martes, 14 de octubre de 2014

(A GUARDA) HERALDO GUARDES, Un periódico, una imprenta y un periodista ( V )

DARSE Y EL “HERALDO GUARDÉS”
            No sé si a ustedes, lectores del “HERALDO GUARDÉS”, les interesará lo que voy a decir en estos renglones; pero les aseguro, pagando tributo a la franqueza, que les interesaría mucho lo que habré de callar, por razón de que no debemos amargar la vida de nadie cuando de nuestro silencio no se derive ninguna amargura para la santa verdad.
            Hace más de un cuarto de siglo, en un retiro campestre, donde se mira más hacia arriba que hacia abajo, quizá porque en la dulce comunión con la naturaleza se ennoblece el sentido de la vida, me sorprendió una carta de Darse, quien, después de decirme que se proponía fundar un semanario en La Guardia, me suplicaba que yo fuese el padrino del periódico, o, lo que es lo mismo, que yo le pusiera el nombre.
            Apenas trataba yo a Darse. Le conocí cuando ayudó a don José Benito Andreini en el valioso trabajo estadístico que tanta utilidad prestaría hoy al Ayuntamiento si se hubiera conservado. La estulticia del régimen antiguo hizo que se pudrieran, en una lobreguez de la casa municipal, los volúmenes de aquella magna obra, donde tanta energía y tanto entusiasmo había puesto el señor Andreini, cuyo recuerdo suscita en mi ánimo la complacencia de una cordialidad fraternal.
            Volviendo a la carta de Darse, declaro sinceramente que no me halagaron la noticia que me daba ni la súplica que me hacía, no sólo porque la penuria espiritual de La Guardia, en aquella época, no era propicia al sostenimiento de ningún periódico, sino porque tuve el presentimiento -¡bien confirmado poco después! - de que la fundación del semanario, por moderado que fuese, me traería no pequeñas dificultades y desazones.
            Sin embargo, yo, más atento al ruego del prójimo que a una sugestión del egoísmo, envié a Darse el nombre del periódico y, además, si mal no recuerdo, el editorial o el programa del “HERALDO GUARDÉS”.
            A los pocos días empezó a publicarse el semanario, es decir, empezó Darse su calvario periodístico, sin encontrar -salvo algunos desinteresados auxilios- un apoyo firme, eficaz, que diese al periódico la brillantez e importancia de que se enorgullecerían los guardeses ausentes, aquellos que aún siguen esparcidos por todos los ámbitos de América, donde unen al prestigio de su trabajo fecundo las añoranzas de la tierra natal.
            A pesar de mi constante colaboración en el diario tudense “La Integridad” -que también buenos sinsabores me costó-, nunca me retraje, salvadas las ausencias, de interesarme por el “HERALDO GUARDÉS”. Lejos de retraerme, en los días más difíciles del semanario tuve que afrontar un ruidoso proceso para salvarlo. ¡Cómo que me vi. obligado a prestar una fianza de cinco mil pesetas, para que no se me recluyese, como un facineroso, en el patio carcelario de Tuy!
            En aquellos tiempos, no obstante, la política de La Guardia, reflejo vivo de la política nacional, iba perdiendo el matiz mongólico que había mostrado unos años atrás, exigiendo hasta a los funcionarios del Estado, destinados a La Guardia, que no ingresaran en cierta sociedad recreativa, en aquella a que iban asiduamente quienes formaban la oposición que combatía a los políticos de entonces.
            En esos años atrás, a través de los cuales se cultivó aquí, con éxito favorable, el embrutecimiento y la abyección, era fría, dura, implacable, la persecución que practicaba la política guardesa, la cual había alcanzado, para desacreditar y ofender a los hombres que la combatían, el favor del confesionario, del púlpito y del altar. No hay que asombrarse. Era así. En el confesionario se amenazaba a algunas mujeres con el fuego del infierno si no persuadían a sus deudos a que votasen con la política reinante. En el púlpito, no sólo se ultrajaba y difamaba a quienes públicamente abominaban de esa política, sino que se hicieron alusiones tan claras en un sermón, que ciertas mujeres se restituyeron, llorando, a sus respectivos hogares.
            Y en el altar, después de alguna misa, se rezaba un Padrenuestro para que Dios librase al pueblo de quienes pretendían entrar en el Ayuntamiento, o sea de aquellos que andaban empeñados en poner término al embrutecimiento y la abyección.
            No, el periódico de Darse no había alcanzado esos tiempos tenebrosos. Bien es verdad que tampoco fueron muy claros los que pasó desde la fundación de su semanario hasta el advenimiento de la Dictadura de Primo de Rivera. Desde entonces tuvo días serenos y disfrutó de una libertad que nunca le sirvió para surcar con provecho el mar de la vida, por el que anduvo siempre como un patrón que apenas gana para calafatear su nave.
            Así vivió y acabó Darse, para quien no hubo un cargo -que bien merecido lo tenía- en la riada burocrática de la República. Pobre vivió y pobre murió. Bien será, por eso, que los hijos de La Guardia, donde quiera que estén, no se olvidan del “HERALDO GUARDÉS”, para el cual deben tener fervorosas devociones aquellos que al otro lado del Océano sienten palpitar en las entrañas del semanario el corazón del terruño nunca olvidado.
                                                                                  Manuel Álvarez

