Recortes de Prensa
E.E.deG-B.A.
1914 ( II)
10 de FEBRERO
DON
JUAN BAUTISTA ALONSO
(APUNTES
BIOGRAFICOS)
En
estos tiempos en que el favor, el dinero y la ductilidad de conciencia son las
únicas llaves capaces de abrir alcázares
de la fortuna –época tan escasa de caracteres como de temperamentos
robustos, en la cual desde los primeros años, almas y cuerpos se oxidan- es
agradable cosa, referir la sencilla historia de esos pocos hombres que, sin
haber jamás adjurado, faltos de ayuda y partiendo de inferiores niveles, han
llegado, merced a una invencible perseverancia y por derecho propio, a dominar
las altas cimas.
Cuando sucumbe en la batalla o después de la victoria
alguno de ellos, conviene a los pusilánimes generaciones acercarse a la
sepultura, meditar sobre los restos del héroe del trabajo y tomar alientos
recordando la valerosa jornada del muerto.
Digno de admiración es el que ha luchado uno y otro
día para vencer dificultades y enemigos del mundo real, más que el conquistador
o el sabio a quien según sus fracasos y triunfos acompañan desde el principio
el voto y la mirada de las gentes.
He aquí por que creemos que la vida de D. Juan
Bautista Alonso, servirá de provechosa enseñanza a los que leyesen, así como la
tarea de describirla a grandes rasgos nos sirve a nosotros de saludable
esparcimiento y de consolador estímulo.
Nación en San Lorenzo de Salcidos, aldea inmediata a
la pintoresca villa fronteriza de La Guardia, en septiembre de 1801
Pertenecía a una de esas familias de la clase media
que tienen vigorosas raíces campesinas, y que por lo mismo inoculan a sus
vástagos sangre pura y natural aptitud para la resistencia. Era su madre una de
tantas nobles e inteligentes mujeres como da Galicia en los rasgos superiores e
inferiores, susceptible de todas las abnegaciones, capaz de cualquiera
sacrificios; su padre, un maestro de obras, al estilo de los albañiles de
antaño, que empezando a labrar bloques llegaban al cabo a construir monumentos
e iglesias, factura y los del arte.
En la aldea y en la villa recibió el niño las primeras
enseñanzas, y tuvo, a no dudarlo, las primeras revelaciones. Por allí cerca
desemboca en el mar nuestro clásico Miño, orillado de olivos, naranjos y
laureles; vense en la orilla opuesta las ciudades, monasterios y castillos de
Portugal, y habítase a la sombra del monte de Santa Tecla, nido de poéticas y
fantásticas tradiciones. Por aquella comarca han pasado, han dejado huellas
profundas, el espíritu del feudalismo y la cólera del pueblo: príncipes sin
ojos, obispos enjaulados, lanceros de Pedro Madruga y mitológicos hirmandiños
¡¡tierra fuerte y bella, propicia al desarrollo de los brazos, tanto como al de
los alalás!!
Pocos años vivió alegre y descuidadamente ora en
Salcidos, ora en La Guardia, Juan Bautista Alonso. Niño era aún cuando la
muerte de su buena madre vino a helar las infantiles sonrisas y a iniciarle en
los dolores de la pobreza y del desamparo.
Verdad es que lo recogió piadosamente D. Juan Bautista
Losada, Rector de San Lorenzo de Salcidos, y su padrino, dándole hospitalidad
en el presbiterio. Allí aprendió el latín, y sirvió de monago y se estuvo hasta
la edad de doce años, en que fue llamado por su padre, el cual era a la sazón
conservador de un convento de Salamanca, y trabajaba además en Béjar, como
maestro de obras.
En la Universidad famosa pudo entonces dar principio
al estudio de la Filosofía; ya terminada ésta, hubo de emprender ruda batalla
contra la voluntad paterna, empeñada en dedicarle a la iglesia, cosa que no era
del agrado de Bautista, a pesar de haber andado entre clérigos años y más años.
Insistió el padre, opúsose resueltamente el hijo
llegando hasta el extremo de la fuga, y es de presumir que no hubiera terminado
a gusto de ninguno la refriega –dado lo testarudos que eran entre ambos- a no
haber intervenido la muerte, llevándose inopinadamente al honrado maestro de
obras.
Huérfano y del todo abandonado quedó en ajena tierra
el hijo que tuvo necesidad de buscar en el trabajo material elementos de
subsistencia, dando de mano a los gratos y apacibles estudios.
¡Amarga cosa la dura labor de los brazos para un mozo
delicado y distinguido, hecho a las tareas de la inteligencia y dotado de
gustos artísticos cuanto de vanidosas aspiraciones!
Juan Bautista no vaciló, sin embargo. Niño y todo,
encontró bríos para sobreponerse a la necesidad, y arrostró sin descorazonarse,
el cambio de fortuna, trabajando al lado de ignorantes compañeros, con la
frente tan erguida como pudo tenerla después al ocupar los más honrosos y
elevados puestos del Estado.
