Recuerdos
historicos de la guardia
Por Don José Povedano
A Guarda a principios do século XX
(conclusión)
Desde el 12 de
Diciembre de 1804 hasta el año de 1808 y con motivo de la guerra sostenida
contra Inglaterra, se situaron en el puerto de La Guardia, muchas lanchas
corsarias que causaron graves perjuicios al comercio inglés con Portugal. Por
este motivo intentó invadir el reino ve, el Mariscal Soult, quien tuvo, sin
embargo, que desistir de su empeño y dirigirse con sus tropas a la provincia de
Orense, para poder llevar a cabo con más facilidad la invasión que proyectaba.
En el año
1833, desembarcó en la villa el Almirante inglés, Sir Napier, quien pasó el
Miño, sitió y tomó Caminha, y prestó grande ayuda al Duque de Braganza.
En 1838 fue
sorprendido el pueblo por una numerosa partida carlista, que se situó en las
calles de tal manera, que hizo imposible la reunión de la Milicia Nacional, y
puso a contribución a los propietarios, audaz intentona que ocasionó, a los
pocos días, la muerte del cabecilla que mandaba la partida.
Finalmente, a consecuencia
de la sublevación general de Galicia en 1846, estuvieron expatriados muchos
hijos de la misma villa.
Hállase
situada La Guardia a los 41º, 58’
longitud y 2º, 30’
latitud del meridiano de Cádiz, y aunque la combaten los vientos N, NE., el
clima es benigno. Es partido municipal y pertenece a la provincia de
Pontevedra, de cuya capital dista 11 leguas, y al obispado y partido judicial
de Tuy, de donde dista 4 leguas. Tiene 600 y pico de casas, entre ellas,
algunas de muy buena arquitectura contándose entre éstas, la del ayuntamiento,
las cuales están distribuidas en el casco de la población y barrios de La
Cruzada, Riveira y Sobre la Villa. Tiene además de la iglesia
parroquial, un convento de monjas benedictinas suprimido en 1868 y dedicado hoy
a escuelas públicas, tres ermitas que se titulan de la Concepción, San Cayetano y
San Sebastián.
El puerto no
es cómodo, y capaz sólo para embarcaciones pequeñas, y el movimiento mercantil
del mismo, durante 1870, fue de 80 buques entrados y 89 salidos, constituyendo
este movimiento principalmente las lanchas pescadoras y siendo la aduana de 4ª
clase, habilitada para el comercio extranjero y de cabotaje.
La población
es de 2.375 habitantes en la villa y 6.028 en el término municipal por pertenecer
a él, las parroquias de San Lorenzo en Salcidos, y Santa Isabel en Camposancos;
tiene buen alumbrado público, cuerpo de serenos y guardia municipal y rural,
posee 16 escuelas, cuatro sostenidas por fondos municipales, y doce
particulares; y por último, La
Guardia se une a Vigo por una bien cuidada carretera de
segunda clase.
El blasón
heráldico de la villa, que ostenta en algunos edificios públicos, es una nave sobre
aguas con tres palos sin velas; el que hoy usa el municipio ha sido modificado
sobre la misma base del antiguo, sin que sepamos el motivo, y este blasón
representa dignamente a los muchos hijos que este pueblo ha dado a la patria
para el comercio universal.
Blasón ubicado nun lateral da Igrexa Parroquial de A Guarda.
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Talo es,
brevemente descrito, el pintoresco pueblo de La Guardia, bastante concurrido
durante los meses de estío, por bañistas procedentes del interior del país y
del reino portugués.
Destácase en
primer término en esta población el convento de benedictinas fundado en 1561
por don Alvaro Ozores de Sotomayor y sus hermanos. Subiendo la escalera que
empieza junto a dicho convento(1), se encuentra a la izquierda un
lienzo de la muralla cuya construcción por unos se achaca a los romanos, por
otros a los suevos y por algunos a los hijos del país, para su defensa, durante
las invasiones sarracenas y normandas, Dicha muralla circula todo o parte de la
población y tenía dos puertas, una a la terminación de la citada escalera y
otra junto a la torre del reloj, que aún existían en 1625, pues, en 25 de
Noviembre del mismo año mandó el ayuntamiento se le pusieran cerraduras.
Presentase
luego el buen caserío del centro, de cuyo seno surgen la torre del reloj y la
de la parroquia de la Asunción, edificio de buena fábrica,
construido en diversas épocas.
Entre este
panorama y el monte Torroso, divísase el derruido castillo de Santa Cruz,
construido en el reinado de Felipe III, y vendido a varios particulares en 1860.
Otra vista es
la de una Atalaya construida en el reino de Felipe IV, y que en la última
guerra con los ingleses al principio de este siglo fue de suma utilidad como
también el castillo de Santa Cruz. Comunícase esta fortaleza con tierra firme
durante las mareas bajas, quedando en lo restante del tiempo completamente
aislada.
El pico
llamado El Facho figura en las cartas náuticas. ¡Cuantas veces la
zozobra y el temor del navegante se han apaciguado al divisar en lontananza y
envuelto entre la bruma este pico!
Es
indescriptible la emoción que se siente al verse sobre su elevada cumbre; al
Norte, la villa de La Guardia, una prolongada costa erizada de rocas que son
azotadas por las olas, la carretera que serpenteando por la falda de altos
montes une dicha villa con la de Bayona y Vigo, y por último, hasta donde la
vista alcanza las islas Cies, de Ons y de Arosa.
Dirigiendo la
vista al Oeste, solo se divisa el gran Océano.
Al Sur aparece
todavía el mismo mar, cuyas olas se extinguen en áridos y arenales, y a Caminha
con su carretera, que la une a Oporto.
Al Este se ve
el majestuoso río Minho, el Coira y el Tamije, cual cintas de
plata sobre una verde alfombra, y el hermoso y feraz valle del Rosal con otros
pintorescos pueblos y blancos caseríos.
Pálida sería
toda descripción que quisiéramos hacer de este panorama, cuya belleza se siente
sin encontrar palabras que sean su verdadera expresión.
Al terminar
este pequeño trabajo ocúrresenos una reflexión. ¿En que consistirá que
poseyendo en nuestra patria sitios tan encantadores como La Guardia, vayamos a
gastar nuestro dinero en el extranjero, sin conocer apenas el patrio suelo,
guiados por una pueril vanidad, o rindiendo homenaje al tiránico dominio de la
moda?
Para quien
busque frescas brisas en el ardoroso estío, ahí está La Guardia con su suave
clima, con sus panoramas deliciosos, con ese cristalino espejo llamado el Miño
que lame sus plantas, con el grande Océano, cuyas olas parece que juguetean
chocando contra los peñascos, y cuya inmensidad asombra.
Esperemos a
que los medios de comunicación sean mejores, y sobre todo más rápidos, y
creemos que entonces aquellos sitios se verán concurridos por los amantes de lo
bello y de la patria.
(1).- Hasta los primeros peldaños
de esta escalera llegó el airado mar en el terremoto de 1755 del que
anteriormente hablamos.
Textos en varios capítulos publicados
en diversos periódicos de la emigración en América en mayo de 1880
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