RÁPIDA TRISTE
            La tinta de imprenta viene a ser por esta vez algo así como la gasa que se pone al sombrero o la franja que se coloca en la solapa, o a manera de brazal, cuando se quiere exteriorizar la pena que se siente por la desaparición de una persona querida.
            Mi tintero y mi pluma, que tantas veces han reflejado alegría y humorismo, no saben hoy sonreír a los lectores.
            Una pena honda y muy sincera, se sobrepuso a la natural e ingénita satisfacción de vivir, que siempre ha desbordado de mis escritos, dejando un lugar al dolor y a la amargura y consintiendo que el llanto de ahora borre el eco de los cascabeles de ayer.
            Es así la vida; que no es lo mismo que el c’est la vie de los franceses.
            Es así la vida en sus contrastes, en sus mudanzas, en sus sorpresas.
            Es así la vida en los dolores y en las alegrías, en las risas y en las lágrimas, en el amor y en el odio, en la riqueza y en la miseria, en la incredulidad religiosa y en el noviciado de un convento...
            Todo mutable, todo fugaz...
            ¿Porqué me siento luctuoso yo que fui cascabelero en todo momento?
            El buen amigo Darse, el sentimental y optimista Darse, propietario y director de este semanario, rindió tributo a la Muerte cuando aún podía ser útil en la vida.
            Tengo que entregarme por entero a la pena que este fallecimiento ha producido en mi alma, porque yo sufro, sufro muchísimo cuando se tachan del libro de los vivos a los hombres buenos y continúan en él los egoístas, los falsos, los veletas y los sucios de corazón...
            Por eso mi Musa está con crespones...
            No puedo reír como siempre; lloraré como nunca, aunque yo ignoro si sé llorar, realmente.
            ¿No se puede ser víctima de un forzador del espíritu, de una puñalada en el corazón, de un engaño en el alma sin que se viertan lágrimas?
            Yo he llorado muchas veces por dentro cuando me dolían horriblemente los males que venían de fuera; porque las penas que más hacen sufrir, las heridas que son como cuchillo en carne viva, son aquellas que no se alivian con calmantes de laboratorio, ni se curan con aplicaciones de termo cauterio al rojo blanco... ¡Bah!... ¿Para que acordarse?
            La tierra te cobija querido amigo... La tierra es madre amantísima que a todos nos acoge sin preguntarnos lo que hemos sido, ni lo que hubimos pensado, y ella, cariñosa y humana, te está destruyendo, tal vez para perfeccionarte, tal vez para que no quede del hombre muerto más que el recuerdo de sus buenas acciones...
            ¡Descansa!

                                                                       El Duende de Mazaracos

Continuara...

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