AÑO XXIX - N.º 1510 -
14 DE ENERO DE 1933
EPITAFIO
A
don José Darse
Ya
pertenece a la guardesa historia
el
luchador humilde y esforzado
que
supo, en la treintena que ha pasado,
enhiesta
mantener su ejecutoria.
Su
labor fue en extremo meritoria
dirigiendo
al semanario que ha fundado,
pues,
en él, con estímulo ha tratado
cuanto
a La Guardia pudo hacer notoria.
Al
lamentar la suerte del amigo
afable,
que a las letras prestó abrigo
dando
al culto guardés grato solaz.
Ruego
que al despertar del trance fuerte
que
a todos causa el golpe de la muerte,
Dios
le conceda inextinguible paz.
Remigio
Pacheco
La Guardia, enero de 1933
A MI LLORADO MAESTRO
Cuando leí
en “El Pueblo Gallego” la fatal noticia de la muerte de tan ilustre periodista
como para mí portavoz de sanos consejos, don José Darse, quedé vivamente
impresionado, ya rápido quise dar con mi humilde pluma loor a su personalidad;
más no pude. Completamente dolorido, no podía hilvanar oraciones completas (y
aunque las hilvanara no llegarían a tiempo);pero haciendo esfuerzos grandes,
pues no podía verse mi nombre alejado de tantos otros que en HERALDO hicieron
plausibles elogios del querido finado, me he sentido fortalecido para dedicarle
estos sencillos renglones.
Siempre he
visto en don José al hombre de ideales democráticos, dedicado por entero a su
semanario. Yo mismo puedo decir que he sido inculcado en sus ideales, por haber
estado a sus órdenes por espacio de cinco años. En tal lapso de tiempo
perteneciente a mi corta edad, escuché su voz sana, noble,
que hoy venero por comprender la grandiosidad de aquel
cerebro y corazón, y cuando pienso en sus máximas me recreo en ese gran hombre
que muere sin la gran aureola de que debería estar revestido, y La Guardia
entera creo debería dedicarle, aunque nada más fuera, una sencilla placa (otros
con menos motivo la tienen), como la vida del ilustre maestro ha sido, para que
perdurara siempre el nombre del gran luchador anticaciquil, del pensador
republicano que la única alegría que lleva a los innatos lugares de ultratumba
es el haber contemplado como se derrumbaba la bandera monárquica y flotaba la
tricolor, símbolo de pureza, como su alma.
Y termino.
No quiero seguir, porque muchos amigos fueron ya los que han publicado rasgos
característicos de su laboriosa vida. Yo no puedo hacerlo, porque para mí es la
imagen viva en mi cerebro, y así no está muerto; yo no quiero acatar el fatal designio
de la Naturaleza, quiero que viva conmigo durante mi corta existencia; es lo
más sincero y mejor que puedo hacer al “hombre que me hizo hombre”. Para los
que le lloran, mi pesar, si le sirve de lenitivo, que lo acatan; para sus seres
queridos, el ofrecimiento por entero de mis humildes servicios.
¡Descanse
en paz mi llorado maestro!
J.
Saavedra
Continuara...
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