Campo y
mar en un abrazo fraterno, como corresponde a hermanos que se estiman entre sí,
son los factores más importantes de este municipio que, desde Las Mariñas hasta
Las Cachadas, se cobija con recato y arrullo a la falda del amoroso monte Santa
Tecla.
Surca el marinero en un afán
consuetudinario el anchuroso Océano Atlántico para ir trazando con el timón de
su barquichuelo el surco de una vía que le lleva hasta el punto estratégico en
el que tenderá sus redes en busca del preciado pescado que, después en los
mercados, ha de significar el sustento de su hogar, siempre al vaivén de un
precio remunerador.
Surca también el labrador con
su azadón –ya que la pequeñez de sus predios hortícolas no permiten el empleo
del arado y del tractor que avanzan y facilitan el esfuerzo físico de los
braceros- los senderos de la superficie plana, cargada de humus, para que el
tiempo preñado de benignidad haga fructificar la semilla que a plazo fijado ha
de colmar en granado fruto y reportar mazorcas de maíz, patatas y habichuelas
al hórreo y al cabanón, verdaderas huchas en las que se acomodan los ahorros.
Ojo avizor otean ambos factores
del trabajo –el marinero y el labrador- pesado y rudo, como señaló el Señor a
nuestro padre Adán en el Paraíso Terrenal: “Ganarás el pan con el sudor de tu
frente”, los vaivenes del tiempo o la dirección de los vientos, confiados en
las formas de las nubes –cirros o cúmulos- o en la limpidez del firmamento el
presagio infalible de la lluvia regeneradora y fertilizante o en la proximidad
de los días limpios y hermosos de sol radiante.
Y pescadores y agricultores,
prolíficos ambos en la senda trazada de la multiplicación de la especie,
tendiendo con amor sus brazos hercúleos a los que en comercios y oficinas,
industrias o múltiples facetas del cotidiano vivir contemplan la colmena de una
villa grande y próspera, fronteriza con Portugal y flecha avanzada en el
continente europeo hacia las Américas, sin alharacas de estridencia y al compás
de un orden ejemplar, ceñidas las costumbres a a los cánones de la más sana
moral, aciertan una y otra vez en el transcurso y decorrer del año a organizar
festivales y diversiones en los que la mayor alegría y el buen humor desbordan
el vaso y brindan al cuerpo un descanso reconfortador, balsámico que jamás es
óbice para que al día siguiente de la festividad todos al unísono estén en pie,
“al pie del cañón”, empuñando la herramienta de su profesión o pulsando las
teclas de la máquina de escribir o anotando los cálculos que en la oficina
obliga la operación aritmética.
Así se hace Patria y se rinde
culto al trabajo. Símbolo y ejemplo. Obligación y deber cumplidos. Como los
buenos y de los buenos lo mejor, lo más selecto.
Por eso los guardeses nos
sentimos rebosantes de orgullo.
Antolín Troncoso Vicente
Publicado no libro das Festas do Monte de 1957
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