DARSE Y EL “HERALDO
GUARDÉS”
No sé si a
ustedes, lectores del “HERALDO GUARDÉS”, les interesará lo que voy a decir en
estos renglones; pero les aseguro, pagando tributo a la franqueza, que les
interesaría mucho lo que habré de callar, por razón de que no debemos amargar
la vida de nadie cuando de nuestro silencio no se derive ninguna amargura para
la santa verdad.
Hace más de
un cuarto de siglo, en un retiro campestre, donde se mira más hacia arriba que
hacia abajo, quizá porque en la dulce comunión con la naturaleza se ennoblece
el sentido de la vida, me sorprendió una carta de Darse, quien, después de
decirme que se proponía fundar un semanario en La Guardia, me suplicaba que yo
fuese el padrino del periódico, o, lo que es lo mismo, que yo le pusiera el
nombre.
Apenas
trataba yo a Darse. Le conocí cuando ayudó a don José Benito Andreini en el
valioso trabajo estadístico que tanta utilidad prestaría hoy al Ayuntamiento si
se hubiera conservado. La estulticia del régimen antiguo hizo que se pudrieran,
en una lobreguez de la casa municipal, los volúmenes de aquella magna obra,
donde tanta energía y tanto entusiasmo había puesto el señor Andreini, cuyo
recuerdo suscita en mi ánimo la complacencia de una cordialidad fraternal.
Volviendo a
la carta de Darse, declaro sinceramente que no me halagaron la noticia que me
daba ni la súplica que me hacía, no sólo porque la penuria espiritual de La
Guardia, en aquella época, no era propicia al sostenimiento de ningún
periódico, sino porque tuve el presentimiento -¡bien confirmado poco después! -
de que la fundación del semanario, por moderado que fuese, me traería no
pequeñas dificultades y desazones.
Sin
embargo, yo, más atento al ruego del prójimo que a una sugestión del egoísmo,
envié a Darse el nombre del periódico y, además, si mal no recuerdo, el
editorial o el programa del “HERALDO GUARDÉS”.
A los pocos
días empezó a publicarse el semanario, es decir, empezó Darse su calvario
periodístico, sin encontrar -salvo algunos desinteresados auxilios- un apoyo
firme, eficaz, que diese al periódico la brillantez e importancia de que se
enorgullecerían los guardeses ausentes, aquellos que aún siguen esparcidos por
todos los ámbitos de América, donde unen al prestigio de su trabajo fecundo las
añoranzas de la tierra natal.
A pesar de
mi constante colaboración en el diario tudense “La Integridad” -que también
buenos sinsabores me costó-, nunca me retraje, salvadas las ausencias, de
interesarme por el “HERALDO GUARDÉS”. Lejos de retraerme, en los días más
difíciles del semanario tuve que afrontar un ruidoso proceso para salvarlo.
¡Cómo que me vi. obligado a prestar una fianza de cinco mil pesetas, para que
no se me recluyese, como un facineroso, en el patio carcelario de Tuy!
En aquellos
tiempos, no obstante, la política de La Guardia, reflejo vivo de la política
nacional, iba perdiendo el matiz mongólico que había mostrado unos años atrás,
exigiendo hasta a los funcionarios del Estado, destinados a La Guardia, que no
ingresaran en cierta sociedad recreativa, en aquella a que iban asiduamente
quienes formaban la oposición que combatía a los políticos de entonces.
En esos
años atrás, a través de los cuales se cultivó aquí, con éxito favorable, el
embrutecimiento y la abyección, era fría, dura, implacable, la persecución que
practicaba la política guardesa, la cual había alcanzado, para desacreditar y
ofender a los hombres que la combatían, el favor del confesionario, del púlpito
y del altar. No hay que asombrarse. Era así. En el confesionario se amenazaba a
algunas mujeres con el fuego del infierno si no persuadían a sus deudos a que
votasen con la política reinante. En el púlpito, no sólo se ultrajaba y
difamaba a quienes públicamente abominaban de esa política, sino que se
hicieron alusiones tan claras en un sermón, que ciertas mujeres se
restituyeron, llorando, a sus respectivos hogares.
