del Tecla hasta la misma cumbre.
El viajero que recorre tan
original carretera, siguiendo las caprichosas curvas que a cada paso presenta,
podrá contemplar ora el anchuroso océano, cuyo horizonte se pierde en indeterminada línea allá en
lontananza; ora las bellas riberas de ambas márgenes del Miño, cuajadas de
blancos caseríos que se reflejan en las cristalinas aguas del río; ora la
hermosa llanura de la Gándara
y la del fértil valle de El Rosal, formando todo este armónico conjunto el más
espléndido paisaje que la fantasía pudo soñar, paisaje lleno de luz y encanto
aun para aquellos que hayan perdido el sentimiento de lo bello.
La tranquilidad del curso de las
aguas azuladas del Miño, las bellas y diminutas islas o “ariños” que las
esmaltan, y los poéticos y variados caseríos que por doquier pueden
contemplarse, son otras tantas notas de verdadera hermosura que siempre tienen
que impresionarnos gratamente.
Así no es de extrañar que los que
por primera vez suban al Tecla, y contemplen unos instantes siquiera el no
igualado paisaje que desde allí se divisa, sientan en lo más íntimo de su ser
esa grata satisfacción que producen los grandes espectáculos de la Naturaleza , siempre
varios y hermosos. ¡al es la belleza y grandiosidad del paisaje que se nos presenta
desde el Tecla!
J.
L. G.
Fotos: “Poligráfica”
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