Si prescindimos de estas grandes
fábricas, ó serrerías mecánicas que la laboriosidad y constancia de unos pocos,
han fundado á orillas del Miño, y de la Fábrica de loza Artística de los señores Lomba,
para honra de La Guardia
y su comarca, han establecido en las Cachadas sobre los ricos yacimientos de
arcilla refractaria que allí existen, -y de cuyos productos publicamos hoy un
hermoso fotograbado-, puede decirse, aunque sea triste el confesarlo, que la
industria actual guardesa ha retrocedido un gran trecho.
Änfora de la fábrica de José A. Lomba
Camiña.
No hemos de referirnos en este
artículo ni á la industria de toallas y manteles que establecida en los Teares, existió antiguamente; ni á la
tradicional fabricación de cuerdas que siempre existió en La Guardia , y de ella se
derivan los nombres de algunas calles como la Cordoeiría
y la Roda ; ni la fábrica de Jabón de la Armona , fundada por un
señor que había hecho su fortuna en Méjico; ni otras varias que tengo en
cartera y de las cuales me ocuparé otro día.
Hoy solo trataremos de la industria
de las calcetas por ser la que mayor
desarrollo é importancia consiguió alcanzar en nuestro pueblo, pudiendo decir
que La Guardia
llegó á monopolizar esta industria, no solo en España, sinó en Cuba y Puerto
Rico. Expediciones diarias salían para Madrid, Barcelona, Valencia, Valladolid,
Sevilla, Cádiz, en fin, para todas partes. En esta industria toda España nos
era tributaria.
Ya á mediados del siglo XVIII había
alcanzado gran desarrollo tan importante y lucrativa industria, dando ocupación
á la mayoría de las familias de La
Guardia , Salcidos, Cividanes y Camposantos.
Era tal el número de calceteras, que ellas solas, que venían
á formar una especie de gremio, costeaban, según costumbre tradicional, las
músicas y gaitas del día de Corpus, como se puede ver en una de las actas de
aquella época del Ayuntamiento de La
Guardia , en la que aparece el acuerdo de los ediles
notificando á las calceteras de la
jurisdicción para que <contribuyan á sufragar tales gastos según es
costumbre>.
Primitivamente se recolectaba el
lino en el país y se hilaba la mayor parte de noche, en las célebres fiadas; pero, á medida que fue
aumentando la industria de las calcetas,
no era suficiente el lino que se recolectaba en el país y fue necesario traerlo
directamente de Rusia, comercio que ejercía en gran escala un tal Ibarra,
vizcaíno ú oriundo de Vizcaya, quien llegó á adquirir una gran fortuna, pues a
él pertenecía, desde la Plaza ,
toda la manzana de casas donde hoy está el telégrafo hasta cerca de la Iglesia.
Siguió en aumento la industria y ya
no era suficiente lo que en La
Guardia se hilaba, por lo que fue necesario traer la hilaza
de Inglaterra.
El torcido de la hilaza empezó
haciéndose á mano con una especie de fusos,
que se colgaban del techo; luego á medida que la industria fue progresando,
algunos industriales, los que mejor entendían el negocio, hacían dicha
operación con torcedoras mecánicas, lo cual suponía un evidente adelanto,
siendo de los primeros en traerla D. Manuel Vicente y Portela.
Una docena de casas de La Guardia dirigían este
negocio de las calcetas en la siguiente forma, distribuían el hilo torcido
entre sus calceteras dando un peso determinado a cada una. Al entregar la obra
se confrontaba el peso, dando cierta cantidad para mermas, y se pagaban unos
dos reales por cada par de calcetas.
Reunidas unas cuantas docenas de
pares de calcetines se curaban de una manera primitiva, como aún hoy es
costumbre hacer con la ropa en La
Guardia , blanqueándola al sol, á favor del ozono que
espontáneamente se forma en los tendales.
Más tarde aprendieron los
procedimientos industriales y blanqueaban los calcetines con lejía, que traían
en grandes cántaras de barro de Sevilla, emporio entonces del comercio peninsular
por el privilegio del comercio con América que el Gobierno injustamente le
había concedido en perjuicio de otros puertos.
Claro es que con esta lejía se
blanqueaba pronto y más económicamente, pero lo que ganaba el producto en
baratura ó blancura lo perdían en resistencia por la alteración que las fibras
vegetales sufren en presencia de los álcalis y cloro libre.
Reunidas unas buenas partidas de calcetas, se planchaban por un
procedimiento aún más rudimentario, que consistía en meter los calcetines en
unas hormas de madera y golpearlos con seixos,
pero bien pronto fue sustituido este primitivo planchado por el planchado
mediante prensas especiales, que al mismo tiempo daban cierto brillo a la obra.
Una vez prensados, se ataban por
docenas con dos cintas encarnadas artísticamente dispuestas, y así se
empaquetaban en cajones muy cepillados y muy bien hechos, faltando solo
rotularlos para estar en disposición de poderlos remitir á las principales
capitales de la península.
Las expediciones que iban para el
interior las llevaban los carromatos de los maragatos que con tanta frecuencia
venían á La Guardia. La
salida y entrada de estos carromatos, tirados por diez ó doce hermosas mulas,
constituían un espectáculo pintoresco y por demás entretenido,
Sin embargo, la mayoría de las
expediciones se efectuaban por Bayona ó Vigo.
Pero la expedición más notable fue
una que se hizo directamente de La
Guardia á Cádiz en un volanteiro,
expedición tan arriesgada como la de las antiguas carabelas cuando iban a Asia
doblando el cabo de Buena Esperanza, La sorpresa que causó en Cádiz la llegada
del volanteiro no es para
describirla, y por más de un apuro pasó el vigía gaditano al tener que
comunicar la presencia de barco á la
vista sin poder decir que clase de embarcación era aquella por lo pequeña y
rara.
Seguía `por buen camino la industria
de las calcetas y el negocio era tal
que algunos invertían cuatro ó seis mil reales en calcetas. Iban con ellas á
Sevilla y después de cubiertos los gastos volvían con ocho ó doce mil reales,
que era un capitalazo en aquella época.
Un objeto raro vino á perturbar la
tranquilidad de los industriales guardeses. El año sesenta y tantos mandan á La Guardia las primeras
medias hechas á máquina y los industriales guardeses se burlan de aquellos
tubos sin talón ni forma de media. Aquello no podía competir con sus calcetas; pero pasan los años, y
aquellos tubos se perfeccionan, y las demandas de calcetas van disminuyendo, y para vender hay que bajar los precios,
y poco a poco la industria va decayendo hasta que murió del todo.
Así terminó una industria que pudo
ser un filón de oro para La Guardia. Si
en vez de reírse de aquellos tubos, se traen máquinas, hoy La Guardia sería un gran
centro industrial.
Julio
de Castro, Abril de 1912.
Archivo; Texto y
fotos, Infomaxe
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