Y en el
altar, después de alguna misa, se rezaba un Padrenuestro para que Dios librase
al pueblo de quienes pretendían entrar en el Ayuntamiento, o sea de aquellos
que andaban empeñados en poner término al embrutecimiento y la abyección.
No, el
periódico de Darse no había alcanzado esos tiempos tenebrosos. Bien es verdad
que tampoco fueron muy claros los que pasó desde la fundación de su semanario
hasta el advenimiento de la Dictadura de Primo de Rivera. Desde entonces tuvo
días serenos y disfrutó de una libertad que nunca le sirvió para surcar con
provecho el mar de la vida, por el que anduvo siempre como un patrón que apenas
gana para calafatear su nave.
Así vivió y
acabó Darse, para quien no hubo un cargo -que bien merecido lo tenía- en la
riada burocrática de la República. Pobre vivió y pobre murió. Bien será, por
eso, que los hijos de La Guardia, donde quiera que estén, no se olvidan del
“HERALDO GUARDÉS”, para el cual deben tener fervorosas devociones aquellos que
al otro lado del Océano sienten palpitar en las entrañas del semanario el
corazón del terruño nunca olvidado.
Manuel
Álvarez
RÁPIDA TRISTE
La tinta de
imprenta viene a ser por esta vez algo así como la gasa que se pone al sombrero
o la franja que se coloca en la solapa, o a manera de brazal, cuando se quiere
exteriorizar la pena que se siente por la desaparición de una persona querida.
Mi tintero
y mi pluma, que tantas veces han reflejado alegría y humorismo, no saben hoy
sonreír a los lectores.
Una pena
honda y muy sincera, se sobrepuso a la natural e ingénita satisfacción de
vivir, que siempre ha desbordado de mis escritos, dejando un lugar al dolor y a
la amargura y consintiendo que el llanto de ahora borre el eco de los
cascabeles de ayer.
Es así la
vida; que no es lo mismo que el c’est la vie de los franceses.
Es así la
vida en sus contrastes, en sus mudanzas, en sus sorpresas.
Es así la
vida en los dolores y en las alegrías, en las risas y en las lágrimas, en el
amor y en el odio, en la riqueza y en la miseria, en la incredulidad religiosa
y en el noviciado de un convento...
Todo mutable,
todo fugaz...
¿Porqué me
siento luctuoso yo que fui cascabelero en todo momento?
El buen
amigo Darse, el sentimental y optimista Darse, propietario y director de este
semanario, rindió tributo a la Muerte cuando aún podía ser útil en la vida.
Tengo que
entregarme por entero a la pena que este fallecimiento ha producido en mi alma,
porque yo sufro, sufro muchísimo cuando se tachan del libro de los vivos a los
hombres buenos y continúan en él los egoístas, los falsos, los veletas y los
sucios de corazón...
Por eso mi
Musa está con crespones...
No puedo
reír como siempre; lloraré como nunca, aunque yo ignoro si sé llorar,
realmente.
¿No se
puede ser víctima de un forzador del espíritu, de una puñalada en el corazón,
de un engaño en el alma sin que se viertan lágrimas?
Yo he
llorado muchas veces por dentro cuando me dolían horriblemente los males que
venían de fuera; porque las penas que más hacen sufrir, las heridas que son
como cuchillo en carne viva, son aquellas que no se alivian con calmantes de laboratorio,
ni se curan con aplicaciones de termo cauterio al rojo blanco... ¡Bah!... ¿Para
que acordarse?
La tierra
te cobija querido amigo... La tierra es madre amantísima que a todos nos acoge
sin preguntarnos lo que hemos sido, ni lo que hubimos pensado, y ella, cariñosa
y humana, te está destruyendo, tal vez para perfeccionarte, tal vez para que no
quede del hombre muerto más que el recuerdo de sus buenas acciones...
¡Descansa!
El
Duende de Mazaracos
Continuara...
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