Aún había frailes por aquel entonces. Reinaba y
gobernaba Fernando VII en pleno absolutismo, y aunque se conspiraba o se
holgaba en los conventos, quedaban todavía algunos regulares, guardadores de la
antigua tradición monástica, y que se hacían perdonar la insuficiencia propia
protegiendo y empujando a la juventud menesterosa e inteligente. Así como el
gran Pastor Díaz era a tal hora Paje de un colegial de Fonseca, y Varela de
Montes, familiar de un benedictino, así Bautista Alonso, llegó a ser en
Salamanca protegido y recomendado de dos dominicos –parientes suyos- y más
adelante del Colegial Mayor del Colegio Viejo, D. Francisco Zapata, justisimamente
celebrado por sus talentos y virtudes.
A la sombra de los tres, trabajando como mísero
escribiente, dedicose con fruto a la enseñanza, emprendió los cursos de
Derecho, y logró, por último, tomar los grados en Madrid a los veintiocho años
de edad, o lo que es igual, en 1829
Tarde llegaba a la primera meta; pero no en vano había
sufrido recias borrascas y andando por ásperos y dilatados caminos. Paciente y
valeroso, probado por la adversidad, y bien convencido de su vocación, no tardó
en resarcirse de retrasos y lentitudes, ni en ganar la delantera a los que
mucho antes que él habían arribado.
Amanuense primero, y luego pasante, muy pronto fue el
hombre de confianza, el amigo y el hijo del notable jurisconsulto Cambronero,
que compartió con él los negocios de su bufete, y se lo cedió por último.
Vencida estaba la mala estrella y el porvenir
asegurado, Bautista Alonso, se sintió fuerte y libre, y lanzose con brío hacia
delante, llamando a todas las puertas, por lo mismo que se encontraba capaz de
todas las victorias.
A la par que ojeaba legajos, cultivaba las bellas
letras y se consagraba los días a los clientes y procuradores dedicaba las
noches al comercio de las musas, y mantenía estrechísimas relaciones con
Villalta, Espronceda, García Gutierrez, Escasura y Fígaro. Así es que, si no
alcanzó la reputación merecida de gran poeta, fue a causa de inmensa fama como
jurisconsulto había obtenido; pues nadie ignora que en esta patria nuestra al
que despunta en un ramo del saber humano, jamás se le reconoce ni concede
aptitud para ningún otro.
Desde 1830
a 1835 adquirirá notoria y creciente popularidad,
gracias a dos notables defensas: la de D. José Palafóx, Duque de Zaragoza,
acusado de carbonarismo, de republicanismo y de otras hechicerías muy
corrientes en aquellas eras, y la memorable de “El Guirigay”, que llevó a
estrados una animación profana y un público inmenso; como que lo formaban la
mayor parte de los pecaminosos lectores del periódico defendido.
Dijeron entonces los admiradores, y no se atrevieron a
negar los enemigos, que D. Juan Bautista había creado en España la verdadera y
propia elocuencia del Jurado. Así debió ser, puesto que le imitaron y siguieron
nuestros más grandes oradores y tribunos cuya gloria ha tenido principio a
favor de análogas defensas.
En 1835 publicó, con no pequeño asombro de tabloides y
togados, un tomo de poesías, que, a decir verdad, aparecían a deshora y en
ocasión no nada oportuna.
Ardía con todo su vigor la guerra civil en las
montañas, y en las ciudades la hoguera, cargada de leña verde, del
romanticismo. Fusilábase sin duelo ni cuenta en Vizcaya, Aragón y Cataluña, y
en los teatros había todas las noches incendios, parricidios, degüellos y
hecatombes.
¿Quién iba a reparar en el nuevo Melendez Valdés,
lleno de mieles y dulzuras, ahumado de genciana y de tomillo, predicador de
pastorelas, propagandista de los goces puros y de los amores patriarcales?
Reparó y acogiole con melancólica admiración un
hombre, el crítico más cabal de España, el único y el verdadero, por lo mismo
que no hablaba de estética, y tenía, aunque lo disimulase, entusiasmo y
corazón: “Fígaro”. Este gran descreído, este burlón sempiterno, supo estimar
las dotes del poeta y el dulce regalo que hacía a una generación ávida de otro
género de emociones y encariñada con muy distinto linaje de pensamientos. “Bien
haya –dijo al analizar lisonjeramente el tomo- bien haya quien nos trae de
lejanas tierras una bocanada de aire pura y nos permite respirar a gusto unos
instantes”
Pasado ya el turno de la poesía, llegó el de la
política, que entre estos nuevos Scila y Caribadis, navegan desde 1800 los
españoles. El señor Alonso era lo que hoy se llama más irónica que
responsablemente, un progresista viejo, es decir, un hijo de la revolución y de
la enciclopedia, lleno de fe en cuanto a los destinos de la humanidad, pero un
tanto volteriano en el juicio de los hombres, tenaz en sus odios más que en sus
gustos, y mejor dispuesto –como todos sus compañeros- para adversidad y para la
lucha que para la victoria, o lo que es igual, para el gobierno.
Hacia 1838 entró en la política militante como
Diputado por la provincia de Madrid, y en 1843 lo fue por la de Pontevedra.
