(Fuente:
Gaceta de Madrid)
A esta historia le podríamos poner el
calificativo de hazaña, pero la verdad es que se me antoja algo corto.
Ustedes dirán, a lo mejor con razón, que soy un exagerado. Pero de verdad, es
que a veces, después de mucho tiempo escarbando y escarbando en ese filón
inagotable que es la Gaceta de Madrid, se encuentran cosas muy provechosas. En
este blog ya hemos puesto muchas de ellas, si utilizan ustedes el buscador que
hay por ahí a la derecha, o navegando por el fichero, las encontrarán.
Bueno, vamos a la mar, que para eso han
entrado. Pónganse en situación. Estamos en junio del año de 1800. Las aguas
están infestadas de privateers británicos,
buques de la Royal navy y
demás embarcaciones de la pérfida.
Como eso del corso, si hay suerte,
es un negocio provechoso, son muchos los que hacen de armadores e intentan
sacar tajada. En Madrid, ciudad como ustedes saben muy marinera, aparecen
varios de estos sujetos que arman un corsario en Galicia con sus dineros, para
intentar verlo multiplicado con las presas que se hicieran.
No se crean ustedes que aquí los
madrileños armaron un buque con amplia batería de cañones y lleno de corsarios.
No, la verdad es que el dinero invertido dio para lo siguiente: un buque
del asombroso porte de... ¡un cañón y un obús ! con una tripulación de... ¡20
hombres!
Si, todo esto tiene pinta de acabar mal,
lo sé. Pero háganme caso y relean el primer párrafo de esta entrada.El caso es
que el barquito en cuestión se llamaba San
Francisco Xavier, alias el Espadarte.
Toma ya. Pero todo lo pequeño que era el buque y su exigua tripulación lo
compensaban con creces con unos atributos sexuales masculinos que doblaban el
tonelaje del Espadarte.
El capitán era don Lorenzo Olveyra. Todos ellos de Bayona, localidad gallega de
donde se armó y saldría el corsario.
El 1 de junio salieron de aquel puerto
con la sana intención de apresar todo lo que se pusiera por su proa. Había
que empezar a amortizar la empresa de los caballeretes de Madrid y sobre todo
dar de comer a 20 familias.
Pero la cosa no se les dio bien. A pesar
de ser un lugar muy transitado no pudieron pescar nada.Se tiraron un mes y 3
días de bordada en bordada y de virada en virada frente a las costas de
Lisboa, esperando que algún mercante se les pusiera a tiro de su único cañón.
Los días pasaban y las vituallas se
consumían y los gastos aumentaban. Había que hacer algo y hacerlo ya.
Entonces, el día 4 de julio descubrieron un convoy británico de 45 mercantes
que llevaban rumbo norte, al parecer de regreso a los puertos ingleses. Iban
escoltados por un navío de línea de 74 cañones, una fragata y una goleta,
todos ellos de guerra.
¿Creen ustedes que Olveyra huyó? No,
claro que no. Aquí el bravo, o temerario capitán, se plantó delante de su
tripulación y les explicó su plan. Era tan sencillo que daba risa, o miedo más
bien. La cosa sería seguir al convoy, meterse en medio de él y abordar como
quien no quiere la cosa, alguno de esos mercantes y llevárselo. Fácil, ¿no?
Supongo que sus hombres, al oír aquello,
se quedarían en silencio, silbando nerviosos tonadillas marineras o mirando a
la cubierta tratando de no echarse a reír o llorar. El capitán Olveyra
entonces pasó a animarlos y lo debió hacer bien porque al final la
tripulación convino con él y se dijeron que ,al menos si la cosa salía mal, les
darían de comer en el pontón donde los metieran.
Con nocturnidad y alevosía el Espadarte, aprovechando la oscuridad y su
pequeño porte, se incorporó al convoy británico. Tienen que tener en
cuenta que muchos de los mercantes llevaban algún tipo de artillería de pequeño
calibre y que con un simple cañonazo podían alertar a la escolta y acabar con
la función en un santiamén. De ahí la intrepidez que demostró esta gente.
Olveyra se acercó a un bergantín y junto
con 4 de sus hombres lo abordó y apresó sin perder un sólo minuto. La
presa era el Ceres, un
bergantín de 350 toneladas que tenía por capitán a un tal John Mestreman (sic).
Llevaba 12 hombres de tripulación (que habían sido reducidos por los 5
corsarios) y a bordo tenían 4 cañones de 12 libras , que eran de
respetable calibre para ser un mercante y que podían haber hundido
al Espadarte si
hubieran tenido la ocasión. Además portaba 2 esmeriles de bronce y un buen
repuesto de municiones. Su carga, que era lo que de verdad les iba a reportar
buen botín, consistía en 185.970
libras de algodón en rama, 100 quintales de palo de
Brasil y 19 pipas de vino.
Sacaron sin problemas al bergantín del
convoy, que seguían su rumbo sin sospechar nada, y se dirigieron a Lisboa.
Supongo que al oficial al mando de la escolta del convoy no le haría mucha
gracia, a la mañana siguiente, saber que les faltaba uno de sus
mercantes. Algún rapapolvo le caería, menudos eran los ingleses para
eso. En la inmediación del puerto portugués cruzaba una fragata de guerra
británica, que hubiera apresado a los españoles y su presa sino hubiera sido
porque el capitán Olveyra era un lobo de mar y junto a su piloto don Diego
Entralgo dio acertadas maniobras para escurrirse de ellos.
No me dirán que no les ha gustado esta
acción tan rápida como bien ejecutada. Y es que no había mejor aliciente
para la intrepidez que la perspectiva de hacerse con un botín. Los británicos
se habían dado cuenta de eso hacía mucho tiempo y es por ello que se mostraban
siempre tan audaces algunas veces. No era por valentía señores, sino por la
"pela".
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