LA
VOZ DEL TECLA
(Año
IX – La Guardia 23 de Agosto de 1919 – Núm. 436)
NUESTROS
VISITANTES LOS ILUSTRES ARQUEÓLOGOS
D.
IGNACIO CALVO SÁNCHEZ Y D. FRANCISCO ÁLVAREZ-OSORIO
D. IGNACIO CALVO Y SÁNCHEZ
Personalmente es ya conocido aquí este ilustre
arqueólogo, virtuoso sacerdote y cumplido caballero, y además en uno de los
principales aspectos que determinan su persona-lidad: el de director de
excavaciones. Recientes están en este sentido sus éxitos en Termes, Clunia,
Castellar y sobre todo en el Collado de los Jardines de Despeñaperros. A más de
otros objetos de menor importancia, 319 exvotos pre-romanos de bronce supo
encontrar allí, los que constituyen el núcleo de la sala Ibérica, una de las
más interesantes de nuestro Museo Arqueológico Nacional, por tantos conceptos
interesantísimo.
D. Ignacio, ante todo es un hombre de lucha a quien
el éxito acompaña desde sus primeros pasos en la vida. A los 12 años de edad
(allá por el año 1876), obtuvo su primer triunfo en unas oposiciones a becas en
el seminario de Toledo, obteniendo un accésit
consistente en el pago de todos los libros necesarios para la carrera
eclesiástica. Entró pues en la vida conquistando las armas con que había de
luchar. Dos años después obtenía otra beca, y a los 21 de edad ya era nombrado
por el Cardenal Payá, catedrático de las asignaturas de Arqueología, Física y
Matemáticas, al par de que como representante del mismo señor Cardenal, se
ponía al frente de las obras del seminario que entonces se construía. A los 23
años obtenía por concurso el curato de Alhóndiga (Guadalajara). Había tomado
entonces el grado de licenciado en Teología. Se ordenó de presbítero en el año
1892, en que volvió a ser catedrático y Pío operario del seminario. Su
temperamento de luchador no le dejó estacionarse, y en ese mismo año ganó, por
concurso, el curato de Herrera del Duque (Badajoz), donde, además de cura de
almas, desempeñó el cargo de Arcipreste. Fué precisa-mente entonces cuando hizo
oposiciones a al cuerpo facultativo de
Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios, obteniendo el aprobado, y
consiguiendo plaza para la Universidad de Salamanca en 1897.
En 1901 fue trasladado al Museo Arqueológico
Nacional, en el que desempeña actualmente el cargo de Jefe de la sección de
Numismática. Su último triunfo de luchador lo obtuvo en 1916 en un concurso que
anunció la Junta de Iconografía Nacional, acerca de retratos de militares al
servicio de España en el siglo XVI, trabajo que ahora se está imprimiendo.
El cargo de jefe de la sección de Numismática le
llevó a especializarse en esta rama de Arqueología, determinando en él un
nuevo aspecto de su personalidad, y es hoy una autoridad de primera línea en la
materia, a quien consultan cuantos se interesan por esa clase de estudios, y
además todos los que poseen alguna moneda antigua y creen tener en ella un
capital. Citaremos un caso.
Una señora muy honorable y vestida con mal disimulada
pobreza, se presentó en el despacho de D. Ignacio en el Museo, solicitando de
él su opinión sobre una moneda de cobre antigua, “por si vale algo” . “Agnus Dei qui tolis pecata mundi” – exclamó
D. Ignacio en cuanto la vió- Es de . Juan I, fines del siglo XIV, y su precio
actual en Numismática es de una peseta”.
Consultas semejantes las recibe a diario D. Ignacio,
y las resuelve siempre con la misma facilidad. Desde esta humilde moneda que no
hace muchos años circulaba con la categoría de ochavo, hasta el áureo griego o romano, que sobre su
valor material tiene el incalculable que le da su rareza, una serie innumerable
de categorías se suceden, cuya clasificación es para arredrar el espíritu más
esforzado. D. Ignacio busca en este laberinto tenebroso, con la seguridad del
que dispone del hilo de Ariatna de su ciencia. Inscripciones borrosas,
abreviaturas desconcertantes, símbolos misteriosos, variedad de escrituras e
idiomas, nada le detiene; a todas las monedas les da su filiación, su origen,
su procedencia. Claro que esto no lo consigue siempre con la rapidez y
facilidad que con el Agnus Dei de a
peseta la pieza. No es raro verle perdido en el inmenso salón de la
Numismática, con una moneda entre los dedos, desojándose por leer sus
inscripciones, ceñudo y contrariado, buscando entre los 3952 cajones en que se
guarda el tesoro numismático nacional, que asciende a 130.000 monedas (las
medallas aparte), abriendo uno, después otro y otro, revolviendo en ellos,
estudiando com-parando los diversos ejemplares, repitiendo el examen , y
revelando en su fisonomía honda preocupación y contrariedad. Entonces por muy
amigos que seáis de él, no le habléis, no le distraigáis, está bajo la terrible
impresión del poeta que, dueño de todas las consonantes, se encuentra
inopinadamente con una que le es rebelde.
Esta lucha suele a lo mejor durar varios días, porque
sobre las enormes dificultades que la numisma-tica tiene, por su complicación,
extensión y complejidad, está lo terrible del desgaste de las monedas por el
uso y la acción de los siglos, que borra parte de las inscripciones.
Y a propósito de poetas: El único pecado que a D.
Ignacio se le conoce, es el de que ha hecho versos, y con la agravante de la reincidencia. Es autor
de varias poesías que, que al decir de los que las leyeron, están muy bien
hechas, lo que, ya es circunstancia
atenuante. Más no se detuvo ahí como escritor, sino que picó en todos los
géneros literarios, incluso el periodismo.
De todos modos, más dignos de él y de importancia muy
superior, consideramos sus trabajos de investígación histórica, tales como Influencia de la Universidad de Salamanca en
la vida social de España y del resto del mundo; Estudio de la Virgen de la Vega
(escultura del siglo XIII), considerada artísticamente, y su estudio sobre Jerónimo Perigueuz tan errónea como
inocentemente llamado Visquio.
Pero en ningún trabajo, ni en los éxitos que en todos
le acompañaron, cifra D. Ignacio su orgullo. Este lo deja íntegro para su
tierra. Para él solo tiene importancia ser alcarreño, pero alcarreño de aquel
rinconcito amado de Horche, enclavado en el mismo riñón de la Alcarria. Cierto
que Horche no tiene palacio del Infantado como Guadalajara, ni dos castillos
como Ci-fuentes, ni las ruinas medioevales de Brihuega, ni una catedral como
Sigüenza, pero en cambio allí el paisaje es más hermoso, el tomillo más
abundante y más aromático, la miel que allí se produce es la mejor del mundo,
el sonido de las campanas tiene allí más poesía y en aquella iglesia humilde se
reza mejor.
Esto
lo vemos en nuestro huésped con respeto y simpatía, porque muchos de esos
sentires se nos alcanza a los guardeses, y buena prueba de ello son la Sociedad
Pro-Monte que tanto lleva hecho por el terruño, y el Hospital-Asilo, para el
que tenemos reunida ya una fuerte suma, y no hay guardés que no se considerase
deshonrado si dejase de contribuir según la medida de sus fuerzas a tan noble
empresa.
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