Desengañado de Espartero y juzgándole, sin duda, menos liberal que Riego y que
don Joaquín M. López, tomó partido, al llegar la hora de la crisis, en la
funesta coalición de progresistas y moderados y fue Sub-Secretario de la
Gobernación con Olózaga y Fermín Caballero. El día en que cayó en la cuenta del
error en que había incurrido, supo sobrellevar con dignidad la terrible
penitencia y compartió el merecido desastre de los suyos, rechazando todo
género de insinuaciones u ofertas, y prefiriendo el destierro a la amistad de
los traicioneros vencedores.
Desde la emigración volvió al Congreso en 1854, representando la circunscripción de
Pontevedra. Su mucha indecisión y su escasísima fe no le permitieron alcanzar
una cartera de Ministro empresa nunca difícil en España- llevándole solamente
al ministerio público del Tribunal Supremo, terreno neutral que convenía mejor
a sus temperamentos y a sus gustos.
De nuevo le sorprendió el desengaño de 1856, y
encerrándose entonces en su bufete se consagró con ardor
juvenil a las letras y a los negocios. Entre sus notables artículos que dio a
luz en este periodo figura en primera línea uno, tan excelente como original,
publicado en 1861 por la “Revista de Legislación” y encaminado a probar que “los
facultativos homeópatas tienen el mismo derecho que los alópatas a optar a toda
clase de destinos y cargos médicos, sin que merezcan por el empleo de su
sistema, censuras ni apercibimientos oficiales”
Al fin y al cabo, el señor Alonso era un
gallego neto, y en calidad de tal, defensor inflexible de la equidad y del
sentido común, así como un tanto cuanto inclinado a lo inverosímil y a lo
maravilloso.
Anciano y achacoso lo encontró la
Revolución de 1868 que tomando en consideración su limpio abolengo, su
fidelidad probada y sus largos servicios, encomendóle la Presidencia del
Consejo de Estado. A su cargo la tuvo hasta el día en que la Restauración le
despojó de ella, reservándole, no obstante, un lugar en el mismo Consejo que
había presidido.
Pasados eran los tiempos de la poesía, de
la ambición y de la juventud; a la sed de conocimiento, de justicia y de
progreso, habíase seguido una aspiración única: la del reposo. D. Juan
Bautista, permaneció en su puesto hasta el día 5 de diciembre de 1879, en que
la muerte física, vino a desligarle para siempre de las humanas vestiduras.
En una de las Sacramentales de Madrid,
descansa su cadáver; pero bien puede creerse que su espíritu rejuvenecido por
la muerte, habrá ido a encontrar refugio en su aldea natal, de donde por tantos
años le habían tenido alejado las exigencias del hábito adquirido y las
tiranías de la vida pública.
Allí, en Salcidos, hay quien guarda
todavía con religioso respeto la cuna en
la que el hombre ilustre había dormido los primeros sueños --¡cosa singular,
dice el señor Murguía en su riquísimo “Diccionario de Escritos Gallegos”, de la
cual no hay otro ejemplo en Galicia!—allí, y no en otra parte, buscarán su
sepulcro los que le amaron y todos aquellos que sepan rendir el noble culto al trabajo, a la perseverancia y
a la fortaleza.
La generación actual que desde hace mucho
había olvidado y tenía por muerto al señor don Juan Bautista Alonso, hará bien
en imitar su ejemplo, porque el digno anciano fue uno de los últimos miembros
de aquella antigua raza inaccesible al dolor y al desaliento, a la cual para
triunfar en la lucha por la existencia, bastaban la resolución y el esfuerzo
ppropio.
Alfredo VIC ENTI
**.- En Tuy murió el General de Brigada de
la sección de reserva, don Teodoro Rubio Domínguez. Procedía del arma de
Infantería y se hallaba en posesión de muchas condecoraciones.
**.- En la parroquia de Pazos de Reyes
(Tuy) murió quemado el niño de cuatro años, Angel Cruces, al cual dejara en la
cocina cerca del fuego su madre, mientras salía a coger leña en una habitación
próxima.
**.- Fue detenido en Tuy un sujeto que
declaró ser español y llamarse Francisco Sánchez Gallardo. No se le encontraron
documentos. Del registro practicado se recogieron dos retratos, uno de Paiva
Couceiro, y otro de Pinheiro Chagas, se
hallaron también varias tarjetas y entre ellas una como redactor de “España
Nueva”. Por un recorte que guardaba en su cartera, se deduce que hace poco
tiempo fue detenido en San Juan del Puerto (Huelva). El detenido viste
decentemente.
**.- El cura párroco de la Recoleta de
Buenos Aires, don Agustín de las Casas y Figueroa, ha regalado para la Virgen
de Luján, que se venera en la capilla del Angel, en Tuy, tres hermosas casullas
de raso bordadas en oro.
**.- Por orden del Penitenciario de Tuy,
señor Cerviño, se ha trasladado en el monte Aloya, el antiguo Crucero del Santo
donde se acostumbraban a organizar las procesiones, para sitio más concurrido a
orillas de la nueva carretera, en la entrada a la alambrada forestal
No hay comentarios:
Publicar un comentario