(LA
VOZ DEL TECLA, 7 DE OCTURE DE 1911)
LA
CRUZADA
Al sur de esta villa, enclavada en los cimientos
del monte Santa Tecla, hállase el pintoresco barrio de la Cruzada, desde donde
se disfruta de un panorama hermosísimo. Encaminándonos por la calle de la Roda,
y al poco rato, nos encontramos en el sitio llamado, vulgarmente, Los Teares, dicho así por haberse
ejercido allí, en otros tiempos, la industria de tejidos; seguimos por tortuoso
y poco cuidado camino hasta la plazuela en donde se halla la antigua ermita de
San Cayetano, y en este punto no puede uno menos de detenerse un rato.
Dirigiendo la vista al frente se encuentra con el monte Torroso, serpenteando
por la carretera que de esta villa de La Guardia conduce á Vigo siguiendo la
escarpada orilla del mar. A la derecha, tropieza nuestra vista con el pueblo de
La Guardia que, en apiñado montón, semeja una ciudadela á la que sirve de foso
el mar, que se pierde de vista hacia el puerto; á la izquierda el inmenso
Océano, cuyo término no alcanzan los ojos de humana criatura.
Casi á nuestros pies hállase, semejando hondo
precipicio, cercada por sólido muro, la cantera donde han extraído la piedra
para las famosas é interminables obras del puerto de La Guardia, que aparecen á
nuestra vista á corta distancia ofreciéndonos sus ruinas, lamidas por las olas,
entre las que se destaca soberbia la potente grúa que ha de morirse por
inanición, seguramente, y con ella cerca de 40.000 duros que cuesta al Estado;
en el ancho mar numerosas gamelas en las que nuestros humildes y sufridos
marinos se dedican á recoger del seno de las aguas los pequeños pescados que
las modernas artes de pesca les dejan, cual miserable piltrafa, en los escollos
de la costa.
Siguiendo nuestro paseo por el único camino
(pues el barrio de la Cruzada consta de una sola calle en forma de prolongada
elipse), dando una gran vuelta nos hallamos en la parte más alta de la Cruzada,
en la fuente de la Cal, manantial abundante de aguas purísimas emanadas del
Santa Tecla. En esta fuente álzase majestuoso crucero que pone de manifiesto la
piedad de los antiguos habitantes del pintoresco barrio, y sobre el dintel que
corona el portal de una casa frente á él hay una especie de farola construida
con piedra y cristales en la que, costeada por los vecinos desde tiempo
inmemorial, arde una luz de aceite en obsequio del Redentor; en el pedestal de
la artística columna en que se eleva el crucero hemos leído la siguiente
inscripción: “Santísimo Cristo de la Misericordia. A la memoria de José Cividanes
y su mujer Isabel Peniza, año de 1762.
Cuando más absorto estaba contemplando la
sencilla inscripción se me acercó una respetable anciana la cual, con su mirada
escrudiñadora, me ojeaba de alto a bajo, como queriendo adivinar lo que en
aquel momento deseaba yo saber. Buenos días nos de Dios, me dijo.
-Él nos los de buenos, la contesté.
-¿Xente nova por terra vella, señorito?
-Eso es, señora, alguna vez hemos de llegar
también por estas alturas.
-¿Seica lle está á rezar ó noso Santo Cristo,
sí?
-¿No, señora, no estoy rezando, pero leo esta
inscripción que aquí aparece en el pedestal. Diga usted, ¿quiénes estos José
Cividanes y su mujer Isabel Peniza?
-Mire, eu xa non os conocín, pero teño oído
falar moito deles; diz que eran os amos da casa que está enfrente, e aquel
farol de pedra era co que alumbraban o Señor os amos da casa; disto xa hai
moitos anos: eu xa non acordei iso.
-De modo que ahora el farol estará siempre
apagado.
-No señor, ainda alumbrano os vecinos; nonfalta
quen de una esmola para alumbrar; poucas veces queda apagaso, é con iso
seguimos á costumbre dos nosos vellos.
JULIO DE CASTRO
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